Hay series que aunque tengan un recorrido largo pasan excesivamente desapercibidas, pero entonces se produce una chispa que la pone en boca de todo el mundo. Es que está pasando con Baron Noir, serie política francesa aquí estrenada por HBO que, después de tres temporadas, se ha puesto en el foco colectivo gracias a que el presidente el Gobierno, Pedro Sánchez, le recomendó al vicepresidente Pablo Iglesias y este lo ha calificado en un tuit de "obra maestra".
Quizás Iglesias peca de entusiasmo, porque si bien es cierto que se trata de una gran serie, su maestría se autoenmienda desde el momento que recurre a algunos de los clichés más utilizados por la ficción política de los últimos años. Pero es indudable que se trata de un relato adictivo y muy eficaz sobre las interioridades del poder la doble moral del servidor público y los cimientos de la corrupción. ¿De qué va Baron Noir? Se centra en el alcalde de Dunkerque, Philippe Rickwaert, el clásico lampista político, en este caso de los socialistas franceses, que hace lo que haga falta para el partido y la culminación de sus intereses. Cuando un caso de financiación ilegal salta a la palestra, el candidato a la presidencia Francis Laugie aparta Rickwaert para salvar la campaña y este, dolido con los suyos, traza un imprevisible plan de venganza que lo lleva a jugar a múltiples bandas.
Si Baron Noir engancha tanto es, en gran medida, por su inclemente retrato de los bastidores de la política y la falta de escrúpulos de sus protagonistas. Resulta particularmente acertado que los creadores de la serie traten las sinergias entre políticos como el más parecido a una historia de gángsteres, generando una tensión permanente que te llega a convencer de que nada es trigo limpio y cualquier situación es susceptible de saltar por los aires. También acierta en su descripción de todo lo que rodea el ejercicio del poder, desde la figura de los asesores (encarnados Amélie Dorendeu, una magnífica Anna Mouglalis) hasta el papel de la Justicia.
La serie acaba siendo, sobre todo, una síntesis de aquellas actitudes e impunidades que acaban alejando al político del pueblo que dice representar. La paradoja es que, como ya pasaba con Boss u House of cardos, nuestra simpatía por el diablo hace que no podamos apartar la mirada: no nos gusta lo que vemos, pero que bien que nos lo pasamos viéndolo. Por descontado que en Baron Noir parte de la gracia es el efecto espejo, porque mirándola no puedes evitar pensar en nuestro propio entorno político y sus guerras internas. En este sentido, que Pedro Sánchez la recomendara a Pablo Iglesias tiene tanto de divertido y en broma privada como, también, de regalo envenenado.