La historia de Blur podría ser la misma que la tuya, la de tu grupo de amigos con quienes has compartido todo y a los que, por las razones que sean, dejas de ver durante diez años. Apenas una llamada de vez en cuando, un leve contacto o, a veces, ni eso. Pero siempre, ya pasen diez o veinte años, va a ver un motivo para reunirte de nuevo. Y en este caso es la amistad y el hilo que les une, la música. Esta vez, además, un doble reto: la grabación de un disco (The ballad of Darren) y un concierto en Wembley, un lugar en el que, por increíble que parezca, no habían tocado nunca antes. “Cuanto menos hacemos, más crecemos”, dicen.

Entre ellos vínculos y relaciones distintas, algún recelo, muchas manías, la gestión del ego... Sin embargo, al final, son los mismos cuatro tipos de cuando tenían 19 años. En los 90 eran como un matrimonio. Después llegaron otras cosas, otras amistades, otros objetivos. Hay quien no para de crear, quien monta un festival, el que se dedica a hacer queso, quien pensaba que no, pero finalmente se compra una casa en mitad del campo. Todos tienen ya su vida montada, con más o menos acierto, con un grado mayor o menor de felicidad, pero en el fondo, saben que siempre les queda Blur cuando la carretera se topa con el mar y ya no hay por donde avanzar. Este es el relato que se nos descubre en To the End, documental que se adentra en la reunión de la mítica banda británica, que este fin de semana se ha estrenado en el festival In-Edit

¿Cuándo nos moriremos?

To the end empieza en el coche de Damon Albarn, cantante de la que fue una de las bandas capitales del britpop, camino de esa casa en medio de la nada. Ahí habla, sobre todo, de la mortalidad. De cómo sus abuelas superaron los 100 años, con lo cual, él, a sus 55, se pregunta dónde estará el tope. Hasta que se le cruza una furgoneta en medio de la carretera y tiene que maniobrar para no estamparse. “¿Ves? Es hablar sobre la mortalidad, y mira qué pasa”, comenta Damon. Es más, en ese instante, su triunfo es ver cómo una de sus gallinas pone un huevo. El resto de la banda: el guitarrista, Graham Coxon; el bajista, Alex James y el batería, Dave Rowntree, quieren hacer lo mismo que en la universidad: beber sidra y comer huevos con beicon. Pero a todas estas, una vez confirman que van a grabar un disco, no quieren ser esos viejos chochos intentando revivir su pasado. De hecho, el disco trata sobre la perdida, sobre la repercusión de la perdida. En un momento dado, en la escucha de una canción, Damon está en un rincón, sentado en una silla: llora desconsoladamente. Si divorcio aún es muy reciente. Por lo visto, Suzi Winstanley, su pareja durante 25 años, no aguantó su agenda de viajes y tener que pasar tanto tiempo en esa casa en Devon, que convirtió en un estudio de grabación. Luego, la que creo es la imagen del documental, los cuatro sentados en un sofá, como aquellas chavalines de antes que todavía tienen cosas en común. Es una fotografía de familia: han crecido, han sufrido juntos y por separado, pero ahí están; juntos otra vez.

Es una fotografía de familia: han crecido, han sufrido juntos y por separado, pero ahí están, juntos otra vez

Damon no deja de bromear, le gusta hacer el payaso. Y su cabeza no para. Siempre tiene una nueva canción que le ronda la cabeza. Es agotador estar activo todo el rato, hasta que cae (en el estudio se llega a quedar dormido con los cascos puestos). Graham Coxon es el gruñón, todavía se pregunta qué hace ahí, que tendrá que soportar para grabar el disco. Pero en el fondo, y aunque parezca que es el que tiene su vida más arreglada, puede que sea quien más necesita estar ahí (es entrañable cuando va con Damon al aula prefabricada donde estudiaron de niños). En cambio, Alex James, el bajista, es quien parece más desestructurado, las cicatrices de una vida caótica son evidentes. Cuando habla, es el que está más tocado, pero al mismo tiempo es el más sincero. “Siempre hay una buena razón para no irse a la cama”. Esto lo dice mientras apura cada uno de los cigarrillos que se fuma y confiesa que: “cuando escribí mi libro dije que me había gastado un millón de libras en droga y alcohol. Y ahora mis hijos me lo preguntan y tengo que justificarme”. El batería, Dave Rowntree, ahora involucrado en política, parece el más agradecido. Da las gracias por estar ahí. Es el complemento, el pegamento entre ellos. Aunque sea quien menos opine, quien menos decida. Y quien les da el susto: una lesión en la rodilla les tiene en vilo de cara al concierto de Wembley.  

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To the End, el viaje al final de la reunión de Blur

Reconocen que ya no son tan pacientes, pero que, por otro lado, tienen más humildad, más gratitud. Y se preguntan cosas: ¿Cuánto quieres estar en la banda? ¿Cuánto estás dispuesto a sacrificar? ¿Estás preparado para dejar a un lado tu ego por el bien de todos? “El hecho de que no siempre nos hayamos llevado bien, es el punto de unión”, dice uno de ellos. U otra confesión que ya te haces cuando eres más mayor, “hay algo curativo en crear ruido”. En el recorrido por el documental, la postal de Barcelona por su actuación en el Primavera Sound. Y como epílogo, claro está, el concierto de Wembley, la que puede que sea la cima de su carrera. Con actuaciones previas de The Selecter, Paul Weller, Self Steem o Sleaford Mods. El dúo, como siempre, tan ambivalentes: “Ahora ya nos gusta tocar en sitios grandes, nos hemos vuelto gilipollas”. Como delirante es la explicación que les da Damon sobre las bañeras con hielo: el efecto del chute es similar al de la cocaína.

No saben cuándo se volverán a ver, si algún día grabarán más discos juntos, pero sí son conscientes de que Blur es parte crucial en sus vidas

Concierto aparte (maravilloso el instante loquísimo con Song 2), la gracia está en los prolegómenos, en los nervios antes de salir ahí, en los códigos que tienen entre ellos, el viaje en esos cochecitos de golf cantando en plan hooligan “Wembley, Wembley”. E incluso, esas necesidades fisiológicas justo un minuto antes de empezar, y como una lata abierta de Coca-Cola Light de alguien del personal te salva del colapso. Y ya, una vez han disfrutado la experiencia y han vencido el reto, cada uno se dirige de nuevo a su casa. No saben cuándo se volverán a ver, si algún día grabarán más discos juntos, pero sí son conscientes de que Blur es parte crucial en sus vidas. Y que a pesar de las circunstancias de cada uno, la amistad es algo muy valioso. A menudo, más que cualquier triunfo. Por grande que este sea. Ya lo decía la letra de Parklife: “Toda la gente, tanta gente, y todos van cogidos de la mano, de la mano de su vida en el parque”.