El Archivo de la Corona de Aragón es la institución archivística en funcionamiento más antigua del continente europeo. Fue creada en 1318, como depósito de los documentos reales, y por eso ya ha cumplido 700 años. Para celebrarlo se ha organizado una exposición al Palau del Lloctinent, en la barcelonesa plaza del Rei, donde está el patronato del Archivo (aunque los depósitos y las salas de consulta principales están hoy por hoy en la calle Almogàvers). La exposición se podrá ver gratuitamente en Barcelona hasta octubre de 2019.
Una larguísima historia
El Archivo de la Corona Aragón, como tal, se creó en 1318, en tiempos del rey Jaime II. Eso no quiere decir que no contenga documentos más antiguos. En realidad, incluso hay algunos del siglo IX. Hasta el siglo XIV era habitual que los monarcas cedieran en depósito sus documentos a monasterios e instituciones eclesiásticas. Pero en 1312 la Corona recibió una gran cantidad de documentos: todos los que habían sido confiscados a los templarios, con motivo de la disolución de la orden. Entonces se decidió crear un archivo central de Palacio, con los documentos apenas recibidos, y con los que se habían depositado en instituciones de la Iglesia, que fueron recuperados. A partir de entonces funcionaría de forma casi ininterrumpida hasta el siglo XXI. Y a los documentos de la Corona y de los templarios, se añadirían muchos fondos diversos de procedencias bien variadas. Hoy en día no sólo es uno de los principales sitios para descubrir la historia de Catalunya y de los territorios vecinos, sino que conserva documentación clave sobre otros países europeos y también de los territorios del sur del Mediterráneo. Con el tiempo se ha convertido en un archivo esencial para el estudio de la historia medieval, moderna y contemporánea; En realidad, ya fue clave para que Jerónimo Zurita en el siglo XVI escribiera sus Anales de la Corona de Aragón.
De la Corona para la Corona
El grueso de los documentos depositados en el Archivo de la Corona de Aragón, algunos de los cuales se muestran en la exposición, hacen referencia a la Corona. Aparecen desde tratados internacionales hasta documentos que ponen de manifiesto la relación entre los reyes y sus vasallos, pasando por los capítulos matrimoniales de la familia real. Por orden real, el Archivo también fue acumulando archivos particulares y de instituciones diversas, como el del monasterio de Sant Joan de les Abadesses, que tenía mucha documentación antigua. Lo que había empezado como un simple depósito poco a poco se fue sistematizando. Muy pronto aparecieron los primeros índices, que ayudaban a encontrar los pergaminos (generalmente guardados en sacos y, por lo tanto, de difícil localización). Este esfuerzo de sistematización dio lugar a los registros de la Real Cancillería, 6.402 volúmenes (3.500 de los cuales medievales) que agrupan las principales disposiciones de la administración.
Un montón de mundos para descubrir
Una primera ojeada al Archivo de la Corona de Aragón permite descubrir muchos documentos centrados en la historia política del país. Pero este archivo, por sus grandes dimensiones, también nos permite acceder a todo otro tipo de informaciones: sobre el comercio, sobre la vida de las mujeres, sobre el campesinado, sobre aspectos bélicos, sobre la ordenación urbana... Y, además, permite acceder a documentación sobre ciertos temas durante un largo periodo de tiempo. Sin embargo, hay una cierta ruptura: en 1728, tras el Decreto de Nueva Planta, se ordenó que no se introdujera más documentación, aunque finalmente esta prohibición no se respetó.
Archivo con vocación pública
Si inicialmente el Archivo estaba pensado como un instrumento de poder al servicio exclusivo de la Corona, que era la que controlaba el acceso a él, poco a poco se fue abriendo. En realidad, el Archivo tal como lo conocemos se debe a la figura de Pròsper de Bofarull, que fue su director desde 1814 hasta su muerte, en 1849. Fue Bofarull quien llevó el Archivo al Palau del Lloctinent y quien lo entendió como una herramienta de difusión de la historia. A más de archivista, fue un historiador de primera fila (autor de Los condes de Barcelona vindicados), que siempre defendió la necesidad de recurrir a los documentos para verificar las informaciones. De esta manera, el Archivo de la Corona de Aragón se convirtió en un polo de atracción de historiadores de primer orden.
La sobriedad de un tema y un espacio sugerente
El Palau del Lloctinent, a escasos metros de donde se ubicó originariamente el archivo real, es un lugar muy céntrico y acogedor, idóneo para una exposición de estas características. Pero era muy difícil convertir esta muestra en un espacio atractivo para el público no especializado. Algunas de las piezas expuestas provocarán escalofríos entre historiadores y archivistas (como el Beato de Liébana, las Capitulaciones de Santa Fe entre los Reyes Católicos y Colón, o el decreto de expulsión de los judíos), pero el gran público sólo verá papeles y pergaminos antiguos. Y, pese al vídeo adjunto, los no especialistas tendrán problemas para identificar qué es un archivo, qué se guarda en él, para qué sirve y cómo se puede consultar. Por desgracia, los archivos siguen siendo grandes desconocidos, lo cual favorece el surgimiento de teorías conspirativas y un deterioro global del conocimiento de la historia y de su prestigio.