Cuando estalla la Guerra Civil en julio de 1936, el joven huérfano Benet Nomdedéu, de solo once años, se queda en la escolanía de Montserrat mientras los otros monjes y monaguillos abandonan la montaña. Sin otro lugar a donde ir, Benet es acogido por Carles Gerhard, el comisario de Montserrat, y su familia. La abadía se transforma en hospital, imprenta, centro cultural y lugar de refugio por orden del gobierno de la Generalitat de Catalunya. A medida que la guerra avanza, Benet se convierte en testimonio de numerosas historias dentro de la abadía: desde las actividades del doctor Josep Trueta y del poeta soldado Manuel Altolaguirre hasta los movimientos secretos de fray Areso. A través de sus ojos, asistimos al paso de figuras relevantes como el presidente Lluís Companys, la artista Bella Dorita y el tenor Emili Vendrell. Con la ayuda de fray Cervera, el monje más veterano, Benet empieza a entender los acontecimientos que lo rodean, al mismo tiempo que se despliega su propia historia de crecimiento, aventuras, amores y descubrimientos. Esta es la sinopsis inicial de La montaña del tesoro (Destino), la nueva novela de Martí Gironell, que nos acerca a un capítulo poco conocido pero vital de nuestra historia y nos muestra como Montserrat se convirtió en un refugio providencial para la supervivencia de uno de los símbolos más queridos de Catalunya. El libro llegará a las librerías el próximo 23 de octubre.
Tres páginas de La montaña del tesoro
De repente, el destacamento empezó a dispersarse por el recinto, y mientras varios mossos se apostaban sobre la barandilla, en el muro que cierra la plaza de Santa Maria, otros se dedicaron a colgar carteles por todas partes.
—«Edificio requisado por la Generalitat para el servicio a las instituciones del pueblo» — leyó Benet en voz alta.
No hacía ni media hora que los mossos habían tomado posesión del monasterio cuando llegaron dos camiones forrados con colchones y cargados de hombres vestidos de paisano. Bajaron unos cuantos, la mayoría con un pañuelo en la cabeza para protegerse del sol, que en julio ardía. Iban armados con escopetas y pistolas, llevaban cartucheras cruzadas sobre el pecho y al hombro, y alguno blandía aquella misma bandera negra y roja que ondeaba en el campanario y en algún tejado de Monistrol. Cuatro hombres empezaron a descargar bidones de gasolina de uno de los camiones.
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