Con la actual situación de la política catalana, recordar que en un momento dado de la historia de Barcelona delante del edificio que hoy ocupa el Parlament había una montaña rusa puede parecer un chiste pero el hecho es que, años antes que este palacio alojara a la representación legítima del pueblo catalán justo en frente se instaló un parque de atracciones en el espacio donde hay ahora los jardines diseñados por Jean-Claude Nicolas Forestier, con su estanque ovalado y la escultura El desconsuelo de Josep Llimona.
Al principio del siglo XX aquel espacio era la plaza de armas de un parque de la Ciutadella del cual se tenían que definir los usos después de la celebración de la exposición universal de 1888 y por eso no es de extrañar que el ayuntamiento de Barcelona otorgara los permisos necesarios para instalar el Saturno Park, inaugurado en mayo de 1911 y cerrado en 1926 para dar paso a la reforma y ajardinamiento encargado a Forestier.
El Saturno Park -que escogió el nombre a partir del Luna Park de Nueva York- se convirtió en un punto central del ocio barcelonés en un momento en que los parques de atracciones estaban de moda, y con la ventaja que era mucho más céntrica que de otros como el Tibidabo, el Lake Valley en el pantano de Vallvidrera y el American Park de Vallcarca, y su principal reclamo era una enorme montaña rusa llamada Los Urales.
Cuarto volumen de la colección
Esta es una de las historias que recopila Ròmul Brotons i Segarra en el libro La ciudad neutral. Barcelona 1911-1920 (Alberti Ediciones), que forma el cuarto volumen de su serie de libros, en construcción, sobre la historia de Barcelona. Como sus predecesores La ciudad cautiva. 1714-1860, La ciudad expansiva. 1860-1900 y La ciudad trastornada. 1901-1910, el libro recoge año a año las vicisitudes de la ciudad, en unos años en que la neutralidad ante la primera guerra mundial -de aquí el título- traerá una riqueza fulgurante, pero sólo a unos pocos y de forma muy efímera.
Esta década es también la del crecimiento y consolidación del catalanismo, que probará su primer ejercicio de autogobierno exitoso desde el decreto de Nueva Planta -doscientos años antes- con la instauración de la Mancomunidad de Catalunya. Durante este tiempo la ciudad seguirá creciendo, una vez consolidado el Eixample y prácticamente terminada la Via Laietana será el turno de poner el punto de mira sobre Montjuïc, que se verá transformada totalmente en la década siguiente.
El espejismo de la neutralidad sin embargo, se cortará en seco al final de la década, cuando los enfrentamientos entre anarquistas y pistoleros a sueldo de la burguesía volverá a ponerse en la orden del día como no se había visto desde la Semana Trágica de 1909. La célebre huelga de La Canadenca, en 1919, será el punto álgido de este retorno a la conflictividad social.
Con profusión de fotografías, chistes, anuncios de la época y también planos -a pesar de que menos que en las otras obras-, el autor recurre las vivencias de la ciudad en una década que será también la de la electrificación de la ciudad, la de la mejora en el alcantarillado, la de la implantación del anarquismo liderado por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), donde se verán intercambios de prisioneros en el puerto de Barcelona y a dónde llegarán las resonancias de la revolución rusa, de la cual ahora justo hace cien años.
Historia de Barcelona en estado puro pues, con el detalle casi satírico, que entonces había una montaña rusa en el Parque de la Ciutadella. Quizás las cosas no han cambiado tanto.