Ser mujer y recriminarle a una madre es algo así como el triple eje del desamor matrio: ignorar, despreciar y atacar a la que te ha ha dado la vida como sinónimo indivisible de ser una hija de mierda. A menudo esta sensación es tan generalizada que la hemos bautizado como la cruz de las relaciones maternofiliales, entendiendo que las mujeres estamos predestinadas a no soportarnos ni moderadas por el cordón umbilical, porque así lo dictaminan la cocina y los genes. Y por eso los bares se llenan de tías que, con una copa de vino en la mano, no dejan títere con cabeza cuando hablan de lo insoportable que es la madre que las parió. ¿Pero qué lleva a una descendiente a rebelarse contra la persona que la ha traído al mundo? ¿Por qué parece que madres e hijas estén condenadas a convivir entre pullitas y puñaladas traperas, sintiéndose eternamente mermadas y culpables, pero siempre con una sonrisa en la boca? 

Blanca Lacasa tiene el nada extraordinario rasgo de ser hija de su madre y el privilegio de haber reflexionado más que el resto sobre qué supone ser hija de una madre. Los dictámenes son evidentes: el mundo externo está repleto de normas sobre cómo deben ser las madres y, por ende, sobre cómo deben comportarse las hijas, sodomizadas todas por un prototipo perfecto e inalcanzable que siempre recae en las mismas responsabilidades y obligaciones: ser la más buena, la más simpática, la más abnegada, la más entregada, la más cuidadora, la más cariñosa, la más todo. Unos imperativos utópicos que se acentúan cuando se multiplican por dos, pero que, sin embargo, se han situado en el lado fuerte del tabú. Las hijas horribles (2023, Libros del KO) desgrana todo este constructo, con una Lacasa que ha contado con testimonios anónimos de mujeres diversas, teóricas expertas o ejemplos de la cultura popular para reflexionar sobre por qué las relaciones entre las madres y las hijas son tan complicadas. Y, como siempre, todo huele a señor patriarcado.  

Foto: Carlos Baglietto

¿Qué es una hija horrible?
Para mí no existen las hijas horribles. Precisamente es eso: por qué te sientes una hija horrible cuando no lo eres. Ese sentimiento que te tortura tanto, en el que tú sientes que estás defraudando a tu madre, que no estás haciendo lo suficiente o que la estás decepcionando, está provocado por circunstancias. Te sientes una hija horrible porque no atiendes suficiente a tu madre, porque has tomado tus propias decisiones y te has convertido en un ser autónomo, y a lo mejor estás haciendo cosas que a tu madre no le parecen bien o no le gustan y sientes que no estás cumpliendo sus expectativas —que son suyas, no tuyas—. También se ve en toda la dictadura de los cuidados cuando las madres se hacen mayores, que a veces es absolutamente tiránica, y que realmente se escapa de cualquier lógica. Creo que ahí es cuando tú te empiezas a sentir una hija horrible, porque son hiper exigencias y demandas de perfección que están muy lejos de poder ser cumplidas. Es siempre esta cosa de las expectativas: esa hija que ellas esperan y que a nosotras nos gustaría ser, y que son unos ideales inalcanzables. En esa confrontación entre la realidad y el ideal es donde nos sentimos hijas horribles.

¿Se podría enmarcar en la lógica machista de que el enemigo de una mujer es otra mujer?
No me gusta eso, porque creo que estamos otra vez haciéndole el juego al patriarcado. No creo que el enemigo de una mujer sea otra mujer, nos han hecho creerlo porque hay un constructo patriarcal. Por mucho más modernas que seamos que nuestras madres, por muy feministas o muchos avances que hayamos hecho a nivel mental, seguimos siendo producto de lo que somos y hemos crecido con la idea de una madre perfecta. Y cuando esa madre no ha respondido a eso, cuando hemos visto a la mujer que fallaba, no nos gusta. Es cómo: ¿dónde está esa madre que yo tengo en la cabeza, que me han implantado, esa madre de los cuentos? Y a ellas les pasa un poco lo mismo. No creo que sea un problema de que nosotras seamos nuestras peores enemigas; nos han convertido en eso porque no respondemos al espejo que nos han dado —que, insisto, no es nuestro— y frente al que no podemos cumplir. Ese es el problema.

Has hablado con varias mujeres. ¿Hay patrones en común?
Esa fue una de las cosas que me hizo ver que estaba en el buen camino. No hablo de una universalidad ni de una globalidad, y estoy lejos de sentar cátedra, pero sí que veo que hay una cierta transversalidad. Empecé a hablar con mujeres y vi que había patrones que se repetían, incluso me decían lo mismo, frases exactas de mujeres que no se conocen entre sí, de diferentes edades, estratos sociales o culturales. Te peta un poco la cabeza. 

Hemos crecido con la idea de una madre perfecta, y cuando esa madre no ha respondido a eso y hemos visto a la mujer que fallaba, no nos gusta

¿Dirías que vivimos la relación con nuestras madres con trauma?
Sí, un poco. Y creo que parte del libro es decir que las relaciones familiares en general son complicadas, pero en el caso madre-hija tiene el doble check del sesgo de género. También se trata de decir: vamos a quitarnos el trauma y metámosle humor a todo esto después del proceso de colocación. Pero claro que hay trauma. Hay muchas mujeres que están muy ancladas en eso y lo viven con un dolor tremendo que, encima, parece que no puedes expresar porque estás traicionando a tu madre y no estás respondiendo a ese modelo de madre e hija que se llevan bien. 

Foto: Carlos Baglietto

Hablas del concepto hijidad, pero no está aceptado. ¿Las opiniones de las hijas valen menos?
Esa es la sensación que tuve yo. Hijidad no sale en la RAE, no hay una palabra aceptada para las hijas e hijos. Creo que es porque, como lo eres por defecto, no se le da importancia y no se ha reflexionado sobre ello. Y puede ser muy traumático ser hijo, porque tú no lo eliges. Hasta cierto punto eliges ser madre o padre, o eliges a tus amigos. Y ya no es que no elijas a tu familia como hijo, es que ni siquiera eliges ser hijo. Nadie te pregunta si quieres existir. Teniendo en cuenta que ahora se piensa en todo, me resulta muy chocante que no se haya reflexionado mucho sobre esto, y me parece muy interesante hacerlo desde este lugar.

Sí que hemos abierto melones como el consentimiento, el aborto o el Satisfyer. ¿Por qué en plena cuarta ola feminista sigue siendo tabú hablar de algo tan básico como la relación madre-hija?
Eso es algo que me flipó cuando empecé. Se han abierto todos los melones, el del amor romántico ya está hasta pocho. Pero creo que tocar la institución familiar es muy complicado y la gente se rasga las vestiduras. Cuestionar la familia levanta muchas ampollas, y la maternidad es lo que sostiene la institución familiar. Parece que los cuidados siempre recaen en las mujeres y que las madres son cuidadoras por defecto. Esto a nivel de estado viene fenomenal, porque si tú tienes a la mitad de la población cuidando por definición, naturaleza o genes —porque biológicamente estamos programadas para ello— te ahorras mucho dinero. Los cuidados, tanto de niños como de personas mayores, están al cargo de las mujeres. Y noto que a nivel popular hay miedo a cuestionarlo.

Puede ser muy traumático ser hijo, porque tú no lo eliges; nadie te pregunta si quieres existir

¿Por qué las hijas seguimos reproduciendo las mismas dinámicas?
El rodillo del patriarcado funciona perfectamente y nos ha educado en ciertas cosas. A ti, casi de manera instantánea, es lo que te sale, aunque lo hayas pensado o lo tengas bastante deconstruido. Lo que sí se ha ganado con respecto a la generación anterior es que hay una especie de alarma que te salta para darte cuenta. Y ya me parece mucho. Si tú te has educado con unos parámetros emocionales y a tu alrededor has visto eso, es muy difícil escapar. El sistema está preparado para que estos patrones se repitan y se perpetúen, es parte de su pervivencia. La familia es un mecanismo que hace que perviva el sistema tal y como está, y en el momento en que la familia empieza a resquebrajarse, va a haber cosas que se van a mover. Y hay mucha gente a la que no le interesa que se mueva.

¿Esta reproducción de patrones se vive igual si se es madre como si se decide no serlo?
Cuando empecé el libro, tenía la certeza de que era así, y de que en el momento en que tú te convertías en madre, todo cambiaba, también respecto a tu propia madre. ¿Por qué? Porque para ella ya habías cumplido el ciclo vital: la lógica de "mi hija se ha convertido en madre, ha repetido mi patrón, ya he cumplido". Y me he dado cuenta de que no es del todo así. Muchas de las hijas que aparecen son madres, y me decían que también esperaban esa emancipación de la era adulta y esa igualdad respecto a sus madres, pero no: la dependencia empeoraba.

Foto: Carlos Baglietto

Y luego está el tema de los cuidados, que suele recaer en aquellas hijas que no tienen hijos.
Es que se supone que las mujeres, por definición, estamos hechas para cuidar. Si no estás cuidando a alguien es que estás haciendo algo mal. Si no tienes hijos, se supone que acabarás cuidando a tus padres —a tu madre, sobre todo— porque se supone que es tu función vital. El cuidado de los padres recae mucho más en las hijas que en los hijos. Y recae mucho más en las hijas que no tienen descendencia. 

Y te diré más: recae más en las nueras que en los hijos.
Claro, y eso ya es loquísimo. Exclusivamente porque es mujer. 

¿Cómo pasamos de la teoría a la práctica arrastrando a las viejas generaciones y con los movimientos reaccionarios mordiéndonos el culo?
Es complicado. Tienes toda esa herencia que tienes que destilar, seguimos viviendo en un mundo abocado a lo reaccionario, y es difícil. Deberíamos quitarnos el miedo e intentar quitárselo a las generaciones que vengan después. A las mujeres nos han educado mucho en el miedo porque nuestras madres vivieron mucho en el miedo. No lo hicieron para fastidiar, sino para protegernos. Pero ese miedo, que es una herramienta de control social como no hay ninguna otra, nos hace estar contenidas y dejar de reivindicar. Es muy fácil transmitir ese mensaje de miedo y es una cadena muy difícil de romper, porque no lo haces a malas: lo haces como un mecanismo de protección. Pero es un mecanismo muy fallido.

¿Cómo viven los hombres la relación con su madre?
Cambia muchísimo. Las mujeres con las que he hablado y que tenían hermanos me decían que no tiene nada que ver. Por un lado, creo que las madres no han exigido tanto a los hijos en las educaciones, y más en educaciones tradicionalmente medio machistas; algunas de las mujeres que salen en el libro me decían que su hermano no hacía ni la cama, que se la hacían ellas. Y, por otro lado, también creo que los hijos tienen una responsabilidad emocional menor; cuando nos vamos de casa, las hijas seguimos sintiendo que tenemos que ver y cuidar a nuestras madres, estar pendientes de ellas y respondiendo a esas demandas afectivas. Ellos se liberan más y no sienten esa presión. Yo he escuchado a madres decir: "ha venido tu hermano y me ha traído unos bombones, qué majo es". E igual su hija ha ido cuatro veces en la última semana y le ha cocinado tuppers de comida, y no existe la misma valoración. 

Cuando nos vamos de casa, las hijas seguimos sintiendo que tenemos que ver y cuidar a nuestras madres, estar pendientes de ellas; los hijos no sienten esa presión

¿Y nosotras con nuestros padres?
Tampoco es igual. Madres y padres parten de estándares distintos, que es algo que me llama mucho la atención. El libro va enfocado a la relación madres e hijas, y con las participantes hablábamos mucho rato de la relación con la madre, y al final sistemáticamente les preguntaba por su padre. Y las respuestas eran del estilo: “ah, muy bien, siempre ha sido bueno, me llevaba al zoo una vez al mes”. Y es como: ¿en serio me estás diciendo que tu padre era guay porque te llevaba al zoo una vez al mes? Eso me pasó prácticamente con todas. Se quedaban paradas porque no lo habían pensado, y es porque lo tenemos implantado. Hace poco leí un artículo en un periódico en el que decían algo así como: "los padres, los nuevos héroes". Me quedé alucinada. Los padres parten de una base tan pequeña que, cualquier cosa que hagan, puntúa, mientras que las madres parten de unos estándares de perfección tan altos que es muy difícil sumar y muy fácil restar. A las mujeres esto nos pasa en general con todo, también en los trabajos; siempre se nos va a exigir más. 

¿Qué papel tiene la culpa en todo esto?
La culpa es el gran motor. Por defecto, las madres se sienten culpables todo el rato; una madre siempre va a sentir que no lo está haciendo suficientemente bien, que no llega, que ha fallado, que quizás debería haber educado a su hija de otra manera, que trabaja demasiado. Culpa, culpa, culpa. Y las hijas, al mismo tiempo, sentimos que no atendemos suficientemente bien a nuestras madres, que estamos defraudándolas, que no estamos cumpliendo con sus expectativas, que tomamos decisiones que ellas no aprueban. Y la culpa es muy paralizante con una misma y con la persona respecto a la que te sientes culpable, porque pone en marcha unos mecanismos en los que intentas compensar a la persona al mismo tiempo que te cabreas por sentirte culpable. La culpa te mantiene cautiva en ese lugar y, en el momento en que la sientes, dejas de ser libre y ya eres un poco dependiente de la otra persona. Se retroalimenta esa cosa de seguir dependiendo de alguien y se alimenta esa culpa para que el otro siga ahí como parte de un engranaje de chantaje emocional: si tú haces que alguien se sienta culpable, tú piensas que va a quedarse contigo. Me parece un sentimiento terrorífico.

Foto: Carlos Baglietto

¿Estamos condenadas a lucharlo solas?
Ahí está el tema. Esto debería cambiar ya. Y es algo sobre lo que han escrito mucho y muy bien personas como Ibone Olza o Carolina del Olmo. Estamos muy solas, y creo que es muy importante que se deje de vivir esto de una manera solitaria. Creo que hay algo muy rompedor en compartirlo. En el momento en que tú estás sola, sientes que es una cosa tuya y que no puedes hacer nada. Cuando seamos capaces de hablarlo sin problema y reírnos de todo esto, creo que la intensidad bajará, y dejará de ser un problema individual para convertirse en colectivo. 

¿Es un libro para intentar comprender a las madres o para tener recursos para poder juzgarlas?
El propósito del libro es entenderlas a ellas, porque así rebajas tu enfado, pero tampoco quería rebajarlo al cero. Creo que es lícito estar enfadadas con nuestras madres. Nos lo tenemos que permitir, porque quizás tienes todas las razones para estarlo. Pero estar enfadadas no tiene que suponer quedarse en el cabreo, y por eso quería traspasar la emocionalidad para escuchar a voces expertas y teóricas, porque creo que es la única manera de salir de esa rueda del "tú más". Hay que reivindicar el derecho a enfadarse, que también es una cosa muy masculina, porque está mal visto que las mujeres nos enfademos. Pero llega un momento en que tú tienes una edad y ya eres responsable, y tienes que superar este enfado. De hecho, hay una mirada muy comprensiva hacia las madres, y no es un libro revanchista ni de venganza, sino extremadamente conciliador. Incluso a veces hay reconciliaciones que consisten en marcharse de ese sitio, porque no todo se puede salvar, pero es importante no hacerlo desde la rabia y el rencor. Y no quiero mandar un mensaje buenista, hacerlo es súper lícito.

Los padres parten de una base tan pequeña que, cualquier cosa que hagan, puntúa, mientras que las madres parten de unos estándares de perfección tan altos que es muy difícil sumar y muy fácil restar

Una dedicatoria del libro dice: "A mi madre, después de todo". 
Mi madre es una persona con la que he hablado mucho de estos temas. Parte de las cosas que he pensado sobre la relación madre-hija vienen de las conversaciones que he tenido con ella. He pasado por muchos lugares y he hecho un proceso, mi madre es una persona extremadamente inteligente, y es una persona que me ha metido mucho en la cabeza el poder debatir. Y he tenido mis más y mis menos.

Has purgado, entonces.
Me ha servido mucho. He descubierto cosas y casi todo lo que sale en el libro ya lo había pensado antes, pero creo que, cuando escribes, organizas. Y en esa colocación hay un orden narrativo y del pensamiento. Me ha servido muchísimo también para ver que, todos estos años que le he dado vueltas a este tema, ya se han acabado. Lo he soltado y mi proceso está terminado.