Precedida por el entusiasmo que despertó en el Festival de Cine de Venecia; Babygirl, la película dirigida por la holandesa Halina Reijn y protagonizada por Nicole Kidman, que esta semana llega a las salas de cine, promete dividir al público. Habrá quienes comprendan su erotismo, y quienes subrayen que ya se ha visto antes. Ambos puntos de vista tienen algo de razón, ya que cualquier lectura al respecto es válida. Sí, hay referencias claras a Secretary y la extraña relación sumisa entre James Spader y Maggie Gyllenhaal; a El último tango en París (atención a la escena del plato de leche al estilo felino); a Paul Verhoeven en sus diferentes facetas, o incluso a las fantasías de Emma Stone en Pobres criaturas. También evoca el universo de Eyes Wide Shut, la última obra de Kubrick, en la que Kidman también participó. Quizás esto último sea por el mantra de la mansión, las alusiones de Romy (Nicole Kidman) a gurús, comunas y sectas, o la entrada a la discoteca, el viaje en coche y lo que sucede después.
 

🎞️'La sustancia': sangre, feminismo y Demi Moore


Las influencias de Reijn, directora de Instinto (otro título con contenido adulto) y Muerte, muerte, muerte, son evidentes, pero también introduce ideas actuales. Se percibe el impacto del movimiento #MeToo, la accesibilidad a plataformas con contenido explícito, la dependencia de los móviles y la desconfianza hacia las mujeres en posiciones de poder. Además, plantea cuestiones como la gestión de la frustración: ¿Por qué no cumplir ciertas fantasías? ¿Dónde está el límite entre obsesión y manipulación?

La clave es Nicole Kidman

La película comienza y termina con un orgasmo. El primero parece fingido; el último, real. Pero aquí lo importante no es el desenlace, sino el trayecto: cómo se llega al objetivo y sus consecuencias. Por ejemplo, cuando Romy sugiere a su marido que vean porno mientras hacen el amor, él se incomoda: “No me veo como el malo de la película”, dice el personaje de Antonio Banderas, Jacob, un director de teatro. Ante su inseguridad profesional, pregunta: “¿Me consideras irrelevante como director?”. Ella responde: “Todos somos irrelevantes”. Romy es una ejecutiva con poder de decisión hasta que se cruza con un becario que la hipnotiza (tras haber demostrado control sobre un perro furioso en la calle).

La directora Halina Reijn y la actriz Nicole Kidman en la presentación de Babygirl en Venecia / Foto: Fabio Frustac / EFE

En Babygirl, Reijn alterna planos amplios de escenarios cotidianos con otros más íntimos y estáticos, pasando de un idílico retrato familiar al desenfreno en un hotel barato con moqueta desgastada. “El poder lo tengo yo. Con una llamada lo dejas todo”, le dice el becario a su mentora. En esta composición también entran en juego los hijos, la preocupación por los padres —con roles invertidos cuando estos pierden el control— y la complicidad, destacando la preciosa escena del cigarrillo en la cocina.

El gran atractivo de Babygirl es Nicole Kidman. Poderosa pero aparentemente frágil, explícita en su deseo, sensual en sus formas, elegante hasta el extremo, misteriosa y, sobre todo, libre de complejos

Quienes valoren la película pueden aferrarse a la química entre los amantes y a la música de Cristobal Tapia de Veer, también responsable de la banda sonora de The White Lotus. Una química que, por ejemplo, brillaba por su ausencia entre Nicole Kidman y Liev Schreiber en La pareja perfecta o con Hugh Grant en The Undoing. Aquí, en cambio, Kidman alcanza el nivel de intensidad que mostró en Big Little Lies. Definitivamente, el gran atractivo de Babygirl es Kidman. Poderosa pero aparentemente frágil, explícita en su deseo, sensual en sus formas, elegante hasta el extremo, misteriosa y, sobre todo, libre de complejos. Su papel y su enfoque son tan valientes como el de Demi Moore en La sustancia. En un momento en que nada parece ocultarse, Kidman asume todo sin titubeos.

Por su parte, Harris Dickinson se transforma de aquel modelo Balenciaga de mirada intensa en El triángulo de la tristeza a un pandillero disfrazado de ejecutivo en ciernes, con aspiraciones altas pese a su vestimenta, collar de oro grueso, tatuajes de dudoso gusto y teorías como la del cuco: “¿Sabías que los cucos ponen siempre sus huevos en nidos ajenos?”. En la ecuación, Antonio Banderas aparece con un papel discreto, dispuesto a perdonar cualquier cosa al amparo de La Biblia. Pero la clave está en Nicole Kidman, quien lanza una frase contundente ante la insinuación de un superior: “Si quiero que me humillen, pagaré a alguien para que lo haga”.