Nacida en Santanyí (Mallorca), Antònia Vicens i Picornell tiene ochenta y tres años de vida y ochenta y tres años de trayectoria literaria. Le han otorgado la Creu de Sant Jordi (1999), ha ganado el Premi Ramon Llull (2004), el Premi Nacional de Cultura (2016) y el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes (2022), entre otros muchos reconocimientos. En 2022 publicó Pare què fem amb la mare morta (La Breu Edicions), su último poemario, y ahora ve la luz Crideu la mort errant, digueu-me on va (La Magrana), su primera novela en catorce años.

Para la narradora mallorquina, escribir es un espacio de libertad en el que ni la trayectoria ni la edad entran en escena. Con una vitalidad contagiosa y un uso hipnótico de las palabras, se aviene a sentarse en la recepción del hotel donde se hospeda en Barcelona para hablar de expresar con vocablos y de no hacerlo, pero también de dolor y de belleza, de negrura y de luz, de poesía y novela y de soledad y libertad.

Crideu la mort errant, digueu-me on va es la decimocuarta novela que publica. La suya es la historia de una vida escribiendo. Si hoy le prohibieran escribir, ¿qué pasaría?
Que desobedecería, porque no podría parar de escribir. Cuando escribo, yo desaparezco. Somos aquella pasión y aquella sensación. Pero yo, como tal, desaparezco. Cuando todavía no sabía escribir, de chiquitina, escuchaba a las mujeres que tenía alrededor –porque los hombres estaban en el trabajo– y ya veía que las palabras tenían mucha fuerza, porque según lo que decían lloraban, y según qué decían, reían. Empecé a coleccionar palabras y me di cuenta de que una palabra detrás de otra palabra componía una historia y tenía un poder. Mi habitación eran cuatro paredes oscuras y yo podía dibujar un jardín con las palabras. Escribo porque no sé hacer nada más.

Empecé a coleccionar palabras y me di cuenta de que una palabra detrás de otra palabra componía una historia y tenía un poder

Antònia Vicens, escritora / Foto: Carlos Baglietto

"A mí me han enterrado y resucitado unas cuantas veces", decía en una entrevista al Temps. Ha ganado casi todos los premios a ganar. ¿Si de lo que escribe se habla o no se habla, a sus 83 años, a usted le importa?
Cuando uno escribe no tiene edad. Es cierto que, como persona y como mujer, tengo 83 años y estoy hecha una mierda. Evidentemente, ha habido temporadas que se han peleado por mí, y temporadas que me han silenciado, pero yo siempre he tenido las mismas ganas de escribir, al margen de si me han hecho caso o no me han hecho caso. Me acuerdo, ya de pequeña, escribiendo, aunque solo fuera de pensamiento.

Cuando uno escribe no tiene edad

El año 2020 explicaba que, al acabar su último poemario, Pare, què fem amb la mare morta, quedó como si alguna cosa la hubiera vaciado. Ahora, sin embargo, ha vuelto con Crideu la mort errant, digueu-me on va. ¿Qué ha cambiado?
Cuando publiqué el último poemario, la novela ya estaba. Hace muchos años que los personajes de Crideu la mort errant, digueu-me on va vinieron a casa y tocaron el timbre. Cuando escribo poesía, sin embargo, no puedo escribir novela. No tengo mente para dedicarme a dos cosas. No puedo. Después del poemario, estuve una temporada –por cuestiones de salud–, que no podía ver, ni escribir. Los personajes de la novela tampoco estaban lo bastante maduros, pero los iba investigando, iba entendiendo por qué caminos me llevaban. Me ha costado mucho esta complicidad y me ha costado mucho dotar a cada personaje de su alma y su misterio. Me ha llevado muchos años de trabajo y muchos años de dejar reponer la novela.

Así pues, ¿cuál es el proceso para "ponerse a escribir"? ¿Uno se tiene que "poner"?
Para empezar a escribir, alguna cosa tiene que repiquetear dentro de mi cabeza. No escribo nunca por escribir. Tiene que ser una historia que primero me tiene que conmocionar a mí, primero tengo que tratar con sus personajes. Y hacerles un casting: quién entra y quién no. Y después tiene que ir madurando, madurando y madurando. Una persona no se hace en dos días, si no solo serían de papel y tinta.

Hace muchos años que los personajes de Crideu la mort errant, digueu-me on va vinieron a casa y tocaron el timbre

Antònia Vicens, escritora / Foto: Carlos Baglietto

¿Después de este esfuerzo prolongado por escribir Crideu la mort errant, digueu-me on va, también siendo que se ha vaciado?
Muchísimo, muchísimo. Lo que pasa es que mientras hacía la novela también me han ido viniendo poemas, y cuando haya descansado me gustará escribirlos y reescribirlos. Yo no doy por acabado ningún texto hasta que no está editado. E incluso entonces, me envían las galeradas y me pongo a corregir. Novela y poesía son muy diferentes, pero en las dos hay una parte muy personal, muy íntima, pero también una parte de cálculo.

Es una novela que hace sufrir un poco.
No hace sufrir ni más ni menos que la realidad, solo hace falta que abras el telediario. Siempre hay unas imágenes tan crueles que me hacen preguntarme cómo puede ser que los humanos seamos capaces de tanto dolor y tanto terror. La novela también es una manera de pedirlo. En todo esto, yo intento poner el dolor en una balanza con la luz y la belleza. Una guerra, tras otra guerra, tras otra guerra y, al mismo tiempo, los humanos también creamos muchas cosas bellas. Por soportar tanto dolor, tenemos la belleza. Aun así hay alguna cosa en mí que siempre se pregunta el porqué del mal. No lo sabré nunca, eso es una respuesta que solo si Dios existiera podría dar.

En la novela, entre muchas otras cosas, toca temas especialmente delicados –como los abusos sexuales infantiles– con una crudeza que incluso se agradece, sin filtros ni subterfugios. ¿Hay intencionalidad al escribir sobre según qué sin tapujos?
Sí, la intencionalidad es llegar al corazón del lector. Si las cosas son así, hace falta una imagen que vaya directa a la emotividad.

Intento poner el dolor en una balanza con la luz y la belleza

Entrevista Antònia vicens, escritora / Foto: Carlos Baglietto

¿Y se podría conseguir este mismo objetivo prescindiendo del hablar popular de qué se sirve?
Siempre me ha parecido que el lenguaje popular es tan rico y tiene una música tan preciosa, que sería un crimen arrinconarlo. En la novela hay palabras del lenguaje popular, sí, pero todas están vivas, no hay ninguna congelada, ni sacada de ningún vivero. Las hay que están de moda, y las hay que están menos de moda. Pero si me interesa una palabra, la cojo y la pongo en su lugar. Este es el trabajo del escritor: poner cada palabra en su lugar para que tenga todo su efecto. Explicar un sentimiento, un dolor, una luz. Todo es una balanza. Una imagen preciosa puede ser espeluznante. Las palabras tienen muchos colores e, igual que el pintor mezcla colores para conseguir el azul que quiere, las palabras pueden hacer exactamente lo mismo. El problema es que las palabras son crueles y se nos escapan. A menudo, cuando nos ponemos a escribir aquello que hemos pensado, las palabras ya se han ido. Para escribirlas hay que salir a rescatarlas.

Parece que toda la historia de Crideu la mort errant, digueu-me on va es la historia de una niña que busca respuestas y que se enfrenta al sufrimiento de haber perdido la inocencia demasiado pronto.
Si yo no hubiera sido una niña visionaria en tiempo de miseria, seguramente no habría podido hacer una Elisenda con esta hambre de entender el mundo y buscar un poquito de luz entre la negrura que la rodeaba. A veces es dentro de la soledad y el dolor que una se puede volver creativa. Elisenda tiene diez años y se siente abandonada. Es entonces cuando empieza la soledad que puede dar luz.

Si yo no hubiera sido una niña visionaria en tiempo de miseria, seguramente no habría podido hacer una Elisenda con esta hambre de entender el mundo y buscar un poquito de luz entre la negrura que la rodeaba

El dolor de Elisenda, la protagonista de la novela, también va muy ligado a las adversidades de ser una mujer. ¿Hay autobiografía, aquí?
No hay autobiografía, pero algunas experiencias me han servido para entender y dar consistencia al personaje. En la novela también queda claro que los hombres son de la cultura que les han dado. Está Piero, por ejemplo, que es un desgraciado, celoso y posesivo, con la misma sed de venganza que ya tenía su padre. Pero, al mismo tiempo, he intentado que cada personaje masculino fuera tan único como cada personaje femenino.

¿Y no hay peligros al literaturizar la violencia sexual?
La violencia sexual no se puede tolerar, pero se puede mostrar porque forma parte del mundo. Antes, el hombre era el hombre de la casa y, cuando se moría el padre, el hermano mayor pasaba a tener el control de la madre y las hermanas. Hay hombres que eso todavía lo llevan dentro, que se piensan que son los amos del mundo. Lo muestro porque me gusta mostrarlo, y porque me parece que, en cierta medida, eso todavía es así. No hace falta que tapemos esta violencia, este rencor y esta memoria de heridas pasadas. Si tapamos el dolor no lo podremos curar nunca, tampoco.

Antònia Vicens, escritor / Foto: Carlos Baglietto

La novela se remite a muchos hechos del pasado. ¿El feminismo todavía tiene sentido, hoy?
Cuando yo era una niña, hubo momentos en que no quería ser una mujer. Recuerdo que, cuando las mujeres de nuestra calle salían al fresco, otra mujer siempre pasaba por delante con la cabeza muy baja, y las otras decían "a esta, el hombre la pega". Como criatura, no podía entender cómo aquellas mujeres podían decir aquello y no hacer nada. Por qué no consolaban a la mujer, por qué no le pedían explicaciones al hombre. No quería ser una mujer porque los ejemplos que yo tuve eran cómplices de la cultura patriarcal. Yo no tuve modelo. Veía a los hombres y tampoco quería ser un hombre. Mi problema es que no sabía qué quería ser, porque aquellos tiempos de miseria eran cómplices del terror. Siempre explico que nací feminista sin saber que existía la palabra. Con veinte años tuve que ir a trabajar al mundo hotelero, que entonces era un mundo de hombres, y me tuve que hacer valiente para sobrevivir. Desgraciadamente, el mundo no cambia en diez años.

A menudo asoma la Guerra Civil, en su obra.
Es que hace unos años de la Guerra Civil no hablaba nadie, había un silencio impuesto brutal. En los pueblos y en los barrios, cuando yo era pequeña, todavía había muchísima gente que había perdido familiares. Solo hace dos años que han encontrado los huesos y la pluma de Aurora Picornell. De la Guerra Civil tampoco oí hablar nunca, ni cuando tenía veinte años, ni cuando tenía treinta. Había gente que había muerto y había gente que había matado. Ahora han pasado unas cuantas décadas y parece que, poco a poco, hemos avanzado unos pasitos. Hablo porque no me hablaron.

Mallorca no ha tenido nadie en el gobierno que ame la lengua

No hemos hablado ni de país, ni de lengua.
El año 61 yo iba de Santanyí a Palma en autobús para hacer un curso de catalán. Nadie se creía que fuera a Palma a estudiar mallorquín, porque... ¿para qué sirve un curso de mallorquín? Me decían de todo, me decían puta por ir. Igual que cuando fui al hotel, que me decían que era un trabajo de hombres. He vivido toda la crítica de cosas que ahora parecen muy normales. Todo eso que explico ahora parece ciencia ficción. Iba a Palma a estudiar catalán y dormía en casa de una tía viejecita mía y la crítica era brutal. Cuando mi madre escuchaba estos comentarios, sufría mucho. Era todo clandestino. Mallorca no ha tenido nadie en el gobierno que ame la lengua. Hay mucha gente que ama la lengua y hay gente educada, sí, pero también hay mucha ignorancia. Parece que no hay interés para hacer entender, sobre todo a la gente que viene de fuera, que Mallorca es otra historia. Se abren tiendas sin la necesidad ni de hacer un curso para que quien te atienda lo haga en mallorquín. Hay un desinterés inmenso. El problema de la lengua se acentúa porque los políticos que hemos tenido hasta ahora no han hecho el trabajo que tenían que hacer, porque no han sido valientes y porque no la han amado lo suficiente. En lugar de invertir en cultura, en Mallorca lo han vendido todo.

Alguna vez ha explicado que, para poder escribir bien, Usted necesita vivir retirada, que no puede estar en la rueda de programas de radio, artículos y entrevistas, mientras tanto.
Yo no tuve coraje para hacer todo eso y volví a Cala d'Or, necesitaba aquel trocito de cielo azul. El cielo de Barcelona era gris. Yo quería escribir porque, para mí, escribir siempre ha estado libertado. Puedo ser despiadada cuando escribo a los personajes y mostrarlos en toda su miseria, pero también llego a quererlos mucho y la intención es que el lector llegue a quererlos mucho.

¿Entonces, cuando acabe la promoción de la novela, el plan es volver a retirarse? ¿Este es el ciclo de la escritura?
Yo ya sueño con la semana que viene. Si no fuera en solitario, no podría escribir. Yo necesito vivir en solitario, respirar en solitario y, aun así, no me siento nunca sola, no siento la soledad. Yo huyo de la rutina de sentarme a las nueve de la mañana a escribir, sería como ir a una oficina. Para mí, escribir es la cosa del momento. Siempre he escrito allí donde puede haber un pino, en casa, debajo de un naranjo. Allí donde esté. No he tenido nunca una mesa de escribir. Si tuviera mesa de escribir, se convertiría en un trabajo y ya no sería libertad.