Ratisbona (ducado independiente de Baviera), 17 de septiembre de 1156. Hace 869 años. Frederic I, llamado Barbarroja, emperador electo del Sacro Imperio Romanogermánico, firmaba el Privilegium Minus, que elevaba la Marca de Austria (creada por el Imperio carolingio en el siglo VIII) a la categoría de ducado independiente bajo el paraguas imperial. Con el Privilegium Minus, la marca austríaca se convertía en un nuevo Estado del conglomerado germánico y Enrique Babenberg, hasta entonces margrave (máxima autoridad delegada de aquella marca) se convertía en Enrique II, duque independiente de Austria. Doscientos años justos más tarde (1356); el duque Rodolfo IV, el primero de la estirpe Habsburgo, elevaría el ducado a la categoría de archiducado. Y ochenta y cuatro años después de Rodolfo, Federico V, vigesimoquinto soberano austríaco, sería elegido emperador del Sacro Imperio Romanogermánico.

Entre 1156 (creación del ducado de Austria) y 1918 (derrocamiento del archiducado de Austria); el trono de Viena fue ocupado por dieciocho duques y por veintiséis archiduques. Durante tres siglos largos, entre la elección de Federico (1440) y la desaparición del Sacro Imperio, forzada por Napoleón (1806); los archiduques de Austria —de la estirpe Habsburgo— monopolizaron el título imperial. Y entre 1806 (liquidación del Sacro Impere) y 1918 (derrocamiento del régimen monárquico austríaco) fueron, también, reyes de Hungría, de Dalmacia, de Galizia, de Croacia y de Lombardía-Venecia; príncipes de Transilvania y de Vorarlberg; duques de Carintia, de Carniola, de Salzburgo, de Silesia, de Estíria, de Bucovina y de Serbia; y condes de Tirol, de Gorizia y de Tamesvar; y margraves de Moravia y de Istria. Pero nunca fueron reyes de Austria. Durante ocho siglos siempre fueron duques o archiduques de Austria.

Rodolf IV de Austria y Ramon Berenguer IV de Barcelona. Fuente Museo de Viena y Museo del Prado
Rodolfo IV de Austria y Ramón Berenguer IV de Barcelona. Fuente: Museo de Viena y Museo del Prado

Carlos de Gante y la paradoja hispánica

La historiografía española (la tradicional y la actual) siempre se ha referido a los Habsburgo vieneses como archiduques de Austria. Maximiliano (1459-1519) padre de Felipe el Bello, suegro de Juana y consuegro de los Reyes Católicos...; y emperador del Sacro Imperio (1508-1519), siempre es presentado como archiduque de Austria. Y su esposa María (la madre del Bello) siempre es presentada como duquesa de Borgoña y condesa de varios dominios de los Países Bajos. Y aquí es cuando empieza la gran paradoja de la historiografía española. Carlos de Gante (1500-1558) que la historiografía española llama "Carlos I de España y V de Alemania" cuando ni España ni Alemania existían; en casa de sus abuelos paternos no es el heredero de ningún reino; sino de un archiducado independiente (el del abuelo) y de un ducado y varios condados independientes (los de la abuela).

Mapa del Sacro Imperi Romanogermànic hacia el año 1000. Encerclada la Marca de Austria. Fuente Universidad de Furdham
Mapa del Sacro Imperio Romanogermánico hacia el año 1000. Redondeada la Marca de Austria. Fuente: Universidad de Furdham

La independencia política del archiduque Maximiliano y de la duquesa María, ¡¡¡y sobre todo la de sus dominios!!! —aunque nunca, ni ellos ni sus antepasados, se habían intitulado reyes—, está fuera de cualquier duda. Ni siquiera en el imaginario de la historiografía española. Porque si no hubiera sido así, difícilmente habrían podido transmitir aquel legado testamentario. Cuando menos, segregarlo de una superestructura estatal superior (del Sacro Imperio, en el caso de Maximiliano; y el reino de Francia, en el de María); e incorporarlo a otra superestructura estatal existente o de nueva fábrica (en este caso, la monarquía hispánica creada por los Reyes Católicos). La castiza afirmación "un condado es menos que un reino", en aquel contexto histórico feudal dominado por un concepto patrimonial del cargo y del dominio, se demuestra totalmente absurda.

Documento original del Privilegium Minus. Fuente Ministerio de Cultura de la República Checa
Documento original del Privilegium Minus. Fuente Ministerio de Cultura de la República Checa

Carlos de Gante, el heredero del archiduque que funda el Imperio hispánico

Cuando Fernando el Católico negoció (1496) el doble matrimonio de sus hijos Joan —el desgraciado heredero— con Margarida Habsburgo; y de Joana con Felipe Habsburgo; su futuro consuegro Maximiliano no era el emperador del Sacro Imperio. No sería elegido hasta doce años más tarde (1508). Sin embargo, en cambio, la historiografía española siempre ha presentado aquella iniciativa como un gran proyecto, promovido por potencias punteras (que eran dos coronas..., ¡¡¡y un archiducado y un ducado independientes!!!). Carlos de Gante, no ostentaría la categoría de emperador electo del Sacro Imperio Romanogermánico hasta 1520, entre uno y dos años después de asumir la herencia de sus abuelos paternos y maternos y después de comprar las voluntades de los príncipes-electores con el dinero que obtuvo —con presiones y malas artes— de las Cortes castellanoleonesas.

El caso es que nunca nadie del mundo historiográfico español ha subordinado la categoría de Maximiliano y de María a la de sus consuegros, Fernando e Isabel. Es más, cuando se refieren a Maximiliano, lo mencionan siempre como el emperador (del Sacro Imperio), para igualarlo con su consuegro, al rey Fernando, cuando todos sabemos —y ellos los primeros— que el austríaco no fue elegido emperador hasta que en 1508, cuando su hijo Felipe el Bello ya era muerto (1506). Su nuera Joana ya había sido recluida (1507) y no estaba nada claro que su nieto Carlos acabara heredando los reinos hispánicos; cuando menos la Corona catalanoaragonesa. Recordemos que en 1504 había muerto Isabel la Católica; y que en 1505, el viudo Fernando se había casado de nuevo, con Germana de Foix (sobrina del rey Luis XII, principal enemigo del Estado austroborgoñón que gobernaba Maximiliano).

Maximilià, Maria, su hijo Felipe y sus nietos Leonor, Carles y Ferran. Fuente Museo de Arte de Viena
Maximiliano, María, su hijo Felipe y sus nietos Leonor, Carlos y Fernando. Fuente: Museo de Arte de Viena

El "fantasma" catalán: ¿un conde soberano o un simple "señor de la guerra"?

Pero, en cambio, y en otro contexto histórico, pero con unas circunstancias curiosamente similares, la historiografía española siempre ha subordinado la categoría de los condes independientes de Barcelona a la de los reyes de Aragón. Incluso, en muchas ocasiones, se pone en duda el estatus de dominio independiente que tenía el condado de Barcelona —y el resto de condados de la Catalunya vieja— en el momento en que las cancillerías barcelonesa y aragonesa negociaron y constituyeron la unión dinástica (1137-1150). Algunos historiadores españoles presentan a Ramón Berenguer IV, conde independiente de Barcelona, como un personaje fantasmagórico, surgido de una especie de limbo, de un antiguo dominio de Francia, abandonado a la anarquía de sus barones feudales, entre ellos el conde barcelonés, que ejercían el poder ilegítimamente.

Representación de la genealogía de los condes independientes de Barcelona. Fuente Rollo de Poblet
Representación de la genealogía de los condes independientes de Barcelona. Fuente: Rotlle de Poblet

No saben, no pueden o no quieren explicar por qué las oligarquías aragonesas presionaron a su rey, Ramiro II para entregar a su hija Petronila (una niña de seis meses que se criaría en la corte de Barcelona) y la "potestas" (la capacidad legal para gobernar) a su futuro yerno, el conde Ramón Berenguer IV, que en el relato historiográfico español es presentado como un simple "señor de la guerra". La vía patrilineal, en aquel mundo medieval dominado por la ideología patriarcal, tiene un valor absoluto; y en el relato genealógico del Casal de Barcelona, los descendientes de Ramón Berenguer IV y Petronila siempre se presentaban en el mundo como los descendientes de Wifredo el Velloso (el iniciador del linaje condal catalán) y no de Eneko Aritza (el iniciador del linaje real navarroaragonés). A pesar de la pretendida diferencia entre "conde" y "rey".

La "madre del cordero"

Pero la realidad es otra. Con la división del Imperio carolingio, entre los tres nietos de Carlomagno (Tratado de Verdún, 843); se produjo una crisis del poder central (el poder del rey) que desembocaría en la mal llamada Revolución Feudal (siglo X), la madre del cordero. Durante esta etapa crítica (843-siglo XI), los delegados territoriales de la antigua administración imperial se apropiaron del bien público que gestionaban (defensa, justicia, tributos..., ¡¡¡"potestas" !!!) y se convirtieron en verdaderos soberanos en sus respectivos territorios. El antiguo Imperio carolingio se fragmentó en docenas de pequeños dominios independientes gobernados por marqueses, duques o condes —o por potestàs de repúblicas plebeyas!!!—; que casi nunca se convertirían en reyes; pero que crearían estirpes que consolidarían y evolucionarían sus dominios.

Luis VII de Francia, Leonor de Aquitania y Enrique II de Inglaterra. Font BNF, Museo de Gales y National Portait Gallery
Luis VII de Francia, Leonor de Aquitania y Enrique II de Inglaterra. Fuente BNF, Museo de Gales y National Portait Gallery

Un ejemplo lo tenemos con Leonor, duquesa independiente de Aquitania. En 1137 se casó con Luis VII de Francia; a quien ella, como soberana de un antiguo ducado carolingio ocurrido independiente, solo le debía "el honor". En 1152 hizo uso de su poder y se divorció. Y no solo no perdió ni un palmo de su patrimonio territorial; sino que, además, negoció su matrimonio y se casó con el rey Enrique II de Inglaterra (1152), el gran rival y enemigo de su exmarido. Leonor y Enrique crearon un conglomerado que reunía Aquitania (por parte de la duquesa) e Inglaterra, Normandía, Anjou y Maine (por parte del rey). Los historiadores actuales no lo llaman Corona de Inglaterra, sino Estado angloaquitano o como Imperio angevino, porque se convirtió en la reunión de los dominios gobernados por la estirpe Plantagenet (de Enrique) originarios de Anjou.

Ferran, Isabel, sus hijos Joan e Isabel y los inquisidor Torquemada y Arbués. Fuente Museo del Prado
Fernando, Isabel, sus hijos Juan e Isabel y los inquisidores Torquemada y Arbués. Fuente Museo del Prado

Una Europa de ducados, condados y repúblicas independientes

El archiducado de Austria; los ducados de Borgoña, de Aquitania o de Normandía; los condados de Flandes, de Provenza o de Saboya (más adelante, ducado); las repúblicas de Venecia, de Génova o de Pisa; fueron dominios independientes que nunca se convirtieron en reinos, pero que se consolidaron y compitieron con sus antiguas matrices. Algunos, incluso, lideraron uniones dinásticas con riendas que les reconocieron una igualdad o, incluso, una superioridad (Ramiro de Aragón entregando a la hija y la "potestas" a Ramón Berenguer IV). Entonces, ¿por qué no se reconoce el condado independiente de Barcelona como un actor con un papel propio desde su independencia (987)? ¿Por qué se lo desdibuja cuando ya es una potencia con una dinámica propia, que se expande hacia el mar, hacia Occitania y hacia la península?

Mapa del reino de Francia cabe en el año 1000, con el condado de Barcelona independiente de facte. Fuente Atlas Historique de France
Mapa del reino de Francia hacía el año 1000, con el condado de Barcelona independiente de facto. Fuente: Atlas Historique de France

¿Por qué no se reconoce el Principat de Catalunya —la continuación del condado independiente de Barcelona— como el núcleo y el motor del edificio político catalanoaragonés? ¿Por qué no nos referimos en aquel edificio político con una denominación moderna que reconozca a esta realidad? ¿Por qué no la Corona catalanoaragonesa? De la misma forma que modernamente nos referíamos al edificio político formado por el ducado independiente de Saboya y el reino de Cerdeña (creado en 1717) como el reino de Piamonte-Cerdeña. Se lo llama así para reconocer cuál de los dos actores representa el papel principal. O cuando nos referimos al edificio político formado por el archiducado de Austria y el reino de Hungría (creado en 1806), como el Imperio austrohúngaro, también para reconocer cuál de los dos componentes nacionales ejercía el liderazgo.