En un momento de Bitelchús Bitelchús, y a ritmo del Tragedy de los Bee Gees, Monica Bellucci utiliza una grapadora para coser las partes de su cuerpo descuartizado repartido en cajas abandonadas en un almacén del Más Allá. En vida, Delores, el personaje que interpreta a la actriz italiana, y actual pareja de Tim Burton, vivió una breve historia de amor con un ladrón de tumbas que acabó en tragedia. Ahora, su fantasma con el cuerpo grapado busca venganza contra su ex, que, en el mundo de los muertos, no es otro que nuestro querido Bitelchús.

De alguna manera, y quizás solo en la cabeza de quien firma este artículo, la escena es una perfecta metáfora de la experiencia que el propio Tim Burton ha vivido rodando esta película. Secuela tardía, 38 años han pasado desde aquel exitosísimo primer Bitelchús (1988), y, cuando llevaba perdido una larga década ("me había desilusionado con la industria del cine, me había perdido a mí mismo... quería hacer alguna cosa que me divirtiera, y rodar esta película ha sido toda una inyección de energía", confesaba el director hace justo unos días, cuando presentaba el filme en el Festival de Venecia), el Burton juguetón, imaginativo, entusiasta y gamberro ha recosido costuras y parece haberse reencontrado a sí mismo. ¿Como aquel anuncio de turrones que lleva cinco décadas celebrando el retorno a casa por Navidad (¿a que ahora mismo estáis escuchando la cancioncilla en vuestros cerebros?), o como Tarradelles después del exilio, Tim ya está aquí.

38 años han pasado desde aquel exitosíssim primer Beetlejuice, el Burton juguetón, imaginativo, entusiasta y gamberro ha recosido costuras y parece haberse reencontrado a sí mismo

Bitelchús se deconstruye

El fantasma de Delores, una chupa-almas capaz de matar a los muertos, protagoniza uno de las subtramas que cuelgan del esqueleto narrativo que propone Bitelchús Bitelchús: la película empieza con otro retorno, el de la gótica Lydia Deetz, ahora una especie de Iker Jiménez de la tele (con la diferencia que ella no es una farsante, como todos sabemos) gracias a un programa sobre casas encantadas y experiencias sobrenaturales, y su narcisista madrastra en Winter River, el pueblecito de Connecticut donde sucedía la acción de la primera parte. Y lo hacen para celebrar un funeral. Las dos llegan con la hija de la primera, para acabar abriendo las puertas (dibujadas con un tiza en la pared) del inframundo.

beetlejuice
Tim Burton ha vuelto al universo Bitelchús 38 años después

Las maravillosas Winona Ryder (nunca agradeceremos suficiente su reivindicación en Stranger Things, a ella también la resucitaron) y Catherine O'Hara, y una Jenna Ortega convertida en la nueva musa de Burton a raíz de la serie de Netflix Miércoles, se apuntan a una fiesta que repite muchas de las constantes del filme original, no podía ser de ninguna otra manera. Y que las empujan a decir tres veces aquel nombre que todos sabemos que no se tiene que pronunciar nunca tres veces, pero que no podemos evitar repetir tres veces. Porque, en realidad, necesitamos fuertemente que el bioexorcista lleno de llagas, devorador de cucarachas, malhablado, grosero y pervertido (una poco menos de lo que lo era hace cuatro décadas, todo sea dicho... quizás también él se está deconstruyendo), haga acto de presencia.

Lugares comunes

Como ya pasaba a la primera entrega, el eterno Bitelchús, que vuelve a bordar un Michael Keaton en plena forma, es uno secundario de lujo en su propia película. Como aquellos jugadores de baloncesto que pisan la pista desde el banquillo y dinamitan el partido con cuatro triples consecutivos, el demonio más cabronazo del universo de Tim Burton brilla y reparte juego, con gags y pequeños monólogos pronunciados a velocidad de vértigo. Y como el primer Bitelchús, la secuela también se encamina a una boda, aquí con música de Donna Summer (Tim, no te perdonaré una ausencia que hace daño: ¿dónde está la voz de Harry Belafonte? ¿dónde es el Shake Shake Señora?) que incluye una buena hostia con la mano plana en el trastocado mundo de los influencers (bien, Tim, bien).

El demonio más cabronazo del universo de Tim Burton brilla y reparte juego, con gags y pequeños monólogos pronunciados a velocidad de vértigo

Respecto del Beetlejuice original, esta segunda entrega recupera también, y le regala minutos de juego, a aquel Bob con la cabeza jibarizada que multiplicaba la paciencia sentado en una sala de espera del Más Allá. Y no es el único personaje con la cabeza reducida que se pasea por el inframundo. También volveremos a ver, con matices, a Charles; el sufrido padre de Lydia, aficionado a los prismáticos y la observación de pájaros. La desaparición de la escena pública del actor Jeffrey Jones (también presente en otros filmes del director, como Ed Wood o Sleepy Hollow) después de ser condenado por posesión de pornografía infantil, ayuda a hacer que Burton haga virtud de la necesidad, y se saque de la manga una divertidísima escena en stop-motion que nos reconecta con aquel dibujante que, después de ser despachado de la Disney por la oscuridad de sus diseños, marcaría para siempre el mundo de la animación con Pesadilla antes de Navidad (1993).

No te vuelvas a marchar

Pero más allá de recorrer lugares comunes y de acompañarnos en este viaje por la memoria emocional y cinéfila, que a ratos supera el original, Burton también se/nos divierte añadiendo novedades a la secuela, como el pequeño Bitelchús que haría palidecer al diabólico Chucky; o como el Soul Train lleno de viajeros bailongos funk con pelo afro. O como los homenajes a Carrie y al cine de Mario Bava. O como el divertidísimo personaje de Willem Dafoe: un actor especializado en papeles de policía que falleció convencido de ser un comisario, y que defiende la ley, y la credibilidad de las interpretaciones, en el reino de los muertos. Y ojo con el fantasmal cameo de un viejo conocido del cine de Burton: para más pistas, un señor bajito que hacía de malo en una de Batman.

El cineasta tira de nostalgia con toda la razón del mundo, porque, en su caso, sin ningún tipo de duda, todo tiempo pasado fue mejor

El cineasta tira de nostalgia con toda la razón del mundo, porque, en su caso, sin ningún tipo de duda, todo tiempo pasado fue mejor. Ahora bien, Bitelchús Bitelchús nos indica que, si los estudios no se preocupan por volver a domesticarlo y él encuentra fuerzas para evitarlo, Tim Burton todavía tiene rincones para rascar dentro de su cerebro privilegiado, y todavía le queda parte de aquella desbordante imaginación que lo convirtió en un creador visionario, singular, único. Como cantaba Peret, "no estaba muerto, estaba de parranda". Y sin necesidad de decir su nombre tres veces, ya lo tenemos aquí. ¡Bienvenido a casa, Tim! ¡Y no te vuelvas a marchar!