En Lovers Rock, el mejor de los episodios de su magnífica serie antológica Small Axe, el cineasta británico Steve McQueen evocaba las fiestas caseras a ritmo de reggae de los negros británicos de ascendencia antillana en el Londres de finales de los años 70 y principios de los 80. A su manera, el director de Shame (2011) y 12 años de esclavitud (2013) hacía las paces con sus ganas de rodar un musical, y, al mismo tiempo, reivindicaba aquellas celebraciones semiclandestinas llenas de baile, deseo, seducción y olor de marihuana, en las cuales aquellos hombres y mujeres se liberaban del racismo, desatado de la sociedad y las instituciones inglesas.
McQueen vuelve a coquetear con el musical (ahora lo desarrollaremos), en este drama familiar tan íntimo como espectacular, situado en plena Segunda Guerra Mundial, en aquella época históricamente denominada Blitz, en la cual, entre 1940 y 1941, Londres sufría una salvaje oleada de bombardeos de la Luftwaffe, la fuerza aérea nazi, que arrasó la ciudad.
La película recorre la peripecia de George, un niño negro de 9 años, hijo de madre soltera blanca y padre negro desaparecido. Y todo coge forma cuando, como pasaba con el fin de protegerlos de las bombas, se aleja al niño del peligro y lo envían a un entorno rural. La cuestión es que el pequeño George se escapa, no llega a su destino y, mientras él intenta volver con su madre, se irá cruzando con gente que trata de sobrevivir de las maneras más insólitas.
Entre Spielberg y Dickens
"Te odio", le lanza el niño a su madre en una despedida dramática, ignorándola desde su enfado infantil, antes de subir a un tren que significará el inicio de una aventura épica y, a ratos, fantástica, porque el realismo mágico también encuentra su lugar. En el camino de retorno a casa del protagonista, Steve McQueen (el cineasta británico ya visitó esta época en Occupied City, su documental sobre la Ámsterdam ocupada por los nazis) apuesta en la narración por un cierto clasicismo spielbergdiano, en la que el enorme impacto de las secuencias bélicas combina con la calidez con la que la cámara se acerca al niño perdido y a la madre desesperada. Y donde tienen cabida la influencia del cine de Michael Powell y Emeric Pressburger, el Oliver Twist de Charles Dickens, o los guiños a la estupenda Esperanza y gloria (John Boorman, 1987), un complemento perfecto que ya narraba la guerra desde la perspectiva de los niños. Y, también, la ya comentada pasión por los musicales de un McQueen que incorpora dos fabulosas secuencias llenas de ritmo y energía en medio de la tragedia.
Steve McQueen apuesta en la narración por|para un cierto clasicismo spielberguià, en la que el enorme impacto de las secuencias bélicas combina con la calidez con que la cámara se acerca al niño perdido y a la madre desesperada
Y mientras el niño las pasa canutas durante su odisea; su madre, trabajadora en una fábrica de armas y voluntaria en la ayuda a una población que pedía más refugios seguros (es especialmente conmovedora la escena en la cual los empleados del metro no quieren dejar pasar decenas de personas que escapan de las bombas) lo busca. McQueen reivindica así la contribución y los esfuerzos de las mujeres en aquel contexto, y un primer feminismo activista de pioneras que, también, iniciaban el camino de la liberación sexual que llegaría a los años 60.
McQueen reivindica la contribución y los esfuerzos de las mujeres en aquel contexto, y un primer feminismo activista de pioneras que, también, iniciaban el camino de la liberación sexual que llegaría en los años 60
La crudeza de la guerra vista por los ojos de un niño y la resiliencia de un pueblo decidido a plantar cara al fascismo se mezclan con la voluntad didáctica del director, que no se olvida al señalar la inmoralidad de aquellos que aprovechaban el desastre para saquear los hogares destruidos por los nazis. Como tampoco cesa en su misión de seguir señalando, nunca es suficiente, el arraigado racismo blanco británico hacia los inmigrantes negros y sus hijos y nietos, ingleses de pleno derecho. La química entre la siempre sensacional Saoirse Ronan (recordadla a Expiación o a las Mujercitas de Greta Gerwig) y el pequeño debutante Elliott Hefferman (otro que se estrena en el cine con Blitz es el músico, líder de The Jam, Paul Weller, interpretando al abuelo de Hefferman) juega a favor de una obra tierna y conmovedora, también dura e inquietante, sensible, pero nunca empalagosa, esperanzadora y tremendamente impactante (momentos como la inundación del metro o la bomba que detiene la fiesta en el Café de París son brutales), que conecta con la tradición de las mejores miradas cinematográficas a la Segunda Guerra Mundial.