Aitana es mi artista favorita. Y mi concierto favorito del pasado año. Sin ironía: emocionante, divertido, impecable en la ejecución y variadísimo en lo musical. Un bolo muy por encima de músicos pop coetáneos. También me gusta en Spotify. No me ha costado pocas discusiones decir que la sorpresa, la auténtica sorpresa de 2023, fue Alpha, un disco lleno de buenas canciones, fantásticamente producido y con mensajes nada ortodoxos para la primera línea mainstream que ocupa. Claramente, la catalana es mi favorita (y la de tantos miles). Y lo es, pese a su documental. Que cae en todos los atajos posibles.
Nuestra Taylor Swift
Hay pocas cosas rescatables de los seis capítulos estrenados recientemente en Netflix. Las entregas te hacen ver muy a las claras lo dominante que es el patriarcado en la industria musical. Ella sufre su carrera y otros, hombres todos, no. La presión a la que se la somete, como me recordaba una joven aitaner estos días cuando hablábamos de la serie, es de género: joven, cantante, empresaria, bailarina. Hay más: qué brutal pensar que Aitana hace dos días estaba en Operación Triunfo. Y qué brutal que el sistema mediático siga pensando que ella es la misma postadolescente y que, porque una vez fue grabada las veinticuatro horas del día, tenemos derecho a hacer de su vida un Gran Hermano.
Las entregas te hacen ver muy a las claras lo dominante que es el patriarcado en la industria musical. Ella 'sufre' su carrera y otros, hombres todos, no
Sea como sea, el visionado al completo es oportunidad perdida tras oportunidad perdida: la cena con David Bisbal, llena de planos y contraplanos, mil y un ángulos, qué de pasta invertida… ¿y no hay más chicha que el propietario del restaurante pidiendo una fotografía con la artista? La misma idea se repite en las casi seis horas de metraje: qué pesadez la vida pop. Ok, ¿y qué más? Al final, como nos estamos acostumbrando desde la irrupción del streaming, Esta ambición desmedida (C. Tangana, 2023) era buen ejemplo de ello, Metamorfosis es un producto de marketing. Hay ecos también a los ensayos de Beyoncé para Coachella en Homecoming (2019). Otro producto de marketing. Como siempre, da mucho asco la industria, cómo se trata a los artistas cuando dejan de ser personas y pasan a ser activos. Cuando existe un coqueteo con la depresión y nadie lo ve, porque la vida se convierte en un hablar por hablar constante, como en la escena con Ibai Llanos. Enantyum, pastilla para la migraña. Enantyum y pastilla para la migraña. Y siga la rueda. Ojos llorosos cuando el productor le aprieta sobre su forma de cantar. El documental está perfectamente montado para transitar las tensiones de la vocación; nada realmente que no se pudiera intuir de sus discos e intervenciones. Aitana es pura, ambiciosa, talentosa y, como todos, vulnerable. Lo sabíamos.
Aitana es pura, ambiciosa, talentosa y, como todos, vulnerable. Ya lo sabíamos
Hay algo de gossip velado en el documental: la relación con Sebastian Yatra. Juntos, los “mejores no-novios”, dicen ambos abrazados. Qué miedo, qué asedio. No es algo que los capítulos muestran a las claras. La autoconciencia sobrevuela la cinta en muchos momentos. Hay algunos paisajes donde se ve el plumero del guion, como cuando ella, sabiéndose muy grabada, dicta la alineación de España en el transfer camino a la actuación de celebración de la Eurocopa 2024.
Qué pena que tener acceso a tanta intimidad, con tantos recursos como los exhibidos por Netflix, y que todo se traduzca en algo orquestado y previsible
Qué pena que tener acceso a tanta intimidad, con tantos recursos como los exhibidos por Netflix, y que todo se traduzca en algo orquestado y previsible. Es así, el documental se da en los cinco primeros minutos. El resto, son alardes. “No me permito darme cuenta de lo que he logrado”. “Llevo siete años sin parar”. “Existen varias Aitanas”. “O te gusto o no”. “Muy probablemente cuando salga este documental no estaremos juntos”. “Me ven muy manejable, tonta, que si soy un producto…”. “No quiero ser la mujer perfecta, pero en cuanto me salgo un poco, estoy en todos los titulares”. Esos cinco primeros minutos son oro. Después se deshilachan todas estas frases pronunciadas en plató y sobre fondo neutro, con ella visiblemente emocionada. Una emoción que queda congelada después por anteponer el relato a la espontaneidad.
Aitana ya es nuestra Taylor Swift. La cantante necesitaba de un documental con claroscuros para ser una diva de hoy día
Chloe Wallace, directora del metraje, ha tenido la puerta abierta al mayor fenómeno pop español de este siglo. Y, en parte, lo ha desaprovechado. Mira que hay temas: la hija única eterna, los límites de la vocación, las expectativas. El segundo capítulo, ese inicio sobre la hipocondría y el miedo… Tremendista, fatalista, agresivo… A veces no sirve quién, también hay que cuidar cómo. Las cosas no se resuelven poniendo unos chyrons en letras grandes, aparentando modernidad. El tema es serio. Sinceramente, la cantante no necesita demasiado altavoz: se explicó mejor sobre su salud mental en sus intervenciones en La revuelta o en La ventana que en Metamorfosis, un macroescenario de grandes salones, comidas delivery y staff criogénico. En fin, Aitana ya es nuestra Taylor Swift. La cantante necesitaba de un documental con claroscuros para ser una diva de hoy día.