Lo primero que Moisés hizo al bajar del Sinaí fue ordenar una matanza. Incumplía así el quinto de los mandamientos que acababa de recibir, el más sencillo, el más famoso, uno de los pocos que, todavía hoy, figura dentro del Código Penal. "No matarás", dijo Yahvé y, acto seguido, el liberador del pueblo judío castigó con la espada a tres mil de sus conciudadanos. La excusa que nos da la Biblia es que los miembros del pueblo elegido habían aprovechado la ausencia de su líder para entregarse al fornicio salvaje y adorar, ya de paso, a un ternero de oro, pero no hay que ser muy espabilado para darse cuenta de que el texto más sagrado de nuestra cultura es un espacio donde el asesinato se convierte en una práctica de lo más habitual.

Sobre esta paradoja y sobre muchas otras cuestiones vinculadas con la muerte, el poder y la relación inseparable que los une, nos habla el filósofo Bernat Dedéu en No matarás, el quinto de los volúmenes de la serie sobre los mandamientos que la editorial Fragmenta empezó a publicar a finales del año pasado. Dirigida por Anna Punsoda, la colección incluye volúmenes como Estimaràs a Déu sobre totes les coses (Jordi Graupera), No prendràs el nom de Déu en va (Ignasi Moreta) o Santificaràs les festes (Maria Garganté), libros que toman el nombre de mandamientos mucho menos populares que el que le ha tocado analizar a Dedéu, pero que nos ayudan a mirarnos la Biblia como aquello que es, uno de los mejores manuales de ciencias políticas nunca escritos. Como apunte, el autor presentará el libro este jueves a las 18.30h en el Ateneu Barcelonès junto a Punsoda i el filósofo Jordi Graupera.

Retrato Barrote Dedéu / Foto: Irene Vilà Capafons
Foto: Irene Vilà Capafons

¿Por qué tenemos que leer el Antiguo Testamento?
La Biblia tiene una capacidad que tienen rarísimas obras de arte, como El Quijote cuando anticipa la prosa de Joyce o la Sinfonía 40 de Mozart cuando anticipa el dodecafonismo. En textos escritos antediluvianamente se captan preguntas que se dirimirán mucho más tarde. El Éxodo explica una cosa que ni los pensadores contractualistas del siglo XVII, es decir, la gente que teoriza sobre la creación de los estados modernos, son capaces de explicar, que es un poco el making-off. La pregunta que responde el Éxodo, de una manera muy violenta, muy cruda, muy descriptiva y literariamente extraordinaria, porque su escribiente, el hijo de puta, gastaba una prosa y una capacidad metafórica envidiable, es "¿qué pasa antes?", "¿cuál es el estado natural del hombre"?.

Que es lo mismo que se preguntaba Rousseau.
Los filósofos contractualistas crean una cierta literatura, pero en el caso del Éxodo tenemos una película que nos explica cómo empieza una sociedad a través de la liberación de un pueblo y a través de conceptos que Dios utiliza y que nos sitúan directamente en el siglo XXI; hablo del concepto de inmunidad, el de soberanía, el de estado, el de constitución o la misma noción de ley, porque el mandamiento no deja de ser una ley. La gente que escribió la Biblia era muy sabia, es un libro fundamental.

El Éxodo explica una cosa que ni los pensadores contractualistas del siglo XVII, es decir, la gente que teoriza sobre la creación de los estados modernos, son capaces de explicar

También nos habla de cómo se construyen los líderes políticos, de cómo Moisés pasa de ser dubitativo a tener más mala leche que Henry Kissinger.
Cuando descubre su condición de esclavo, Moisés se va de Egipto y hace vida de pastor. Anticipando lo que Rousseau explicará en su Émile, adopta una vida natural, sin ningún tipo de ambición política. Dios lo escoge, pero él es un ser que no tiene intención de liderar nada. Incluso en los momentos en los cuales Moisés se está formando como líder, durante el episodio de las plagas, no sabe como dirigirse al Faraón. De hecho, tiene que utilizar a su hermano como una especie de ventrílocuo. Que Dios escoja a un individuo así enlaza con la idea del soberano como una figura prácticamente divina que sirve para unir a la tribu.

Supongo que los autores del Antiguo testamento habían leído a Hobbes.
A diferencia de Rousseau, Hobbes considera que la unión de los hombres no es ninguna entidad política. Hasta que los hombres no firman un contrato y evitan la tentación de matarse entre ellos no se convierten en una entidad política. La tensión entre la visión rousseauniana, que plantea la sociedad primitiva como una fuente de beatitud, y la hobbesiana, que la define como un estado de guerra insoportable, está admirablemente descrita en el personaje de Moisés, pero la podemos ver también en la figura de Jesús. Él empieza siendo una persona sin ningún tipo de vocación de liderazgo, un tío con un lenguaje prácticamente autista, pero acaba diciendo que no ha venido a traer solo la palabra de Dios, que él ha venido a traer la espada. La escena de la expulsión de los mercaderes del templo es de una violencia extrema, como el desprecio con el cual, a veces, se dirige a su propia madre o a sus propios discípulos. Recuerda a la violencia que utiliza Dios con su pueblo antes de liberarlo, como si el pueblo fuera indigno de la soberanía que él les ha ofrecido a base de matar a sus enemigos. Es un lenguaje de una crudeza extrema y fascinante.


En el libro afirmas que "el cristianismo nos evita la tentación naif del pacifismo". ¿Cómo hemos pasado de eso a la moral del junquerismo?
Vivimos en un país donde la visión junquerístico-catequista de la religión ha sustituido la teoría política que fundamenta a la mayoría de las civilizaciones que tienen un estado. La base del junquerismo y del processisme es hacernos olvidar que podemos ser hombres libres a través de la única forma en que se puede ser libre, que es imponiendo la libertad. Las civilizaciones dialogan, ponen los argumentos sobre la mesa, hacen todos los mítines y las reuniones en la ONU que hagan falta y, cuando llega el momento límite, ponen al ejército sobre la mesa. Eso lo sabe el señor Biden, lo sabe el señor Putin y lo empieza a saber el señor Zelenski, que cuando se quede sin misiles durará cuatro días.

Nosotros "som gent de pau".
Los catalanes tenemos cosas extraordinarias como pueblo, pero hemos confundido la política con la ética y eso es un mal terrible de nuestra tribu. Pensamos que la política es el arte de tener razón, pensamos que el arte de tener razón se basa en la bondad y pensamos que, si tenemos razón, el mundo nos la dará. Yo creo que esta última es nuestra peor tara, la más peligrosa. ¿Cómo hemos llegado al processisme catequista? A base de no leer a los filósofos que teníamos que leer. Por eso lo más importante de mi libro es la bibliografía. Si alguien quiere prescindir del libro e ir directamente a la bibliografía lo animo a hacerlo, porque empezará a ver que los estados se imponen a través de la sangre, siempre.

Los catalanes tenemos cosas extraordinarias como pueblo, pero hemos confundido la política con la ética y eso es un mal terrible

Los judíos lo entendieron en su momento.
El pueblo de Israel se hace desde la guerra. Eso es lo que explica el Éxodo. A los catalanes nos sorprende que los estados utilicen su poder y creo que es un defecto muy nuestro. Ahora que estamos viviendo un revival extraordinario de la Operación Catalunya, es habitual que nos preguntemos por qué el Estado oprime, por qué el Estado encarcela a nuestros líderes cuando sabemos y sabe el Estado que aquí, en Catalunya, el año 2017, no hubo violencia. ¿Cómo es que el Estado ejerce el poder? Porque no tiene más remedio que hacerlo, porque es su estricta obligación. Lo que no entendemos los catalanes es que, cuando Isabel Díaz Ayuso dice que el Estado tiene que hacer lo que sea para defenderse, cosa que, por cierto, decía, hace muy poco tiempo, la ministra socialista Margarita Robles, el Estado tiene toda la razón del mundo. Y Catalunya como Estado tendría que hacer lo imposible para defenderse. Otra cosa es que la fuerza se pueda utilizar de una manera más o menos inteligente. Hay formas y formas, gente que tenía mucha fuerza ha perdido porque no tenía pericia a la hora de usarla. Pero la fuerza y el poder siempre están para ejercerlos.

Eso no te lo explican en clase.
Yo me refiero a la tradición de Hobbes y Maquiavelo como "la cara B" de la filosofía. La "cara A" es la cara más amable, la filosofía aristotélica rousseauniana. Aristóteles cree que la sociedad se junta de la manera que sea para llegar a un nivel de excelencia y Rousseau también habla de una serie de agrupaciones de hombres y mujeres que se juntan en honor a aquello que él denomina la religión civil, es decir, a conceptos que son objetivamente buenos. Todo eso está muy bien. Yo no soy una persona belicista, como la mayoría de los catalanes. Para hacer la independencia no tenemos ganas de salir al Paseo de Gracia a matar españoles. Eso es evidente. No lo deseamos, no lo queremos. El problema no es este y Hobbes lo dice muy bien.

Cubierta No mataras

¿Y cuál es el problema?
El problema no es que tú seas pacifista o no. El problema es que, si quieres constituir una unidad política sólida, tarde o temprano te tendrás que enfrentar a la tentación de matar. Y, por lo tanto, el problema no es lo que pienses. El problema es qué harás. Esta es la clave. El problema es qué harás, por qué te vas a encontrar con ello. Y eso no lo podrás escoger. Tú puedes ser pacifista, el problema es que el mundo no lo será por ti y después que tú mates o de que el estado mate en tu nombre, tú tendrás que convivir con los otros. Aquí es cuando empieza la política para Hobbes, por eso a mí me parece tan interesante. La política es lo que empieza después de la batalla, después de la catarsis, después de la carnicería, es cuando los supervivientes se levantan de la batalla y dicen, bien, ¿ahora qué hacemos? Lo que nosotros queremos es ahorrarnos la batalla. Y Hobbes nos dice: "mire, no"

Siempre tenemos la opción de refugiarnos en una burbuja de comodidad.
La respuesta posmoderna y contemporánea a la dialéctica del amigo-enemigo y de la violencia se basa en hacer nuevas versiones del pacifismo rousseauniano, que las tenemos cada día explicadas en el CCCB, por ejemplo, o en el Parlament de Catalunya. Son otras fórmulas de decir "bueno, ya que no podemos evitar la guerra, busquemos zonas de aislamiento prácticamente perfectas mediante las cuales la alteridad sea una mera virtualidad". Internet es la nueva esfera. Si te fijas, el aislamiento de la sociedad occidental empieza antes de la pandemia. Tenemos fenómenos como los hikikomoris de Japón, aquellos adolescentes que viven encerrados a casa y que básicamente viven en su burbuja. En los momentos prepandémicos, la idea de la persona que tiene el mundo en su teléfono móvil o en su ordenador era una idea que nos fascinaba. Ahora nos horripila porque sabemos que, evidentemente, perder las relaciones de tacto, de sexo, de conversación es terrible, pero, en aquel momento, nos fascinaba. ¿Por qué? Porque eliminaba la alteridad. Eliminada la alteridad, eliminada la tentación de matarnos. Era una ganga.

El problema no es que tú seas pacifista o no; el problema es que, si quieres constituir una unidad política sólida, tarde o temprano te tendrás que enfrentar a la tentación de matar

Pero no acabó de salirnos bien.
Hemos descubierto que eso tampoco nos ha solucionado nada. Primero, porque las redes se han convertido en otra batalla, una extensión de la guerra. Cuesta encontrar contenido. Lo que más encuentras es batalla y, al final, nuestra pretensión de devenir alguien más, de salir de nuestra identidad a través de un avatar, que en general era más guapo, más listo y follaba más que nosotros, también es vana, porque nos hemos dado cuenta de que nosotros no somos aquello y que tarde o temprano tenemos que salir a la calle. De eso nos habla Sloterdijk. El contraactualismo explica por qué vivimos juntos. La postmodernidad explica por qué, después de todo lo que ha pasado, todavía tenemos la paciencia de vivir juntos. Y esta es la pregunta donde estamos nosotros. Si te fijas, todas las series de narrativa norteamericana van de eso. Desde Lost hasta The Leftovers. Cuando el mundo cae y volvemos a empezar, ¿qué hacemos? ¿Por qué nos tenemos que volver a juntar? De aquel contrato que firmamos, ¿qué queda?

Como mínimo ya no nos matamos entre nosotros.
La cultura de masas que no nos mata, pero nos mantiene en vida a base de matarnos. ¿Qué quiere decir eso? Que no nos suicidamos compulsivamente, sin embargo somos conscientes de la cantidad de habitantes de Occidente que viven absolutamente drogadictos con antidepresivos, o de la cantidad de niños de dieciocho años que van a los CAPS a decir que ya lo han vivido todo y tienen ganas de morirse, o del tiempo absolutamente absurdo que perdemos en las redes. Yo no soy un tecnófobo, pero es innegable que nos pasamos una tercera parte del tiempo de nuestro día en un mundo que no es el nuestro. Es la perfección del aniquilamiento del cual hablaba Marx, la capacidad de vivir literalmente en otro mundo. Hay un aumento extraordinario de insomnio entre críos que, como explica el filósofo Jonathan Crary en 24-7, no pueden desvincularse de la pantalla. Esta es una forma de ir matándonos. Lo que pasa es que la medicina a su vez nos aguanta. Vivimos estando más muertos que nunca.

Retrato Barrote Dedéu / Foto: Irene Vilà Capafons
Foto: Irene Vilà Capafons

Y, además, hacemos las entrevistas fumando.
Es una forma muy consciente que tenemos de matarnos y de incumplir nuestro mandamiento. Suicidarnos, en el fondo, es una reivindicación divina. Déjame decirlo de una forma muy provocadora pero muy realista. Al final los yihadistas tienen razón. La fórmula más estricta de hacer caso al mandamiento es hacer de Dios y Dios es quien quita o da la vida. El suicida decide ejercer como divinidad.

Eso suena un poco politeísta.
Cuando mencionamos la famosa cita del "homo homini lupus este" siempre nos olvidamos de que Hobbes define el estado de guerra de todos contra todos como un estado donde no solo los hombres y las mujeres pueden matarse entre ellos, sino que todos se creen Dios. Este es el verdadero problema, porque de Dios y de soberano solo puede haber uno, por mucho que esté en la forma de un régimen parlamentario. Cuando todo el mundo se cree soberano acabamos extinguidos.

No sé si todo el mundo se cree soberano, pero cada vez hay más gente que escribe libros.
Yo he tardado mucho.

¿Por qué?
No había escrito libros hasta ahora por un tema inconfesable y por otro de confesable.

Suicidarnos, en el fondo, es una reivindicación divina; déjame decirlo de una forma muy provocadora pero muy realista: al final los yihadistas tienen razón

Empecemos por el primero.
El tema inconfesable es la cobardía. Yo soy una persona a quien le gusta mucho acabar las cosas en el sentido objetual, alguien que, por ejemplo, se mira mucho los artículos (todos los que he escrito en El Nacional tienen las mismas líneas y los mismos párrafos), sin embargo, a la hora de vivir y a la hora de acabar las cosas, las relaciones, las amistades, soy un desastre. El articulismo, para hacer una metáfora muy cutre, es el sexo rápido, es un quickie. El ensayo o la novela requieren un espíritu mucho más maratoniano. Mientras he escrito este libro, no lo negaré, lo he pasado muy mal, me ha provocado una angustia repulsiva. Lo que pasa es que me lo ha pedido mi hermana putativa, que es muy lista y muy puta, y claro, evidentemente, a una persona que quiero tanto no le puedo decir que no.

¿Y el motivo confesable?
La responsabilidad. De las pocas cosas que he hecho bien en la vida es estudiar mucha filosofía. Yo, de hecho, trabajo para estudiar filosofía. Soy como el protagonista de Crimen y Castigo, soy ex-estudiante, que es la mejor manera en la cual se puede definir una persona. Trabajo para seguir estudiando, es lo único que me interesa. Es decir, te he citado en el Ateneu porque seguramente moriré aquí, rodeado de libros. El caso es que he estudiado mucho la filosofía y sé cómo es de difícil decir algo nuevo y hacer lo que tiene que hacer la filosofía, que no es solo hacernos pensar, sino hacernos pensar de otra manera. Pensar, piensa todo el mundo. Entonces, decir alguna cosa que no se haya dicho implica mucha responsabilidad. ¿Podría haber hecho veinte libros a mis cuarenta y cuatro años? Sí, pero solo hay este. Para seguir escribiendo, y para seguir escribiendo concretamente filosofía y para incumplir otro mandamiento y que este libro no fuera el último, tendría que ser más valiente de lo que soy. Tendría que tener un compromiso con el pensamiento, con la prosa y con la vida, que no tengo.


En este caso la guerra es interior.
La obra es una lucha contra ti mismo. Después el lector dirá si el libro le parece una puta mierda o una obra maestra, pero claro, la guerra es nuestra y la guerra, de momento, la estoy perdiendo. Mi guerra era escribir, era mi único interés. Ha habido momentos de mi vida en que he escrito cosas que han valido la pena y ahora hace muchos años que escribo muy mal. Lo que pasa es que tiro porque tengo gracia y tengo oficio. Pero lo que tengo que escribir yo no está escrito y no lo he escrito por cobardía. He perdido mucho tiempo, básicamente con el amor; con el amor se pierde mucho tiempo.

Y con la guerra.
Es lo mismo. Querer a una mujer es entrar en el campo de batalla. Y yo he amado a muchas mujeres. Me han enseñado mucho, también hay que decirlo. Por lo tanto, estamos empatados.