La escritora Montserrat Roig y Francitorra (1946-1991) fue una trabajadora infatigable. Novelas, cuentos, ensayos, entrevistas y reportajes acabaron conformando una obra literaria insólita dada su corta vida, a la cual añadió su tarea en televisión, su compromiso político y cívico y su vida familiar. Para conseguirlo, Roig trabajaba diariamente, incluso los días de verano, alejada del ruido de la ciudad. Así lo recuerda su hijo Roger, quien evoca el veraneo familiar en Arsèguel, en el Alt Urgell.
Un veraneo de montaña
La vinculación con Arsèguel se remonta a los padres de Roig, el escritor y abogado Cogiera Roig y Lobo y su esposa Albina Francitorra i Aleñà. Como recuerdan sus nietos, el abuelo era más de montaña, mientras la abuela era mucho más de mar, y en esta disyuntiva volvió a ganar él, imponiendo un veraneo en el Prepirineo, en una pequeña localidad en el regazo de la Sierra del Cadí. Allí el matrimonio pasaba todo el verano, e incluso Albina llegó a sacarse el carnet de conducir, con casi 70 años, para seguir subiendo. Alquilaban una casa del pueblo con una gran balconada a la plaza y al horizonte, las montañas del Cadí, donde acudían hijos y nietos.
Roger Sempere Roig y Pau Vinyes Roig, hijo y sobrino respectivamente de la escritora, vivieron de primera mano aquel veraneo familiar y tienen un puñado de anécdotas. Recuerdan las peleas con los niños del pueblo o aquella vez que llegaron con un saco lleno de caracoles, que cuando los abuelos supo que los habían encontrado en el cementerio los hicieron tirar. O cuando, para Navidad, le regalaron a la escritora y periodista un pollo vivo y lo llevaron al Cubano –un vecino del pueblo que había querido hacer las Américas y sólo había pasado un mes fuera–, para que lo matara... y como la bestia salió corriendo por la era sin cabeza, tiñendo de rojo sangre la nieve.
Leer y escribir, los planes del verano.
Posteriormente, Roig alquiló su propia casa en Arsèguel, Cal Sastre, donde se podía aislar, cerrada con cerradura y cerrojo, para trabajar, lejos del ruido de Barcelona y las jaranas del ambiente literario. Para ella, el tiempo libre quería decir leer y escribir y allí escribió textos como Los catalanes en los campos nazis y acabó novelas como La hora violeta. Su hijo Roger también la recuerda dictando sus artículos a través del único teléfono del pueblo, que estaba en una de las casas vecinas.
Cuando la familia Roig empezó a subir, hacia el año 1975, Arsèguel era un pueblo todavía bastante aislado, sin visitantes y con un único establecimiento, el restaurante Ca la Lluïsa, con quien la familia tejería una buena amistad. El año siguiente, el músico, investigador y divulgador Artur Blasco impulsó el primer Encuentro de Acordeonistas del Pirineo, que los primeros años no dejaba de ser un concierto donde los vecinos sacaban sus propias sillas y hoy se ha convertido en una referencia musical de alcance europeo, con la asistencia de intérpretes de todo el continente, llegando a la 45.ª edición.
En vínculo pirenaico
Cuando la salud de Roig y Lobo empeoró, las estancias en el Alt Urgell dieron paso a los veranos en Canet de Mar, a principios de los años ochenta. Montserrat Roig mantuvo siempre un estrecho vínculo con el Pirineo la llevó a moverse por la comarca, entre Lles de Cerdanya y la Parroquia de Hortó, donde finalmente compraría una casa, y que combinó con visitas a Fornells, en Menorca.
El periodista Quirze Grifell recordaba el año 2016, una entrevista el año 1989, dos años antes de la muerte de Roig, en que la escritora lo recibió en este pueblo del Alt Urgell y le confesó la suya estima por los pueblos pirenaicos: "Está donde puedes reconocer bastante como ha sido Catalunya durante siglos. El campesino catalán ha tenido que trabajar siempre en unas condiciones durísimas. Me emociona mucho encontrar una iglesia perdida en una montaña. Reconoces los signos de cómo se ha ido construyendo este país".