Dicen que artista se nace, no se hace, pero Bad Gyal revierte la norma de lo establecido. Es de esos fenómenos que o se entienden mucho o no se comprenden en absoluto. Pero la cuestión es que es indiscutible que Alba Farelo tiene algo (mucho) que engancha, y ayer se hizo valer sin manías en uno de los escenarios del Sónar de Noche, que quedó lleno hasta el fondo y cuyo público se dejó someter por el autotune sin reproches. Provocadora y sensual, soberbia y engreída, vestida de negro con cueros y pocos huecos para la imaginación, superó su primera partida en el festival sin contratiempos, pero también sin grandes discursos y sin el carisma que acostumbran a tener los personajes de su tiempo: pudo haber reinado (como Rosalía en el Primavera Sound o C.Tangana el año pasado) pero se quedó en una parada vacua para hacer tiempo.

Foto: Carlos Baglietto

Fue una actuación notable en espectáculo y repertorio —Bad Gyal está en el podium de los singles que funcionan y con cada concierto que da tiene más tablas encima de la tarima, es cierto— pero algo insulsa en espíritu, sobretodo teniendo en cuenta sus más de cinco millones y medio de escuchas mensuales en Spotify y que la tía ya tiene más de un millón de seguidores en redes, se codea con Sean Paul o Karol G y tiene la garantía de haberse convertido en la gran referente de la música urbana en nuestra casa. Eso demuestra que pantallas y talento pueden estar reñidos cuando hay déficit entre el directo y la expectativa. Un defecto que se suma a la poca empatía y cercanía territorial que demostró anoche en Barcelona, hablando en un castellano vehicular en sus pocas intervenciones y con esa inexistente sensación de haber vuelto a casa.

Mirando la pantalla, parecía que la voz era un playback mal ejecutado pero al gentío parecía no importarle

Aún así, logró dar un show solvente, en parte gracias a los seis bailarines que la acompañaron, al soporte visual del vídeo y a la performance de luces y chispas que no pasó desapercibida. No faltaron tampoco hits condensados en poco segundos para contentar a su público. Sonaron La prenda, Alocao o El sol me da, la nueva canción que acaba de sacar con Estrella Damm. También temas de su nuevo y primer disco, La joia, con Chulo, Sin carné o Sexy, aunque los enloqueció a todos con Nueva York (tot*) y Fiebre, estas últimas probablemente sus canciones más icónicas. Cabe decir que, mirando la pantalla, parecía que la voz era un playback mal ejecutado, pero al gentío parecía no importarle. Se ve que "el pussy k mana" puede hacer lo que le da la gana. 

Richie Hawtin y Amelie Lens, las estrellas interminables del Sónar

Otro de los artistas autóctonos fue el encargado de tomarle el relevo a Farelo en la pista. Alizzz volvió a sus orígenes y se marcó una sesión en formato DJ set revisitando la música electrónica sin olvidarse de su vertiente más popera, o Rusowsky, que apostó por el techno duro y psicodélico con la confianza de estar innovando tras los confines de su habitación. También arrastraron un buen puñado de aficionados las propuestas de La Zowi y Samantha Hudson, poniendo de manifiesto que lo de música avanzada que abanderaba el festival no era solo un leitmotiv underground de paja, sino una apuesta real por la transversalidad y las nuevas sonoridades, muchas de ellas abrazadas de manera totalmente anticipada para después terminar triunfando mundialmente. Pasaron por ahí antes del estrellato Lana del Rey, Kanye West o Bad Bunny. No es broma.

Pero seguramente los dos protagonistas de la última noche de la última jornada de estos 30 años de Sónar —con el permiso del espectáculo HOLO de Eric Prydz, una fantasía en 3D que comió a parte— fueron Richie Hawtin y Amelie Lens, cerrando el escenario principal del SonarClub y contribuyendo a la locura generalizada de los allí presentes con mucho bombo, demostrando que al Sónar lo que le va es la marcha. Más de 120.000 personas han pasado por el festival en su trigésimo aniversario para soplar las velas, cifras similares a las que vienen dando sus organizadores en los últimos años. Porque si algo tiene el Sónar es que fideliza como pocos a sus usuarios. Y eso no lo puede (ni sabe) hacer cualquiera.
 

Foto: Carlos Baglietto