Todo empieza con una idea. Una historia. Una ilusión. El autor de moda —aún no lo es, pero él ya se ve siéndolo— empieza a escribir. Poco a poco, va llenando páginas con frases que le parecen buenas, profundas, potentes. Las repasa, las pule y las escoge con delicadeza. Vuelve sobre ellas, las deshace, las enlaza de nuevo. Pasa noches en vela, domingos encerrado en casa y semanas enteras con esa vocecita interior que le dice: “esto podría funcionar”. Una vez terminado, envía el manuscrito a varias editoriales, y tras una espera que se mide en estaciones más que en semanas, una editorial le dice que sí. Sí. La palabra mágica que lo hace todo posible. Firma el contrato temblando de nervios y esperanza. Aún no sabe que lo que acaba de firmar no es una entrada al paraíso literario, sino más bien una entrada de servicio. Dejémosle soñar. No le rompamos la fantasía. No le abramos los ojos todavía.

Una oportunidad de negocio

Recibe un adelanto. Una cantidad que, dicha en voz alta, hace ilusión. Mil euros. Tal vez dos mil, con suerte. Pero pronto descubrirá que esa cifra no es un premio, ni un sueldo: es una deuda anticipada. Las ventas posteriores servirán para “devolver” ese adelanto. Y hasta que no lo compense con ejemplares vendidos, no verá ni un céntimo más. Con suerte, ni lo conseguirá. Y si lo hace, ¡tardará meses! “Liquidaciones”, lo llaman ellos. Pero a él le da igual, él no piensa en el dinero ni en los ejemplares ni en nada que no sea publicar su obra. Mientras tanto, todo son prisas. La editorial le presiona: la temporada es corta, la feria se acerca y hay que enviar el libro a imprenta. Las correcciones, mínimas y a toda prisa. El tiempo, siempre justo y siempre al límite. Y aun así, cuando finalmente se publica el libro, hay errores. “Siempre hay errores”, le dicen. Nombres mal escritos, palabras mutiladas… Incluso páginas mal impresas, errores de paginación y cambios de última hora que nadie le ha consultado. Él quiere que rueden cabezas, ¡pero pobrecito! Él no es nadie, y nadie se hace responsable. “No pasa nada”, le dicen. “Esto siempre pasa”, le dicen.

Las ventas posteriores servirán para “devolver” ese adelanto. Y hasta que no lo compense con ejemplares vendidos, no verá ni un céntimo más. Con suerte, ni lo conseguirá. Y si lo hace, ¡tardará meses!

El libro llega a las librerías. Tiene portada. Tiene ISBN. Es suficiente, “está bien”. Y el autor tiene una agenda llena de presentaciones, clubes de lectura, entrevistas en blogs culturales con tres lectores y medio… Le piden vídeos promocionales, reels, stories con la portada, enlaces por todas partes. ¡Todo gratis, claro! Porque “la promoción te beneficia”, le dicen. Es escritor, sí, pero también es community manager, jefe de prensa y vendedor ambulante de su propio libro. Y eso que nuestro autor aún no sabe que para vender su libro también tendrá que comprárselo a la editorial. ¡Nada es gratis!

Cuando llega Sant Jordi, el autor siente que es su momento. Su debut en sociedad. La editorial ha invertido mucho en él: anuncios en la radio, entrevistas en programas de televisión, recomendaciones y vídeos de los influencers de turno… Espera que haya servido para algo. Sant Jordi se le hace largo, confuso, agotador, pero hay gente que ha hecho cola para hablar con él. Incluso le han dicho que han visto el anuncio de su libro, que le siguen en redes desde hace mucho tiempo… No se lo puede creer. Siente que es alguien importante. Firma muchos libros y el día acaba con las plantas de los pies destrozadas, pero con la autoestima por las nubes. ¡Su libro ha sido de los más vendidos de este Sant Jordi! Es el autor de moda. Se siente feliz, satisfecho. La editora le dice: “el año que viene volverás a ser el libro más vendido”. ¡Qué presión! Pero qué bien… ¿verdad? Piensa que si el próximo libro funciona —si se vende, si gusta—, entonces llegará el éxito y el reconocimiento. Seguro que podrá pedir más dinero a la editorial, seguro que le cuidarán mucho y por fin habrán entendido el valor de su trabajo.

Lo que no sabe nuestro autor de moda es que a él nadie lo ve como un escritor. Él es una oportunidad de negocio y lo explotarán como sea

Lo que no sabe nuestro autor de moda es que nadie le ve como un escritor. Él es una oportunidad de negocio y lo exprimirán como sea. Todos sacarán tajada: la distribución, que se llevará un porcentaje muy alto del precio de venta de su libro; la editorial, que también se quedará una buena parte; y el impresor, que también cobrará lo suyo. El librero también ganará unos céntimos, pero… ¿y él? Él solo recibirá las migajas.  Su éxito ha puesto en marcha otra máquina. Una que no tiene nada que ver con la lectura, sino con el márketing. La editorial estudiará su libro como si fuera una fórmula. Descifrará su tono, su formato, su estética… “¡Ha funcionado!”, dirán. Y eso es todo lo que les importará. Pronto, su catálogo empezará a llenarse de títulos sospechosamente parecidos al libro del autor de moda. Con portadas que le recordarán a la suya. Con voces que querrán sonar como él. Su libro se convertirá en una plantilla y él en un precedente. Mirará a su alrededor y todo le parecerá suyo, pero escrito por otra persona. Su propia fiesta, en la que nadie le ha invitado.

A pesar de todo, el autor de moda sabe que quien le ha leído no le confundirá con ningún otro. Decide que no publicará nada más con ninguna editorial y que autopublicará todo lo que pueda. Sabe que será imposible distribuir el libro como lo hacía la editorial, sabe que no saldrá en las listas de los libros más vendidos y sabe que no volverá a haber anuncios en la radio ni portadas de periódico, pero él dormirá tranquilo. Y mientras escribe un artículo para contarle su sueño editorial al lector, piensa en un buen final que cierre todo bien y decide hacerlo con esta pregunta: