Hace años una imagen de mis veranos era la avioneta con propaganda rectangular que sobrevolaba la playa. Imaginaba al conductor: "venga, vamos, ir y volver tres veces y coger velocidad que si no la lona no queda lisa" (¿pero dónde se elevaba y dónde aterrizaba aquella avioneta?). Minuto de gloria delante de una playa llena a la que quedaba el mensaje grabado en las retinas, un héroe aéreo con casco y gafas en un impacto publicitario lejos todavía de los algoritmos y las cookies. El verano también eran los hilos de grasa del jamón tierno del melón con jamón y el zumo de lima del final del Calipo en envase de cartón cónico. Todas las canciones de todos los conciertos de fiestas mayores de todos los pueblos de cerca de mi pueblo. Ahora han sido Perro Sánchez, los votos azules de Madrid llegando a última hora y el rosa Barbie desmontando todo aquello que encarna. El verano es el fuego, siempre. El tramo en rojo de Google Maps que sabe cuántos coches habrá cuando yo llegue. Que no muera José Luis Perales. Descuartizar cuerpos, mostrar cuerpos y generar debates repetidos y previsibles.
Este verano para mí también ha sido Valencia y Alicante, donde se escucha más catalán de lo que imaginaba, y no hemos podido evitar los ojos cómplices (es triste, en el fondo, que haga este tipo de ilusión) de cuando sentimos que trazamos el dibujo de un territorio más allá del principado. Como si el héroe de la avioneta hiciera la cuesta abajo, abajo, uniéndonos a todos estos tozudos de hablar catalán. Los del Cavall Fort y el Camacuc de Borriana. He pensado en Àusias March, inevitablemente, que nació en Gandía. En la lengua de su poesía. Cuando el poder de la imagen no tenía nada que ver con el de nuestro mundo, él articulaba comparaciones potentísimas, siempre para explicar su desgracia amorosa: el enfermo que vuelve a caminar y cae cada vez pero se levanta y sigue a pesar del cuerpo dolorido, el náufrago que ve dónde se puede coger para no ahogarse pero tiene tan mala suerte que no llega porque el mar se lo lleva. Así es de desventurado para llegar a la amada. Cuando pide ayuda a los vientos para que lo devuelvan cerca de ella dice que el mar hervirá como la cazuela al horno.
El verano también eran los hilos de grasa del jamón tierno del melón con jamón y el zumo de lima del final del Calipo en envase de cartón cónico
Lo pienso cada vez que veo el arroz en la paella y cuando no me salen las comparaciones. Él explicaría mejor que bebíamos el culito del helado de lima como si fuera una copa de Vega Sicilia de más de diez años. Que bailábamos en los conciertos de las fiestas mayores como si la música nos envenenara del deseo de desear. Es el primer poeta en lengua catalana. Hasta que no llegamos a March (y él mismo ya dice que se aleja del estilo de los trovadores), la poesía —la prosa no— es en occitano; es el creador de toda una manera nueva de mirarse y de conceptualizar el amor. Ciento veintiocho poemas, unos diez mil versos de fervor y de desesperación. "Callan aquellos que de amor han hablado", porque él es el mayor amador. Del de la avioneta de Nivea a Ausiàs March. Está claro que los caminos mentales de un mes de agosto son inescrutables.