Flix (Ribera d'Ebre), 15 de noviembre de 1938. Hace ochenta años, las últimas tropas republicanas atravesaban el Ebro en retirada. De esta forma concluía la batalla del Ebro, que se había librado en el margen derecho del río en un frente de guerra de cien kilómetros entre Mequinensa (Baix Cinca), al norte, y Roquetes (Baix Ebre), al sur. La batalla del Ebro no tan solo sería la más larga de la Guerra Civil española (1936-1939), sino también la más mortífera. Las cifras que publican los historiadores oscilan entre los 13.250 muertos de Paul Preston (de la Universidad de Oxford) y los 21.500 de Hugh Thomas (de la Universidad de Reading). Anthony Beevor (de la Universidad de Kent) ha defendido una cifra total de muertos en torno a los 30.000. Todo eso en ciento quince días de combates (25 de julio – 15 de noviembre). Sea como sea, aquella carnicería revela que en el Ebro se libró algo más que una batalla.
La estrategia de aislar Catalunya
A final de julio de 1938, transcurridos dos años del golpe de Estado militar que condujo al conflicto civil, el ejército franquista había conseguido superar el frente de Aragón, que, desde el estallido de la guerra, se había mantenido prácticamente inalterable. Así consiguió separar claramente las zonas donde se había impuesto la rebelión de las que se habían mantenido leales a la República. En la decisiva batalla de Teruel, entre el 15 de diciembre de 1937 y el 22 de febrero de 1938, los rebeldes no tan solo conseguirían romper, por primera vez, aquel frente estático, sino que ganaron un pasillo que los conduciría hasta las playas de Vinaròs, Benicarló y Peníscola, en el norte del País Valencià. La zona controlada por la República quedaba fragmentada en dos áreas desconectadas y Catalunya quedaba aislada del resto de los territorios republicanos.
El Ebro, muralla de Catalunya
A partir de ese hecho, Catalunya —por su situación estratégica— se convirtió en el objetivo prioritario de los dos bandos en combate. El autodenominado Ejército Nacional había conseguido acabar con las últimas resistencias republicanas del Alto Aragón a principio de junio de 1938 y pasaba a controlar toda la línea fronteriza con Francia desde Irún (País Vasco) hasta el puerto de Salau (Pallars Sobirà). Catalunya quedaba como el único territorio de la República conectado con Europa. La prueba más evidente del interés por el control de Catalunya, tanto de unos como de los otros, fue la gran concentración de tropas sobre el eje formado por los ríos Noguera, Segre y Ebro. En el flanco sur de este eje, junto al Ebro, que sería el primer teatro de guerra de aquella operación militar, los republicanos concentraron 80.000 hombres, y los rebeldes situaron 90.000.
Catalunya, fábrica de armas y vivero de milicianos
Nunca, desde el inicio del conflicto (1936), se había producido una concentración tan grande de hombres y recursos. Catalunya, al margen de su situación geográfica estratégica, también era considerada de vital importancia por dos razones: era la "fábrica de armas" de la República y era, también, el principal vivero de milicianos voluntarios que combatían en los frentes. A las quince fábricas de armamento, intervenidas parcial o totalmente por la Comisión de Industrias de Guerra (organismo creado por la Generalitat de Catalunya), se sumaban tres fábricas privadas (Pirelli, Cros e Hispano-Suiza) y una espesa red de talleres, también privados, que producían material bélico accesorio. De los cien mil voluntarios que la República movilizó por todas partes durante los primeros compases del conflicto, según la mayoría de estimaciones, cuarenta mil milicianos procedían de Catalunya.
La carnicería del Ebro
Con estos elementos es fácil entender por qué los mandos de los bandos en conflicto convirtieron el Ebro en una apuesta trascendental; que es lo mismo que decir en una carnicería brutal. La batalla del Ebro fue un combate dominado por la estrategia de desgaste del enemigo, y los millares de muertos de los dos bandos son responsabilidad tanto de los mandos rebeldes como de los republicanos. Si bien es cierto que Franco, jefe de la rebelión, ordenó masacrar las trincheras republicanas con la aviación de los regímenes nazi alemán y fascista italiano, también lo es que el comunista Líster, comandante republicano en el Ebro, dirigió un repliegue que fue caótico. Los testigos de aquella maniobra afirmarían que murieron ahogados centenares, quizás miles, de soldados que intentaban alcanzar la orilla izquierda con sus propios medios.
La Quinta del Biberón
Noticia aparte merece la Quinta del Biberón, formada por soldados de leva republicanos nacidos en 1920 que cuando fueron incorporados al frente tenían dieciocho años recién cumplidos o, incluso, en muchos casos solo diecisiete y pico. El 27 de abril de 1938 —tres meses antes del inicio de la batalla del Ebro—, el comunista Juan Negrín, presidente del Gobierno de la República, ordenó la leva forzosa de 3.669 "biberones" catalanes. Según algunas fuentes, el propósito de Negrín era resistir en el Ebro el máximo tiempo posible esperando el estallido de un conflicto a nivel continental (cosa que, trece meses más tarde, sería la II Guerra Mundial) que obligara a Francia y Gran Bretaña a intervenir militarmente a favor de la República. Estos "biberones", la carne de cañón de Negrín, serían emplazados en primera línea de fuego después de cuatro semanas de una patética instrucción con piedras y palos.
Caído el Ebro, caída Catalunya
El resultado de la batalla del Ebro, claramente favorable a los rebeldes y dramáticamente desfavorable para los republicanos, tuvo consecuencias funestas para Catalunya. El ejército republicano quedó tan diezmado en que la ocupación franquista de Catalunya se completaría en tan solo tres meses y pico. El 7 de enero de 1939, los franquistas ocupaban el sector de levante de la ciudad de Lleida, separado del resto de la ciudad por el frente del Segre; ocho días más tarde (15 de enero) ocupaban Reus y Tarragona; el 26 de enero, Barcelona; el 4 de febrero, Girona; el 7 de febrero, Puigcerdà y Figueres, y el 12 de febrero, Molló, la última plaza republicana de Catalunya. Los más de 300.000 soldados del ejército rebelde desplegados en Catalunya se convertirían en la punta de lanza de una brutal represión que, sumada a los 90.000 muertos y los 200.000 exiliados, sumergirían Catalunya en la tiniebla más absoluta.