Lo tenía todo para triunfar en los Oscars y ha aprobado con nota, dándole una alegría a muchos fanáticos que llevan años viendo sus gustos en el ostracismo de los premios. No han sido los 13 galardones a los que optaba, pero Oppenheimer ha ensordecido a una crítica que hasta ahora no se había atrevido a valorar el trabajo de un Christopher Nolan superlativo. La película sobre el padre y creador de la bomba atómica se ha llevado siete estatuillas, entre ellas mejor película, director y actor para Cillian Murphy, que partía como el gran favorito de una noche meteórica por su temática y su aplicación. Hollywood ha valorado una cinta incansable, frenética y perfectamente montada que no podía quedar en el olvido, mucho menos en los grandes premios de una Academia americana que idolatra encumbrar a sus propios héroes y romantizar las desgracias, sobre todo cuando les son propias.
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Pero la contra a toda esta estructura cuadriculada lleva el nombre de Bella Baxter y ha conseguido erguirse como la mejor interpretación del año por una personalidad idealista, pizpireta y adorable que ha enamorado a todo el mundo. Con esta reencarnación increíble, Emma Stone ha conseguido su segundo Oscar por Pobres Criaturas ya convertida en una de las mejores actrices de su generación, y despejando cualquier rumor que sugiriera que Lily Gladstone subiría al estrado en su lugar. Ni la propia Stone daba crédito a lo ocurrido. “Os admiro y ha sido un auténtico honor hacer esto juntas”, ha dicho con la voz entrecortada y refiriéndose a las otras nominadas, entre ellas pesos pesados como Annette Bening. Con la mejor interpretación femenina, la película dirigida por Yorgos Lanthimos ha dado el salto al segundo puesto del palmarés con cuatro premios, en una gala en que las preciadas estatuillas han estado bastante repartidas. American Fiction se ha hecho con el mejor guion adaptado, mientras que el guion original se ha ido para Anatomía de una caída. Por su parte, Barbie se ha tenido que conformar solo con la mejor canción —What was I made for?, de Billie Eilish—, Martin Scorsese y su Los asesinos de la luna no se han comido un rosco, igual que el Maestro de Bradley Cooper.
El cine catalán también se ha ido de vacío en una noche repleta de unas altas expectativas que le han ganado la partida a las propuestas de nuestra casa, aunque no por su falta de solidez y talento. La mayúscula La sociedad de la nieve no ha conseguido superar la ventaja de La zona de interés en mejor película internacional y tampoco ha podido competir contra Pobres criaturas en maquillaje y peluquería. Tampoco ha habido suerte para la otra producción con apellido catalán: Robot dreams ha sucumbido a los encantos de El niño y la garza, seguramente la última película de Hayao Miyazaki y su ilusionante proyecto Studio Ghibli, pero con la satisfacción de haber llegado a lo más alto pese a ser la primera película de animación de su director Pablo Berger.
Mucho premio y poco espectáculo en unos Premios Oscar soporíferos
La noche ha empezado fuerte con las luchas raciales, la autoestima o el empoderamiento gritados a los cuatro vientos y en boca de una Da’vine Joy Randolph llorando a mares tras consagrarse como la mejor actriz de reparto por su bellísimo papel en la fábula navideña Los que se quedan, el rol con el que ha conseguido todos los premios a los que ha optado y que le ha dado el único galardón al filme de Alexander Payne. “Durante tanto tiempo he querido ser diferente, y ahora me he dado cuenta de que tenía que ser yo misma: muchísimas gracias por verme”, ha remarcado, en un discurso volcado a la viralidad. Su homólogo masculino ha sido Robert Downey Jr., que ha recogido el galardón a mejor actor de reparto con un humor dicharachero de estar por casa tras perderlo tres veces con anterioridad.
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La ceremonia ha brillado por ser austera y prudente en forma y fondo, sin grandes sorpresas y con la normatividad autoimpuesta de un mundo lujoso empeñado en parecer aburrido. Solo John Cena paseándose en bolas por un escenario vacuo, o las trifulcas rivales entre dos simpáticos Emily Blunt y Ryan Gosling defendiendo la supremacía de Oppenheimer y Barbie a codazos, han intentado aportar algo de ritmo a un guion igual de predecible que la chispa lineal de Jimmy Kimmel dirigiendo la gala por cuarta vez. El apunte de denuncia lo ha puesto Jonathan Glazer al recoger la mejor película internacional al comparar la banalidad del mal de La zona de interés con la matanza de Gaza, poniendo el foco en “todas las víctimas de esta deshumanización” que tanto se parece a la tragedia del Holocausto nazi.
Con esa chispa de realidad se han desatado otras verdades que merecerían un foco mediático constante por su crueldad, su injusticia y su incomprensión. Tras llevarse el Bafta, el necesario periodismo de guerra narrado en 20 días en Mariúpol también ha sido premiado con el Oscar a mejor documental, el primero de la historia de Ucrania. “Desearía no haber hecho jamás esta película, poder intercambiar este Oscar para que Rusia no hubiera ocupado jamás nuestras ciudades; desearía otorgarlo a cambio de que Rusia no hubiera matado a miles de compatriotas míos”, ha reiterado el director Mstyslav Chernov, no sin olvidarse de interpelar a los actores con más proyección del mundo para que no permitan que lo sucedido caiga en el anonimato, ahora que se acaban de cumplir dos años del inicio de la guerra. “El cine crea recuerdo y los recuerdos crean la historia; que prevalezca la verdad y que la gente de Mariúpol no se olvide jamás”.
Si las actuaciones de Billie Eilish o Becky G pretendían animar el cotarro, la estrategia ha pasado casi sin pena ni gloria, menos cuando el Ken de Gosling ha cantado su himno desesperado acompañado de la guitarra de Slash —guitarrista principal de Guns N' Roses— y se ha convertido probablemente en el mejor momento de la jornada. El resto de apuntes musicales han sonado más a placebo que recreativos, aunque el emocionante Time to say goodbye ha puesto los pelos de punta de la platea recordando a los que partieron el último año, como Tina Turner, Matthew Perry o Michael Gambon, aterciopelados por la eterna voz de Andrea Bocelli y el acompañamiento de su hijo Matteo.
Lo demás es casi una copia del año anterior. Poco queda de aquellas galas de los Oscars que pasaban a la historia por momentos brillantes, escenas impredecibles o alguna anécdota susceptible de entrar en el libro de memorias de los premios más importantes del cine mundial, y poco rastro se entrevé de la espontaneidad del selfie que se hizo Ellen DeGeneres con Jennifer Lawrence, Julia Roberts, Brad Pitt, Meryl Streep o Jared Leto y que acaba de cumplir diez años. Desde unos años atrás, la ceremonia del Dolby Theater se ha mimetizado con una contención a la que deberían renunciar las estrellas de cine y los artistas comprometidos, más todavía tras haber protagonizado largas huelgas para reivindicar sus derechos. Ni un comentario a ninguna lucha, ni propia ni ajena, y ni siquiera para posicionarse en contra de nada. Una postura que no debería casar con la cumbre mundial de un cine que dice querer cambiar las cosas.