Érase una vez... pero ya no, la quinta temporada de Élite y ahora Bienvenidos a Edén. La ficción española en Netflix parece haber dado un paso atrás este año para volver a aquellos estereotipos de contenidos vacíos, guiones mediocres y diálogos de las series españolas que dan un poco de cringe. Y es que la nueva serie de Joaquín Górriz y Guillermo López es un despropósito de dimensiones enormes, con una impactante idea inicial sobre unos jóvenes atrapados por una secta en una isla que después no se llena de ningún argumento interesante, ni de ningún personaje potente, ni de ninguna idea original. Nada de nada. Un vacío total. Si eso era el Edén, todos habríamos comido la manzana.
La versión mala de la versión mala
La serie arranca con Zoa, una chica que, cansada de una familia desestructurada que la desatiende, acepta una invitación anónima para ir a una fiesta en una isla remota. Teóricamente, se trata de un acontecimiento exclusivo para promocionar una nueva bebida que todavía no ha salido al mercado, pero una vez allí sólo la probarán cinco de los jóvenes invitados —una de ellas, Zoa—, que serán los cinco que entrarán en la secta del Edén. Por qué se invitan a cien personas para después quedarse con cinco es una de las muchas incoherencias de guion que la serie nunca resuelve. Igual que cómo puede ser que sacándoles los móviles, firmando un contrato y poniéndoles pulseras que los rastrean nadie sospeche nada.
Sin embargo, se tiene que reconocer que la premisa es lo bastante atractiva, a la vez que tiene muy poco de original. Vemos reminiscencias de El juego del calamar por como los llevan hasta un lugar secreto donde tenerlos controlados, toques de Euphoria en las actitudes y relaciones adolescentes de las nuevas generaciones, y referencias a Perdidos la reina de las series de personajes perdidos en una isla —y también a Los 100, ya que son literalmente cien los jóvenes invitados a la fiesta. De hecho, Los 100 ya era una versión mala de Perdidos, de manera que aquí tenemos la versión mala de la versión mala. Porque Bienvenidos a Edén coge todos estos referentes y los pasa por la batidora sin dejar nada sólido, casi como si la serie la hubiera hecho una inteligencia artificial con la misión de mezclar series que funcionan, pero sin saber cómo se hace un guion.
Exposición, exposición y más exposición
Y lo que hunde Bienvenidos a Edén en la miseria es su guion: lleno de agujeros, con giros que no impactan porque el espectador no conecta con la historia y con personajes sin ningún desarrollo. Si es que incluso hay un momento en el primer episodio que, con la excusa de analizar a los nuevos integrantes de la secta, se nos muestra un PowerPoint con las características escritas de cada uno de ellos. ¡Un PowerPoint! Es quizás la forma más cutre de la historia de la televisión para presentar personajes. Y así con todo. Exposición, exposición y más exposición que hacen que la serie decaiga en interés y no enganche de ninguna manera.
Con respecto a los actores, no juzgaremos en exceso sus interpretaciones más bien pobres porque el material con que trabajan no ayuda nada. Amaia Aberasturi es quizás quien más destaca en el papel de Zoa, pero poca cosa que decir de Albert Baró (Merlí), Tomás Aguilera (Skam) o las cantantes Belinda y Ana Mena como jóvenes de la secta, ni tampoco de Amaia Salamanca en el insufrible rol de líder de esta. En definitiva, no hay ni en los personajes, ni en las interpretaciones, ni en el guion, un sitio donde cogerse a esta serie; ni siquiera en los paisajes espectaculares de Lanzarote, bastante infrautilizados. Ni una decisión acertada para una serie que viene a demostrar que una idea atractiva inicial no sirve de nada si no se llena de contenido interesante.