Hay una foto buenísima de Elena Garro y Gabriel García Márquez bailando. Si ponéis sus dos nombres en Google os saldrá enseguida. Es en blanco y negro, están en un comedor, fuman. Y ella, mientras baila, va mirando los libros de la estantería. Él lleva una copa a la mano, unos botines. Se le ve dándolo todo.
Reina de un reino desaparecido
Hace pocos días se celebró el nacimiento de esta autora mexicana más conocida por haber sido la mujer de Octavio Paz que por ser la madre del realismo mágico. Ella que escribió, no cien, pero sí cuatro años antes que su compañero de baile, Los recuerdos del porvenir, la novela que fue el pistoletazo de salida de un movimiento que nunca le interesó mucho. Decía que detrás de esta etiqueta había una intención comercial, que el realismo mágico era la esencia de la cosmovisión indígena y que, por lo tanto, no era una novedad.
Aparte de esta historia de distorsiones temporales, de una poesía innegable, que hace hablar un pueblo gobernado por un general sanguinario y que tiene un principio difícil de olvidar, Garro escribió teatro, cuentos, guiones de películas, artículos. Poesía también, pero menos. Explica la hija que tenían en común que el gran poeta mexicano le prohibió que se introdujera mucho en este terreno. En algunas de sus biografías se apunta que Paz la admiraba, que la admiraba tanto que estaba aturdido por su talento. La verdad es que la censura que ejerció contra ella se ha tendido a blanquear a favor del Premio Nobel. A Elena Garro se la trató de loca, de frívola, de envidiosa, de traidora, "yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí los indios contra él". Decía que en la vida no te hace más falta que un enemigo. Y que el suyo era Paz.
Se la ha considerado la autora con la imaginación más desafiate de la literatura mexicana, pero lo cierto es que buscar el rastro autobiográfico en sus textos fue una constante en su tiempo
Se la ha considerado la autora con la imaginación más desafiante de la literatura mexicana, pero el cierto es que buscar el rastro autobiográfico a sus textos fue una constante en su tiempo. Y todo lo que dibuja su ficción sobre las violencias sexuales o la violencia en contra de los indígenas, sobre el luto de la separación, pareció menos interesante que el morbo de la guerra abierta entre la expareja de escritores; la curiosidad por la vida de aquellos que justamente inventan otras vidas. Hay una parte que podemos entender perfectamente: la intimidad de los personajes públicos (lo mismo que en las canciones de Shakira), el desamor y la rabia que hemos vivido todos en las palabras de los que mejor saben utilizar el lenguaje y que en todo podamos poner cara, día y hora: "El sol se aleja cada día más/ de mi órbita./ Sólo hay invierno junto a ti,/ amigo". Pero eran los años sesenta y el silencio la dejó sin reconocimiento, sin ningún premio importante en su país, sin los lectores que habría tenido que tener. Decía que ella leía a los escritores, pero que los escritores no la leían a ella y añadía, un poco resignada, que tampoco tenían que leerla. Borges sí, y dijo que era la Tolstoi mexicana. También se la bautizó como la Juan Rulfo femenina. El escándalo fue mayúsculo cuando se celebraba el centenario de su nacimiento y la faja de la reedición de uno de sus libros decía: "Mujer de octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada de Borges". Eso fue el año 2016.
Al final vivió prácticamente en la indigencia, sin ninguna ayuda por parte del gobierno, sin ocupar nunca el lugar que habría merecido. Rodeada de gatos, cigarro en mano. Su hija, también poeta, escribía que la habían vencido, que era reina de un reino desaparecido
Garro fue una pionera que supo subir la voz en contra la misoginia de un país como el suyo. Y los intelectuales la miraron con distancia porque no quedó nunca claro qué papel había jugado a la hora de delatar nombres en las manifestaciones de estudiantes en Tlatelolco el año 68, que acabaron en una masacre. A la vez, siempre apoyó a los campesinos oprimidos que iba a ver con traje y joyas ("yo soy así, no les voy a mentir"). Murió en México en 1998 después de años de un exilio voluntario. Y al final vivió prácticamente en la indigencia, sin ninguna ayuda por parte del gobierno, sin ocupar nunca el lugar que habría merecido. Rodeada de gatos, cigarro en mano. Su hija, también poeta, escribía que la habían vencido, que era reina de un reino desaparecido.