"El mundo, allí fuera, es un infierno lleno de desorden; yo sólo fotografío el orden que alguien, antes de mí, ha sabido dibujar sobre un mapa". Eso es lo que Michel Houellebecq pone en boca de Jed Martin, protagonista de El mapa y el territorio, cuando en su primera exposición fotográfica alguien le pregunta qué sentido encuentra a fotografiar mapas de carretera. Evidentemente Jed Martin no existe y Michel Houellebecq dudo que nunca tenga interés en saberlo, pero en octubre de 1931 la reciente inaugurada Generalitat de Catalunya encomendó a una serie de expertos el reto de dibujar sobre un mapa la ordenación del país: la conocida como División Territorial catalana de 1936, una tarea que se inspiró en el pasado medieval de la nación para organizarlo territorialmente de una forma que perviviera en el futuro. Tan en el futuro que, de hecho, la organización del Principado de Catalunya que conocemos hoy en día deriva automáticamente de aquella misión llena de curiosidades llevada a cabo hace casi un siglo.
El poeta que impulsó las comarcas
La historia empieza en octubre de 1931. Estamos en el primer otoño de la Generalitat republicana y Ventura Gassol, el poeta autor de Les tombes flamejants y el Conseller de Cultura que Josep Maria de Sagarra definió como "un hombre con cara de pan de kilo lleno de poesía", impulsa la Ponència d'estudi de l'estructura comarcal de Catalunya, un nombre larguísimo que finalmente acabará modificándose por Ponència d'Estudi de la Divisió Territorial de Catalunya. Presidida por el Conseller y formada por ocho expertos de varios territorios y tendencias políticas, la Ponencia tenía como objetivo no sólo dibujar el mapa comarcal de Catalunya, sino ordenarlo en el menor número de demarcaciones posible con el fin de suprimir la estructura provincial impuesta por el gobierno estatal el año 1833.
Gassol fue el impulsor de la Ponencia, pero el auténtico cerebro y diseñador del mapa fue el geógrafo Pau Vila, que era vicepresidente y a quién se le había encargado el proyecto. Para confeccionarlo, se envió a todos los ayuntamientos catalanes una carta con tres preguntas muy concretas: la primera les cuestionaba en qué comarca creían que pertenecía el pueblo, la segunda les consultaba dónde iban en mercado, y la tercera, adicional, les preguntaba si también iban a algún otro mercado. La suma de las respuestas a las tres preguntas dibujó un mapa basado en las relaciones comerciales y con una variedad popular de nombres o localismos que permitieron confeccionar un primer proyecto con veintiocho comarcas. Esta primera propuesta, sin embargo, presentada el 13 de septiembre de 1932, levantó bastante controversia entre los miembros de la Ponencia, motivo por el cual muy pronto se terminó un segundo proyecto de División Territorial que se convertiría en el definitivo.
Reus y Tarragona, tan cerca y más alejadas que nunca
Con Ventura Gassol todavía como presidente de la Ponencia, el proyecto se presentó el 12 de octubre de 1932 en una sesión presidida por Josep Tarradellas, Conseller de Gobernación, y fue aprobado por unanimidad: Catalunya quedaba dividida, finalmente, en nueve demarcaciones y treinta y ocho comarcas. Para bautizar estas demarcaciones se recuperó la denominación histórica y popular de veguería, vigente en el Principado desde la edad Media hasta el Decreto de Nueva Planta de 1714. No sólo se trataba de organizar territorialmente un país, sino también de denominar las zonas, por eso la Ponencia se puso a trabajar conjuntamente con la Sección Filológica del Instituto de Estudios Catalanes en la correcta confección de un nomenclátor de los municipios y la toponimia de las respectivas veguerías y comarcas: por mucho que parezca mentira, decidir que una comarca se llama "La Selva" o "Baix Llobregat" es una tarea tanto o más poética que escribir un soneto.
La nueva toponimia fue aprobada el 13 de febrero de 1933, y en el nuevo mapa, que tenía una relación más que relativa tanto con la organización medieval de veguerías como con el mapa de obispados catalanes, destacaban dos particularidades que tuvieron que ser enmendadas pocos años después: la primera incluía la Garrotxa en la veguería con capital en Vic y la segunda era la co-capitalidad de Tremp y La Seu d'Urgell en la veguería más nordoriental del país. En los dos casos, tres años más tarde se aprobaron los cambios que incluían la Garrotxa en la veguería de Girona y convertían La Seu d'Urgell en la capital única de su veguería. Había, sin embargo, dos particularidades del nuevo mapa que hoy en día nos pueden parecer curiosas: que el Alt Penedès se incluyera dentro de la veguería de Tarragona y, sobre todo, que precisamente Tarragona y Reus, las dos conurbaciones urbanas con más población del país y menos distancia entre sí, formaran parte de dos veguerías diferentes a pesar de estar separadas por escasos 15 kilómetros.
Ir y volver con un día en la capital
En septiembre de 1934 se preparó el proyecto de ley para presentarlo al Parlament, pero los Hechos del 6 de octubre y la consiguiente suspensión de la Generalitat de Catalunya dejaron el proyecto de División Territorial en suspenso hasta el año 1936, cuando con la Generalitat restituida y ya iniciada la Guerra Civil, el 27 de agosto el gobierno catalán aprobaba la nueva organización del país en un proyecto de ley aprobado por decreto y que mostraba un cambio importante -aparte de los mencionados antes de la Garrotxa y La Seu d'Urgell- con respecto al confeccionado pocos años antes: el término veguería, de herencia medieval, quedaba sustituido por el de región, enumerando cada nueva región de la I en la IX.
Desde su génesis inicial, la nueva organización territorial se ceñía en un objetivo que a estas alturas nos puede parecer ridículo, pero que en aquellos tiempos era primordial: cualquier habitante de un municipio tenía que poder ir a la capital de su demarcación y volver a casa en un solo día. La subdivisión en nueve regiones, una tarea que finalmente se prolongó en cinco años de trabajo lleno de idas y venidas, así lo aseguró; el 1 de diciembre de 1937 y presionado por Antoni Rovira i Virgili, el presidente Lluís Companys aprobó de nuevo el cambio de denominación de las demarcaciones, devolviéndolas de nuevo al concepto veguería. Al acabar la Guerra Civil, sin embargo, la división territorial de la Generalitat republicana se fue al garete, prevaleciendo de forma no oficial pero sí oficiosa entre los geógrafos y siendo el embrión de la organización territorial catalana aprobada con el Estatuto de 1979, donde no existe la regionalización del país pero en el cual, en cambio, cada servicio de la Generalitat se estructura de forma regional en ámbitos funcionales.
El año 2001 el Informe sobre la revisión del modelo de organización territorial de Catalunya, más conocido como Informe Roca, propuso una reorganización para el siglo XXI que desembocó en la Ley de la Organización Veguerial de Catalunya aprobada en el Estatuto de 2006 y donde cada veguería dispone de personalidad jurídica propia, aunque actualmente este traspaso de las diputaciones provinciales a las ocho veguerías sigue, catorce años después, en un permanente gerundio eterno.