En el Teatre Borràs podéis ver, hasta el 13 de abril, Les bàrbares, una obra de Lucía Carballal (Madrid, 1984) que lleva a escena una amistad entre tres mujeres en la sesentena fuertemente afectadas por la muerte de una amiga más joven, Bárbara, sobrina de una de ellas. David Selvas, que también ha traducido el texto al catalán, dirige a unas espléndidas Francesca Piñón, Cristina Plazas y María Pujalte. El espacio diseñado por Marc Salicrú y Josep Iglesias recrea, tal como pide la autora a las didascalias, la estética de los años setenta. En el bar sin camarero del vestíbulo del Hotel Joventut, donde el rojo lo invade todo –alfombrado y tapicería–, las tres amigas se irán sirviendo gin-tonics mientras hablan de un montón de cosas. En el fondo hay un pequeño escenario donde Berta Gratacós, cantante y teclista, interpretará temas de los años setenta: Mari Trini, Toti Soler, Julio Iglesias, Joan Manuel Serrat y Jeanette.

El refugio de la amistad

Antes de que empiece la interacción entre los personajes, la cantante nos da la bienvenida y Carmen (Cristina Plazas) se dirige al público para especular sobre quién debe ser el responsable del diseño del hotel: alguien de unos cuarenta años –conjetura– con nostalgia de un tiempo que no ha vivido y que fetichiza en clave vintage. Entenderemos después que en el corazón|coro de esta inferencia está el recuerdo de Bàrbara, que trabajó con ella en el estudio de arquitectura. De hecho, es la amiga difunta quien las ha convocado allí, gracias a la mediación de Encarna (Francesca Piñón), que la cuidó hasta el final y se ha convertido en su albacea extraoficial.

Foto 8. Marc Mampel
Las bàrbares, en el Teatre Borràs hasta el 13 de abril / Foto: Marc Mampel

El texto está muy bien dialogado y reparte equitativamente juego a los tres personajes, cuyos conflictos son revelados a buen ritmo y con grandes dosis de humor

Los personajes están bien perfilados y ofrecen muchos contrastes. Susi, casada y con hijos, fue una mujer adelantada a su tiempo que decidió no seguir desarrollándose profesionalmente –aunque tenía un futuro prometedor como pianista–; afirma que se cansó de tanto esfuerzo y disciplina, así como de tener que demostrar siempre su talento: deshacerse del piano no fue opresión ni renuncia, sino liberación. Perteneciente a una familia adinerada, lleva una existencia cómoda, ociosa, holgada; para esconder sus frustraciones o debilidades –su vida no es tan fabulosa como pretende–, se muestra ostentosamente hedonista y sarcástica, a ratos hiriente. Siempre a la defensiva, apronta réplicas ingeniosas y afiladas, como si necesitara tapar con cinismo su herida. Solo al final, la ironía se impregna de una emotividad que traspasa a platea: verle de golpe la vulnerabilidad, cautiva. María Pujalte, que domina muy bien los tempos y se nos mete en el bolsillo desde el primer momento, la interpreta con una comicidad tan natural que parece que le venga de serie.

Carmen, la arquitecta exitosa, es el personaje más contenido, hasta que se hace evidente su carga de culpa, soledad y tristeza. Parece entera, pero es la que más necesita que la consuelen. Ha cabeceado la incertidumbre durante años, y ahora se encuentra a la deriva; en la última escena, la veremos insegura y rota –lo clava, como siempre, la Plazas-. Lo mejor de todo es que sus amigas están para reflotarla. En este sentido, la más predispuesta es la sufridora Encarna, que nos hace reír por su candorosa sinceridad. Por más que se obstinen en menospreciarla, ella es la única que está conectada con sus propios sentimientos. Francesca Piñón está maravillosa, y se lleva la función. Tal vez porque se autoengaña poco, Encarna identifica con acierto las crisis que atraviesan las otras dos. Resulta enormemente enternecedor como mece a la amiga mientras le dice algunas verdades. El contacto físico en momentos de alta temperatura emocional, como este de los reproches dulcemente formulados, es todo un acierto de la dirección –ágil y precisa– de Selvas. Para poner algunos peros, diremos que el bilingüismo a ratos resulta demasiado forzado, y que podría explotarse más la confusión entre el etéreo personaje de la cantante y el propiamente fantasmal de Bárbara.

Foto 4. Marc Mampel
Cuándo el pasado pesa y la amistad sostiene: Las bárbaras, imprescindible en el Borràs / Foto: Marc Mampel

Lo que importa son las emociones por donde pasan las tres. Al final se sacan las corazas y nos dejan ver sus insatisfacciones y arrepentimientos

El texto de Carballal –una charla a tres en tiempo real– está muy bien dialogado y reparte equitativamente juego a los tres personajes, cuyos conflictos son revelados a buen ritmo y con grandes dosis de humor. Nos da igual si el cebo del dinero resulta un poco inverosímil –"de película", como dice la Susi, a quien están reservados los comentarios metateatrales de la función–, porque lo que importa son las emociones por donde pasan las tres mujeres, que afilan las garras cuando se trata de combatir prejuicios –sobre maternidades, feminismos, libertad, realización profesional–, defender las decisiones que han marcado sus vidas o justificar las propias contradicciones. Al final se sacan las corazas y nos dejan ver sus insatisfacciones y arrepentimientos. Sin embargo, si en un momento dado definen su crisis como un mal viaje, la manera como lo abordan las devuelve a una amistad imbatible, enderezada como un refugio para los años que vendrán.