El problema de hacer una historia de atracos es que los referentes en cine y televisión son tantos, y algunos tan ilustres o populares, que se tiene que ser muy bueno para poder despuntar. Daniel Calparsoro, director de Asalto al Banco Central, no lo es. Rueda bien las escenas de acción y se nota que le gusta el género, pero no es un buen narrador ni tiene la capacidad de renovar a los viejos géneros. Todavía más, es un fan (quizás involuntario) de los clichés, de los diálogos impostados y de las soluciones perezosas.

Crónica de una oportunidad perdida

La miniserie de Netflix tenía todos los ingredientes para ser, como mínimo, interesante. Un caso real que se presta a teorías de la conspiración, unos personajes lo bastante ambivalentes para atrapar al espectador y la recreación histórica de la convulsa Barcelona de principios de los 80. El problema que ni el notable envoltorio técnico, ni siquiera la innegable fuerza de los hechos, redimen una miniserie que comete unos cuantos errores de manual. El primero de todos ellos, esta obsesión, compartida por infinidad de series similares, para hacer que los personajes digan en voz alta frases lapidarias y/o extremadamente explicativas que a la vida real no dirían ni después de cuatro gin-tonics. Y después, hay esta irritante constatación de que todo es demasiado limpio, demasiado nítido. La Barcelona del primer postfranquismo que presenta la miniserie resulta demasiado encartonada, demasiado disfrazada. Para no hablar de su infantil, para no decir estúpida, aproximación a los dilemas del oficio de periodista.

Foto Asalto en el Banco Central 3
Asalto al Banco Central, una miniserie que comete unos cuantos errores de manual

Ni el notable envoltorio técnico, ni siquiera la innegable fuerza de los hechos, redimen una miniserie que comete unos cuantos errores de manual

Calparsoro y su guionista, Patxi Amezcua, recrean el ya mítico atraco a la sede del Banco Central en Barcelona del 23 de mayo de 1981. Y van al grano: la cosa empieza con los once encapuchados entrando en el edificio y capturando más de 200 rehenes para negociar, aparentemente, la libertad de Tejero y el resto de conspiradores del 23F. Pero militares, policías y periodistas empiezan a sospechar que el asalto tiene otras motivaciones. La reconstrucción de los hechos, por sí misma, no es un aliciente, ya que hemos visto centenares de películas o series mucho más sólidas sobre un asalto igual de metódico y con unos personajes igual de contradictorios. Su valor añadido sería indagar las teorías de la conspiración, las verdades susurradas que la ficción puede añadir al relato sin complejos. Este elemento, el más sugestivo, es precisamente el más maltratado de la función. Si se hubiera entregado al thriller político con lecturas contemporáneas, Asalto al Banco Central habría encontrado un toque distintivo y a la vez un magnífico pretexto para mostrar los acontecimientos desde una perspectiva inédita. Pero en lugar de eso, director y guionista priorizan los tópicos de género y minimizan las partes más prometedoras, concentradas en su último episodio. Para ser justos, es entretenida y bastante superior a los últimos trabajos de Calparsoro, pero acabas los cinco episodios con la sensación que al fin y al cabo es la gran crónica de una oportunidad perdida.