Bob Dylan es como Dios, está en todas partes. Cualquier acontecimiento relacionado con él provoca toda clase de artículos, titulares y toneladas de expectativas. Pero, sobre todo, veneración y mucha admiración. Quizá sea por su secretismo, porque a pesar de todo lo que se ha escrito o filmado, todavía se puede seguir explorando acerca de él. El pozo es infinito. Hay agua y se desborda. Todo en él es motivo de análisis. Cualquier época o movimiento que lleve su sello. Y claro, estos son tantos, que la historia con Bob nunca se acaba. Su libro está todo el tiempo en proceso. Sin duda, es el músico con más aristas y visiones de la historia, el más completo e insobornable. Ni en Instagram hay tantos filtros. Él ya los ha utilizado todos y todavía, incluso en 2025, inventa de nuevos.
Bob Dylan es el músico con más aristas y visiones de la historia, el más completo e insobornable
No ha habido otra revolución como la suya
Desde luego, Bob Dylan es un innovador. Lo ha sido siempre. Hasta para generar polémicas. Cuando le dieron el Nobel de Literatura hubo opiniones para todos los gustos. Los que lo creían justo y los que no. Creó, sin saberlo (o sí) dos bandos. Como aquel día en que decidió electrificar su música y traicionar a los puristas del folk en el Festival de Newport en 1965. Justo entonces, en ese momento inesperado para todos (diría que hasta para él), el de Duluth cambió para siempre el curso de la música popular. Es más, no ha habido otra revolución como la suya. Quizá solo comparada a la de Elvis Presley o los Beatles. Pero ya está, no hay más gente en esa nómina. Por eso, cuando en 2016 Patti Smith fue a recoger el Nobel en su nombre, dijo esto: “Disculpadme, estoy muy nerviosa”. Ciertamente, era una responsabilidad y hacía falta mucho valor. Pero Patti, a quien Dylan rescató en 1995 de su ostracismo, le debía ese favor. La del músico fue una de esas decisiones raras e incomprensibles (no para él, pero sí para el resto).
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El de Duluth cambió para siempre el curso de la música popular. Es más, no ha habido otra revolución como la suya
“Lo más importante era que ante mí tenía a un poeta, un gran poeta, y eso no es lo habitual. En esa generación había dos o tres poetas de verdad y Bob Dylan era uno de ellos. Yo no quería captar solo la música, sino algo más”. Estas declaraciones de D.A. Pennebacker, pionero del documental musical con Don't Look Back, justifica por sí solo el Nobel que muchos desearon que cayera en manos de Haruki Murakami. Obviamente, Dylan es músico, pero también un poeta. Y en sus manos está todo: pasado, presente y hasta puede que el futuro. Cuando en 2008 vio la luz No Direction Home, el documental que hizo sobre su figura Martin Scorsese, dejó algo meridianamente claro: ese vasto recorrido musical por el siglo XX le correspondía. El folk, el blues, Woody Guthrie y todo lo que surgió antes, él lo aglutinó y aplicó a su fórmula. Dylan era como una esponja y, además, servía de hilo conductor: gracias a su aprendizaje y a la evolución del personaje, allanó el camino a otros.
El mito más grande
Las caras de Dylan son múltiples. Por ejemplo, las seis de I'm not there, la película de Todd Haynes. La más llamativa y sorprendente, la de Cate Blanchett. “La interpretación de Blanchett, que entrará en los anales, no es una imitación, es una especie de milagro”, decía Peter Travers para Rolling Stone. En ese ventanal tan amplio, Dylan estaba ante un panel abstracto y extraño que le representaba: ¿quién es y qué representa Bob Dylan? Todavía hoy, no ha habido nadie que dé una respuesta concisa. Y puede, sí, que no la necesitamos. Nos vale con que exista. Y que, si le apetece, le cante a Sinatra, aunque el resultado sea irregular y hasta raro que le cantara al crooner. Pero así es él: los códigos los maneja a su antojo. Asimismo, seguirá con ese afán de recuperar joyas de su archivo en sus Bootlegs Series y conservando, de alguna manera, su programa de radio Theme Time Radio Hour.
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¿Quién es y qué representa Bob Dylan? Todavía hoy, no ha habido nadie que dé una respuesta concisa
Luego, en 2020, cuando el mundo se desmoronaba, publicó una especie de elegía, Rough and Rowdy Days. En aquel momento, ese álbum fue una bocanada, algo altamente sensible y verdadero a lo que agarrarse. El sermón de ese Dios que, con sus palabras, te convence de que, a pesar de las circunstancias, todavía merece la pena estar ahí. Los casi diecisiete minutos medio hablados, medio confesionales de Murder Most Foul, eran una carta a la vida y al arte. Una misiva en permanente reconstrucción, escrita día a día, y en la que tantos se inspiran. También los cineastas, como James Mangold, quien sobre un tapete florido (y la oportuna elección de Timothée Chalamet), retrata esos primeros cinco años de Dylan como artista hasta llegar al estrellato. Aunque hay otros Dylan, como el que cumple cincuenta años desde Blood on the Tracks, otra muesca suya imborrable. En la misma, habla sobre lo desastroso de sus relaciones amorosas o como las teorías sobre el teatro de Chéjov influyen en sus canciones. Con el escándalo del Watergate aún sobrevolando, tiempo más tarde, en la película Renaldo y Clara sonaba Sarah, un intento (otro más) de reconquista. Algo a lo que él está acostumbrado: es el mito que persigue a mitos. Aunque el suyo, siga siendo el más grande.