Uno de los fallos recurrentes de Batalla Monumental es que plantea enfrentamientos desiguales. Pasó en su primer capítulo, cuando se vieron las caras Tarraco y Empúries, y volvió a pasar este domingo en el último episodio antes de la gran final. En esta ocasión, no por que los contrincantes fueran desiguales –la Catedral de Girona y la Seu Vella de Lleida tienen argumentos históricos y arquitectónicos para competir de tú a tú–, sino porque su suerte estaba escrita desde el minuto uno. Y todo por dos factores clave ajenos a su propia existencia.
El primero, el impasible chovinismo del gerundense, un individuo de creencias casi paranoides que, si hace falta, obligará a su yaya a registrarse en Instagram a fin de que vote la catedral de Gerunda. Conozco bien este savoir faire porque yo mismo lo he cultivado habitualmente debido a mis raíces. El segundo, la imparcial presentación de ambos monumentos por parte del programa, que enalteció las virtudes del edificio gerundense y, sin quererlo, retrató las taras leridanas. Resultado: si no hay una movilización masiva desde las Terres de Ponent –algo que no sería de extrañar, conociendo la tirria que los del sur profieren hacia los del norte–, la batalla será más desigual que un combate entre Floyd Mayweather y Pilarín Bayés.
El único favor que el equipo del Batalla Monumental hizo a Lleida fue enviar allí la Candela Figueras, una presentadora mucho más competente que su compañero, Iván, quien, un día más, se limitó a responder con onomatopeyas después de cada explicación catedrática de sus prescriptores. "Home, iep," responde literalmente cuando le muestran el vitral figurado más antiguo de Catalunya. "Déu-n’hi-do", dice cuándo le meten una chapa sobre Ermessenda de Carcasona. Así y todo, sin embargo, el duelo entre la Seu y la Catedral estuvo decantado en favor de los intereses gerundenses en todo momento. Y el porqué es fácil de adivinar.
En Girona, el equipo de producción no tardó ni cinco minutos en sacar a pasear la melodía de Juego de Tronos, un imaginario, el de la serie, del cual la ciudad ha sacado partido sin manías durante años. Todos los actores de la obra de HBO estarán muertos y enterrados y en la heladería del Pont de Ferro seguirán vendiendo aquel infecto polo de jengibre con la forma de la mano de Jaime Lannister. Quizás deberíamos parar.
Las referencias sobre la serie británica vehicularon toda visita de Iván en Girona: primero la icónica melodía, después un armador que hace réplicas de las armaduras de la saga –una especie de Jason Momoa que nos podría partir la cabeza con la chorra–, y finalmente, los figurantes que aparecieron en el show hace seis años. "Los extras no podíamos ni hablar", dice uno. Imposible resumir la idiosincrasia del gerundense en menos palabras.
Pero no nos flipemos, que el competidor era Lleida, con todo lo que eso implica. Mientras en Girona se hacían pajas figuradas gracias a las escaleras que un dia pisó Daenerys Targaryen, en el Segrià se tenían que conformar con metas poco ambiciosas. "¿No hace niebla, sabes que quiere decir eso? Que podremos ver la Seu Vella". Ah, ok. Pero eso no es todo: dentro del edificio, la joya de la corona es un agujero negro donde, en teoría, se esconde un trozo de los pañales cagados de Jesús. Convendremos que no es la reliquia más exuberante del país, tampoco.
La puesta en escena de la Candela y los prescriptores tampoco mejoró mucho las perspectivas leridanas. Custo Dalmau reconoció que hacía trece años que no pisaba el monumento –tan prescriptor no será, pues–, y después, presentadora y guías nos regalaron un combate entre moros y cristianos surrealista, más propio de una película india de serie B que de la televisión pública de Catalunya. "Está claro que después de seis programas ya sabemos un poco más, de hacer épica", asegura Roger de Gracia. Pues no, la verdad es que no.