El Berguedà tiene una importancia primordial a la biografía de Aurora Bertrana. No sólo vivió con su marido, veraneó con la familia y vivió después de volver del exilio, sino que también murió y, por lo tanto, descansa eternamente. Para los Bertrana, padre e hija, Berga fue una especie de refugio, de paraíso perdido, en reposo en unas vidas nada fáciles.
En Berga huyendo de los fantasmas
El escritor y pintor Prudenci Bertrana (1867-1941) pasó un primer verano en Berga el año 1931, atraído por lo que le había explicado su joven amigo Ángel Pons. Antes de llegar, ya estaba bien relacionado con personalidades bergadanas como Ramon Vinyes "el sabio catalán" de Gabriel García Márquez. Para el escritor, cambiar el lugar de veraneo habitual en Puigcerdà por Berga era una manera de superar la muerte de su hija Cèlia –antes ya se le habían muerto un chico y una chica– y de alejarse de una ciudad de Barcelona que lo desagradaba absolutamente, animal de bosque como era, aficionado a la caza y la vida en contacto con la naturaleza.
De todos modos, condenado a trabajar para sacar adelante a la familia, el autor de Josafat publicó durante el primer verano en Berga ocho artículos en La Veu de Catalunya, bajo el título Impresiones estivales. También cogió los utensilios de pintura y retrató los paisajes con el pincel.
De Tahití en el Bergadà
Aurora Bertrana, sin embargo, se había adelantado a su padre en el descubrimiento de la comarca. Casada con el ingeniero francés Denys Choffat, la pareja acababa de devolver de un largo viaje a la Polinesia, ya que el marido había sido encargado de montar una central eléctrica en Papeete, Tahití. El año 1930, Choffat empezó a trabajar en la Cementera Asland de Castellar de N'Hug, y la pareja reside una temporada a la Pobla de Lillet.
El verano de 1931, padre e hija, con el resto de la familia, se instalan en Can Xamena. Aurora acababa de publicar Paraisos oceànics y despuntaba como escritora de viajes y mujer moderna y viajera en una II República recién llegada. En noviembre de 1931, Bertrana escribe a la revista D'ací i d'allà, el artículo "Montañas bergadanes".
En el artículo, Bertrana escribe: "Las mañanas, me complacía montar por un callejón estrecho, desnivelado (de mal nombre "El rompe piernas") que lleva a la carretera de Queralt. Subia al castillo de Sant Ferran, pobre de arquitectura, pero rico de perspectivas. [...] Debajo de mí, Berga, silenciosa y tranquila, estaba apoyada en la montaña, llena de árboles, matizada de hazas. Perspectiva de tejados grisáceos, de donde se me llegaba alguna canción apagada e ingenua. Los ojos empezaban de empaparse de visiones montañesas. Delante mío, hacia viento del sur, se perfilaban Montserrat y Sant Llorenç de Munt. En Levante, las primeras montañas de Cerdanya, el Santuario de La Quart, Montseny, y más cerca, los Canales de Sant Miquel".
La belleza del cementerio
Después de una estancia en la Nuez, Vilada fue el refugio de la familia Bertrana durante los veranos de los años treinta, y donde pasaron buena parte de la Guerra Civil. Después de un largo y penoso exilio –la guerra había roto el matrimonio, ya que Choffat se había pasado a los fascistas–, Aurora Bertrana volvió al Berguedà apenas llegada en Catalunya. En Les Eres de Guardiolans encontró la tranquilidad necesaria para escribir sus novelas y memorias y unos cuantos amigos fieles. A veces bastante huraña, prefería el contacto con los campesinos que no los literatos e intelectuales, aunque mantuvo amistad con mosén Josep Armengou.
Aurora Bertrana, que había destacado la belleza del cementerio de Berga al suyo artículos "Montañas bergadanes" – "con su arbolado frondoso tiene una graciosa melangia"–, murió en la ciudad el 3 de septiembre, donde está soterrada.