"Hom diria que em vol fer un petó", le dice Eva Campeny a Marko Javor, antes de despedirse para siempre. El beso no se produce, porque Marko no entiende el catalán: él solo es otro pescador croata luchando en las filas de las Brigadas Internacionales. Horas más tarde, de camino al frente, Marko repetirá de oído las palabras de la joven gerundense a un compañero, pero la traducción llega cuando ya es demasiado tarde. Esta es una de las muchas instantáneas que recoge Partint de Zadar (Lleonard Muntaner Editor), reciente ganador del Premio de Narrativa Mediterránea Pare Colom. En el libro, Artur Garcia Fuster hace balance de su experiencia como profesor de catalán en la universidad de la región croata de Dalmacia, ofreciéndonos un debut en narrativa de latido autoficcional y lleno de hallazgos.

Artur Garcia Fuster / Foto: Montse Giralt

La entrevista de trabajo que te lleva a la universidad de Zadar es muy informal, con lo que será tu cicerone croata, Nikola, preguntándote si eres charnego. Dices que este es un concepto antiguo que creías que ya no se aplicaba a nadie, pero que te equivocas.

Cuando me pongo a escribir, aparte de algunos apuntes tomados en Zadar, en gran parte lo hago de forma retrospectiva. Entonces, cuando me pongo a recordar qué pensaba yo entonces, me doy cuenta de que han habido cambios. Una de las primeras preguntas era esta, sobre si era charnego, por el apellido Garcia. En aquel momento no sabía que a Nikola, a menudo, le gustaba provocar a su interlocutor; pero es que, para mí, el concepto charnego era una idea completamente desfasada, histórica. Era como si me preguntara si enviaba telegramas. No he conocido nunca a nadie de mi generación que haya utilizado este concepto o afirme sentirse representado por él. Ahora bien, cuando reconstruía este recuerdo, me encontraba con que se estaba organizando un Festival de Cultura Txarnega en Barcelona. Organizado para reivindicar una presunta identidad, presuntamente progresista y presuntamente oprimida que, en resumidas cuentas, solo es profundamente española. Normalizar la españolidad en Catalunya es el objetivo de fondo de esta gente. Por desgracia, un cinismo demasiado común.

La identidad charnega, presuntamente progresista y oprimida, en resumidas cuentas, solo es profundamente española

En el departamento de iberorománicas, tus compañeros de hispánicas les ponían Los Panchos y Joaquín Sabina a los alumnos. ¿Cuáles eran los referentes catalanes que compartiste tú, con tus estudiantes zadarenses?

Mientras haces de lector de catalán en una universidad, eres prácticamente el único referente que tienen sobre Catalunya o los Países Catalanes. Con el tiempo, no solo les transmites una fonética y una manera de entender el idioma, también les transmites todos tus referentes personales y tu manera de ver el país. Es una responsabilidad inevitable y que yo hacía de forma totalmente inconsciente. Me encontraba exalumnos en Zadar que habían tenido profesores valencianos. Entonces, me hablaban con fonética valenciana y estaban convencidas de que Vicent Andrés Estellés era un gran poeta. En cambio, mis estudiantes copiaban mis maneras barcelonesas, se creían que yo era politeísta, que mis dioses eran Josep Carner, Jesús Moncada y Josep Pla. Escuchaban Els Pets, Obeses, Quimi Portet, Mishima o Tomeu Penya y algunas se pusieron a ver Plats Bruts, El crac, La Riera o Com si fos ahir porque es lo que a mí me gusta y, por lo tanto, lo que les recomendaba. Daba un poco de miedo cuando veías a las estudiantes hablarte de todo ello con entusiasmo.

Artur Garcia Fuster / Foto: Montse Giralt

Tu libro funciona a muchos niveles, uno de ellos el de guía sentimental de Zadar. Hay incluso capítulos dedicados a bares concretos, contraseña del wifi incluida.

Sí, es que los bares y cafés de Zadar, para mí, son su esencia. Ahora me has hecho pensar que, si hiciera un recuento de horas, seguramente pasé muchas más horas en los bares que en la Universidad. Eh, yo y cualquier profesor o estudiante de la Universidad de Zadar. Allí es el más habitual, clase, café, clase, café... Lo van intercalando durante todo el día y hasta la noche. Este ritmo, tan diferente de la vida barcelonesa que siempre había vivido, es lo que más me fascinó. Yo siempre tenía prisa, y en Zadar la prisa es un concepto absolutamente desconocido. Por eso salen tantas buenas historias, porque tienen también mucho tiempo para darle a la sin hueso. O, lo que es lo mismo, fabular, que es la base de cualquier relato. Zadar mantiene todavía la esencia del café como una antigua ágora griega. Y cada bar tiene su público, su gente. Quería recuperar este mundo que el turismo también está masacrando.

Hay un pasaje maravilloso donde conoces a un soldado de las Brigadas Internacionales que aprendió nociones de catalán yendo a misa. En una iglesia que acabaron quemando, por cierto.

¡Exacto! Esta es una de las historias que te va descubriendo Nikola y que recupero en forma de relato. Como el orfanato regentado por monjas espartanas, la fabricación del excelso queso de la zona, las hazañas deportivas o el singular vino que se puede beber. La del soldado centenario es una historia absolutamente desconocida y, aunque no lo parezca, bien real. Se había hecho un artículo, en croata, con una edición de fragmentos de la libreta donde estaban los apuntes en catalán del brigadista, pero yo recupero y reescribo, parodiando el estilo del reportaje periodístico, una posible vertiente personal.

En Zadar, que habían vivido no hace tantos años una independencia de verdad, con guerra y muertos, no se creyeron nunca nuestro Procés

En otro capítulo, vandalizas un parking para ayudar a un cónsul del Departament d'Exteriors a sacar el coche. Horas antes, un barman os había ofrecido los fusiles que todavía guarda en el armario de cuando la Domovinski Rat para luchar contra España. ¿Qué noche, no?

(Risas) Vandalizar sería una palabra demasiado fuerte. Digamos "desplazamiento temporal de mobiliario urbano". Sí, este fue un día divertido. Inmersos de pleno en el último trimestre del 2017, recibimos en Zadar la visita del delegado de Catalunya a los Balcanes, recién cesada; o en liquidación, que decían entonces. Y eso que el pobre hacía pocos meses que acababa de abrir la Delegación de Zagreb. La combinación de la precariedad política del momento, más el carácter balcánico, nos llevó a situaciones surrealistas como la del parking.

En este mismo capítulo, tú, el cónsul y tus alumnas asistís a la primera rueda de prensa de Puigdemont desde el exilio. Aunque era un momento que el país vivió con una cierta épica, tu forma de narrarlo no lo es. Quiero decir: tu sufrimiento principal es que tus alumnas se aburran escuchando al presidente.

Sí, porque, claro está, aquel hombre tenía que hacer su trabajo y seguir la comparecencia. Pero mis alumnas, que también estaban interesadas, seguramente habrían tenido suficiente con la noticia resumen del 3/24. Además, era muy curioso comprobar que el delegado, que se llama Erick Hauck y ahora mismo todavía ocupa esta posición, era muy consciente de la imagen que se estaba transmitiendo con aquella rueda de prensa. Él es periodista de formación, conoce protocolos de comunicación y sabe hacer bien su trabajo. Miraba aquella rueda de prensa, en una sala de techo bajo y repleta de gente, y veía que aquello no podía ser serio. No era épico, era destartalado.

Artur Garcia Fuster / Foto: Montse Giralt

Porque, teniendo en cuenta que tu etapa croata coincide con los años más encendidos del Procés, querría profundizar en este aspecto: ¿cómo se vivía toda la jarana, desde Zadar?

Fue interesante. Yo lo seguí todo desde la distancia. Intentabas mantenerte ilusionado, pero ya se veía que las cosas no funcionaban. De hecho, tengo otros textos en los que explico mis experiencias en las Delegaciones de Catalunya en el Exterior. Cuando viajaba desde Zadar acostumbraba a escribir dietarios para entretenerme, así que tengo muchos datos. Yo fui invitado, con vuelos y hoteles de 4 estrellas, a Viena y a Praga durante los años 2016 y 2017, a dos "encuentros de catalanes en el exterior". Se me invitaba solo por el hecho de ser catalán. Y me acompañaba una colega de la Universidad, la Vedrana de Partint de Zadar, solo porque sabía hablar catalán.

¿No hacía falta ningún otro requisito?

No. La idea es que nosotros teníamos que ser difusores de catalanidad en la Europa central y del este. En los encuentros había de todo. Otros profesores compañeros de la Red Llull de lectorados en Polonia, Serbia o Rumania, pero también gente que vivía en estos u otros países y que habían fundado, por ejemplo, Casales Catalanes en Praga o en Viena. Todos reunidos con un señor que se llamaba, curiosamente, Adam Casals. Digo "curiosamente" porque un encuentro versó, solo, sobre cómo fundar Casales Catalanes en el extranjero. Eran realmente contubernios independentistas. Y yo, poseído por el espíritu planiano, siempre pensaba: ¿todo eso, cuánta pasta debe costar? Vuelos, hoteles, caterings, cenas...

Profesores catalanohablantes se adaptan a la lengua del alumno, negándoles así el derecho de aprender el catalán correctamente

Muchas pelas.

Con sincera ingenuidad preguntamos varias veces si el Procés iba de veras, del palo, "va por favor, decídnoslo: ¿hay trabajo hecho detrás de tanta jugada maestra"? El delegado Casals se zafaba con una naturaleza de anguila que ni el mismo Bernat Metge. Recuerdo entre los catalanes expatriados discusiones sobre la fiabilidad o no del personaje. Puedo decir tranquilo que a mí siempre me pareció un impostor, pero tampoco sirve de mucho, porque me convencieron igualmente de venir desde Croacia a votar el día 1 de octubre, para después dedicarse a tirar este día a la papelera de la historia. En Zadar, que habían vivido no hace tantos años una independencia de verdad, con guerra y muertos, no se creyeron nunca nuestro Procés. Se trataba con condescendencia irónica. Cuando la cosa ya iba por los suelos con el artículo 155 y la doble farsa, catalana y española, que vivimos desde entonces, recuerdo una conversación con Nikola. Él, para la gente de Zadar, es el referente con el que informarse de este tema con cierta complejidad. Un día me dijo: "Artur, yo ya no sé cómo defenderos".

Artur Garcia Fuster / Foto: Montse Giralt

Eres profesor de catalán en un instituto de Santa Coloma, una plaza que según cómo puede suponer tantos o más retos que Zadar. ¿Cómo te lo arreglas, allí?

Es un trabajo diferente. En Zadar son estudiantes universitarias, con más nivel cultural, por lo tanto, vienen a clase más o menos voluntariamente. Se interesan por tu cultura y es un placer enseñarla y ver cómo se apasionan y se la hacen suya. Si tienes tiempo de hacer una trayectoria de años, como pude hacer yo, tienes la oportunidad de ver cómo alcanzan un buen nivel de lengua e, incluso, trabar amistad con alguna de estas alumnas que, gracias a los estudios, han acabado trabajando, también, en aspectos relacionados con la cultura catalana.

¿Y a la ESO catalana?

En secundaria te topas con la adolescencia, que es rebelde y busca el conflicto por naturaleza. Un hecho curioso, sin embargo, es que yo había estado enseñando catalán como L2, lengua extranjera, y pensaba que volviendo aquí podría trabajar con un enfoque del catalán como L1. Nada de nada. A menudo sigo enseñando catalán con estrategias didácticas de "lengua extranjera". Conceptos que teóricamente tendrías que dar por supuestos en hablantes nativos los tienes que explicar desde la base. Es triste y deprimente la dejadez de la administración catalana: Generalitat, Conselleria, medios públicos de comunicación... Cómo se ha permitido llegar hasta aquí. Ellos son los primeros que tendrían que dar ejemplo y no lo hacen. A los políticos catalanes parece que les haga ilusión hablar en castellano siempre que pueden. Como queriendo decir: ¡"Mira, mira, que yo también sé castellano, eh! Que no sea dicho". Pones TV3 y siempre ves a Agnès Marquès, la Melero o el Ustrell entrevistando a alguien que habla castellano. No hay TN Nit sin Toni Cruanyes promocionando Dolores Redondo, Fernando Aramburu o el musical de turno en castellano.

Hemos llegado al punto en que jóvenes catalanohablantes, sin darse cuenta de ello, están renunciando a su lengua solo por presión ambiental

Es un despropósito.

Es escandaloso. Es la misma actitud sumisa y diglósica de muchos hablantes catalanes. "No, no te preocupes, ya cambio yo de lengua, que yo también hablo castellano, solo faltaría". Eso hace años que se ha trasladado a los institutos. Profesores catalanohablantes se adaptan a la lengua del alumno, como si así les hicieran un favor, cuando es lo contrario, porque les niegan el derecho de aprender el catalán correctamente y con normalidad. También es curioso ver como muchos profesores de origen castellanohablante, gente que ahora mismo ronda entre los 30 y los 40 años, que han llegado a ser profesores en parte porque disfrutaron de una buena inmersión lingüística y hecha con rigor, abandonan con facilidad la lengua catalana, negando a los alumnos el conocimiento que ellos tuvieron.

Sábanas perdidas de colada en colada.

Al mismo tiempo, con la no aplicación de la inmersión, como profesor de catalán, sientes como te están faltando constantemente el respeto. Imagina que yo entro en un aula después de la profesora de matemáticas o de química y digo a los alumnos, señalando en la pizarra una fórmula o una demostración, que aquello que han hecho no sirve para nada. Pues cada vez que, después de una clase mía, ves a profesores hablando en castellano con alumnos por los pasillos o los oyes dando clase en castellano a los mismos alumnos a los cuales tú, hace cinco minutos, les has estado dando clase de catalán y los has oído hablar en catalán, sientes que se están meando sobre tu trabajo. Inconscientemente, no digo que no, pero lo hacen. El mensaje que se transmite es que el catalán es prescindible.

Artur Garcia Fuster / Foto: Montse Giralt

Una lengua que molesta, incluso.

Y sabe muy mal, porque la realidad es que, aparte de casos anecdóticos en los que vienen muy ideologizados de casa, la gran mayoría de alumnos no tienen ningún problema con el catalán. La culpa en ningún caso es suya. Entienden perfectamente que es la lengua propia de Catalunya y agradecen que se la enseñes con buen humor y pasión, que es lo que yo intento transmitir en el aula. El problema es que cada vez son menos, aparte de los profesores de catalán, los que tienen claro que nuestra tarea como referentes adultos también incluye el mantenimiento de la lengua. Si sumas la preponderancia del castellano en redes sociales y en los medios de comunicación, pues lo tenemos complicado. Incluso alumnos que son catalanohablantes esconden esta realidad en el aula. Hemos llegado al punto que jóvenes catalanohablantes están renunciando a su lengua de entrada y sin darse cuenta de ello, solo por presión ambiental. Y no en la calle, sino en la escuela, en un lugar donde todos los vectores, en teoría, tienen que converger para que el uso lingüístico sea el del catalán.