Decían los Manel que tan bueno es insistir como saberse retirar. Desgraciadamente para mi bienestar homeostático, sin embargo, esta es una sentencia que no me aplico las noches de los domingos, momento en el que me siento delante del televisor para seguir en directo Batalla Monumental, el programa más estrambótico e incoherente de toda la parrilla de TV3. Después de la desastrosa experiencia que supuso ver los dos primeros episodios, esta vez me volví a sacrificar en nombre de la historia y de nuestros queridos lectores para presenciar la disputa –por decir de alguna manera– entre Sant Climent de Taüll y Sant Pere de Rodes.
Si una cosa aprendimos en las dos primeras entregas del programa es que Batalla Monumental no es un producto de divulgación patrimonial. Es un producto de contraposiciones absurdas. De personajes absurdos. De diálogos absurdos. En un contexto donde todo es absurdo y la persona más racional es un templario con ganas reales de partir cabezas –Dídac Flores, siempre en mi corazón–, no se puede pretender analizar nada sin acabar refriendo las críticas de los artículos anteriores. Así pues, es hora de hacer de la incoherencia un disfrute. De dejarse llevar. De recrearse en este mar de disparates diseñado por alguien con el alma de un niño voluntarioso y la mente de Albert Serra después de colocarse con opio.
Quien corre, vuela
Primera escena. La presentadora encargada de defender Sant Climent de Taüll decide sobrevalorar la localidad ribagorçana con parapente, hecho que, según ella, le permitirá ver mejor los nueve monumentos románicos del valle. Resultado: evidentemente sólo ve una serie de construcciones marronáceas situadas centenares de metros bajo sus pies. Es lo que pasa cuando eres un humano y no un puto halcón peregrino.
Seguimos. Después se nos promete que pintará un cuadro con productos autóctonos del Pirineo, pero lo cierto es que lo único que vemos es como separa una yema del resto del huevo, un producto audiovisual que Atresmedia ya hace años que nos ofrece. Se llama Cocina con Arguiñano.
Pero eso no es todo. Antes de acabar, la misma presentadora nos regala una frase lapidaria. "Realmente aquí tenéis dos joyas, las iglesias románicas y este paisaje. Eso Sant Pere de Rodes no lo puede superar". Claro que no, porque Sant Pere –situado entre Port de la Selva, Cadaqués y la Bahía de Roses– es más feo que el polígono de Martorell.
El silencio está infravalorado
La interpretación de Taüll, sin embargo, recibe la categoría de obra maestra si se compara con la que perpetra el presentador en Sant Pere de Rodes, dónde arranca con una puesta en escena reveladora. "La historia del monasterio es fascinante. ¿Para subir hasta allí como lo hacían, en la edad media?" pregunta. La respuesta, contra todo pronóstico, no es en Jeep. Tampoco en moto. Tampoco con telesilla. "Pues andando", le responde la guía local. Ovación para el presentador, que después de recibir un cachete en forma de obviedad sigue teniendo ánimo para hacer su cara por sorpresa inalterable, digna de un adolescente que acaba de descubrir las pajas.
Los highlights de Sant Pere de Rodes, sin embargo, no acaban aquí, y es que más tarde la CCMA decide regalarnos los treinta segundos más incómodos de la década en la nostra. ¿El retorno del 3XL? ¿Una plataforma en streaming? ¿Caras nuevas en la redacción? Una polla como una olla, aquí tenéis una escena donde tres aspirantes a monje –presentador incluido– exclaman un "ohhhhhhhhhhhh" infinito que se supone que tiene que servir para conectar con Dios.
El resto, pues lo de siempre. Un historiador con mala hostia a quién no le hace mucha gracia que le toquen las monedas –suerte tenemos, de personajes como él–, y más chistes malos de Roger de Gràcia, esta vez centrados por partida doble en las uñas de Rosalía, una tendencia más inquietante que graciosa. Como todo el programa, vaya.