Se respiraba la sensación que aquel Kenneth Branagh que deslumbró con sus adaptaciones de Shakespeare, pero también con filmes más intimistas como la irresistible Los amigos de Peter, había desaparecido para siempre. Una carrera como director bien errática, devorada por incursiones impersonales en blockbusters (Thor, Jack Ryan: Operación Sombra) o adaptaciones desajustadas de novelas de Agatha Christie (Asesinato en el Orient Express, la inminente Muerte en el Nilo), encuentra ahora un motivo de esperanza, quizás no todo está perdido, en este luminoso coming-of-age, en el que nuestro hombre vierte sus recuerdos de infancia.

Hacía casi 30 años que Branagh no escribía un guion original, desde aquella deliciosa mirada en el mundo del teatro que era En lo más crudo del crudo invierno (1995). Y ahora, con Belfast, que ya está en la cartelera, el cineasta viaja a su pasado para regalarnos un álbum de fotos en blanco y negro que, en esencia, es una carta de amor a su familia, a los padres y a los abuelos, y a la ciudad donde nació y pasó los primeros años de vida. Y también al cine que lo acompañó en aquellos tiempos de descubrimiento, a los westerns y a Chitty Chitty Bang Bang. Y a los muslos de la Raquel Welch de Hace un millón de años.

Buddy es el alter ego del director en Belfast. / Northern Ireland Screen

Belfast nos sitúa en un barrio obrero donde conviven en harmonía católicos y protestantes hasta que llegan los primeros disturbios, la violencia que después desencadenará un sangrante conflicto armado. Año 1969, punto de arranque de los conocidos The Troubles que iniciaban el conflicto en Irlanda del Norte. Aquel mismo verano de 1969, Kenneth Branagh tenía 9 años, y, como el avispado Buddy, su alter ego en la ficción, no acababa de adivinar qué demonios estaba pasando a su alrededor. El pequeño mundo feliz de confidencias con el abuelo, juegos en la calle, chocolatinas hurtadas y películas disfrutadas en un cine o delante del televisor, se empieza a hundir y él no entiende nada: los problemas económicos de la familia, las largas ausencias del padre por motivos laborales, el fantasma de la muerte o la decisión de abandonar su casa para marcharse a Londres y perder de vista, quizás para siempre, a la compañera de clase de la que se ha enamorado. Y grupos que cada minuto son más numerosos de agresivos manifestantes en una cacería a los vecinos católicos.

Reconciliación, nostalgia y pérdidas

La cámara de Branagh se pone a la altura del punto de vista de Buddy. Los planos contrapicados, una calle recordada casi como un decorado de película, o las proyecciones fantasiosas que transforman e iluminan levemente la realidad (aquel disturbio que los caprichos de la memoria reconvierten en una escena de Solo ante el peligro, con la voz de Tex Ritter cantando aquello de Do Not Forsake Me, o My Darlin; o un funeral transmutado en una fiesta familiar con número musical), acompañan al protagonista, también al espectador, en este cuento luminoso que dispara a las emociones sin vergüenza, lleno de guiños a los que nos educamos emocionalmente en una sala de cine.

Branagh juega con la dualidad cromática para potenciar el mensaje de reconciliación con sus orígenes

Es el cine, incluso el teatro, el que da color a una realidad embrutecida y en blanco y negro: Branagh juega con la dualidad cromática para potenciar el mensaje de reconciliación con sus orígenes. Que Buddy flipe con El hombre que mató a Liberty Valance gana por la causa a cualquier espectador con sangre fordiana en las venas. En este sentido (no hay pruebas, pero tampoco dudas que no es casual), en el vecindario hay un señor Stewart, una señora Ford, quizás algún Wayne o algún Marvin o alguna Miles que se nos escapó...

La banda sonora es una elección incontestable con el grandioso Van Morrison. / Northern Ireland Screen

Desde el prisma del reciente 50º aniversario del Bloody Sunday, quizás la apuesta de Belfast es negligente al pasar de puntillas por las consecuencias directas del conflicto. Pero es que la intención del relato es otra: a veces, en la memoria de un niño no hay sitio para traumas colectivos que no comprende. Branagh prefiere quédase con la nostalgia de la niñez idealizada y poner el foco en las pérdidas personales. La película tiene, todavía, un par de elementos más que juegan a su favor. Por un lado, un reparto fabuloso: Jamie Dornan entierra al señor Grey, Caitriona Balfe deslumbra, Judi Dench y Ciarán Hinds son los abuelos que todos querríamos tener, y el pequeño Jude Hill, con su mirada bien abierta, es una elección incontestable. Por el otro, la banda sonora, con, quién si no, la voz de Van the Man, el León de Belfast, el grandioso Van Morrison, otra apuesta claramente vencedora.

Emocionante, tierna, preciosa y (es muy posible que) autoconsciente de sus virtudes, Belfast es una carta ganadora que conquista porque apela a aquellos tiempos en los que no llegábamos al metro y medio, cuando las cosas eran más fáciles, cuando abríamos los ojos a la vida, sin saber que la vida probablemente sería una buena mierda.