El escritor Borja Bagunyà (Barcelona, 1982) debutó el año 2004 con la recopilación de cuentos Apunts per al retrat d'una ciutat (Arola), al qué siguió Defensa pròpia, Premio Mercè Rodoreda 2006 (Proa), y Plantes d'interior, publicado el año 2011 por Empúries. En estos diez años ha fundado la Escuela Bloom y la revista Carn de Cap, ha publicado Trapologia (Ara Llibres, 2018), a cuatro manos con Max Besora, y ha sido profesor de teoría de la Literatura en la Universidad de Barcelona. Ahora acaba de publicar su primera novela, Els angles morts, en Periscopi, protagonizada por Morella, un profesor estancado en busca de una idea, su mujer, la Sesé, una ginecóloga que vive una experiencia sorprendente en Nochebuena, y el sobrino, Olof, que llega a Barcelona para pasar unos meses.

Borja Bagunyà/ACN

Tu último libro es de 2011, pero en estos diez años no has parado quieto. Vuelves a la ficción con una novela. Tu primera novela. ¿Sentías la presión de abordar el género considerado mayor de la narrativa?

Presión ninguno, más bien ganas de hacerlo. Respecto a la cuestión de los géneros, supongo que otros autores también lo vivirán así, pero para mí no es tanto una cuestión de escoger uno concreto, como una idea te pide una forma o una extensión determinada. Es decir, te acaba pidiendo un género u otro. Y esta idea en concreto era incapaz de resolverla en un cuento. También es cierto que el planteamiento d'Els angles morts tampoco creía que se pudiera resolver como idea o anécdota, sino que tenía que tomar la forma de una experiencia. En Plantes d'interior ya empecé a experimentarlo, pero me interesaba mucho un tipo de libro en que no sólo hablan de una experiencia sino que son ellos mismos una experiencia de lectura. Por lo tanto, para producir esta experiencia específica necesitaba la extensión de una novela. ¡Otra cosa es que hace ilusión hacer una primera novela! (ríe)

Una novela que no sigue el esquema del Papitu, que ha popularizado Albert Sánchez Piñol...

¡No, señor! De hecho, esta novela ya estaba escrita cuando Sánchez Piñol publicó su libro. Pero yo planteo la estructura a partir de lo que se explica. No me interesa una escritura en que parta de unas estructuras precocinadas. Eso no quiere decir que, obviamente, haya tres actos en la mayoría de textos y que alguien pueda encontrar actos en mi novela, obviamente. La novela está construida transformando tanto lo que sería la novela de ideas como lo que sería un desarrollo papitesco de esta misma idea. Para mí el punto de partida de esta idea es el nacimiento de este bebé absolutamente deformado perfectamente saludable. Normalmente las malformaciones tan brutales son letales o acortan la esperanza de vida, pero desde el momento en que el bebé es perfectamente saludable, cuestionaba la idea de naturalidad de la disposición de los cuerpos. El bebé tiene ojos, nariz, boca, pero ademanes de una manera que no es la natural. Por lo tanto, el problema de la disposición, en el momento en que la criatura es sana, se convierte en un problema estadístico. Si la mayoría de la población naciera de la misma forma, habría un cuestionamiento de aquello que es bello o de lo que no lo es, de lo que es natural o no lo es. En una estructura clásica, este punto de partida sería al inicio y habría desplegado todas sus consecuencias. A mí me parecía importante empezar noventa páginas antes de eso, elidir elementos muy importantes de esta novela, ponerlo en un segundo plano muy alejado hasta hacerlo desaparecer y trabajar con los materiales descartados en una concepción clásica de la novela.

El nacimiento de este bebé deformado hace mover a los personajes, en Morella y la Sesé, hasta obsesionarlos...

Cómo te decía, me interesaba sobre todo el cambio de la novela de ideas. Es decir, no quería montar una situación que me guardes de excusa para desplegar reflexiones estéticas, sino observar como este nacimiento, como un meteorito, impacto en estos personajes, en sus cuerpos, en su vida, en sus maneras de entender el mundo... Al final, la doble obsesión de Morella y la Sesé era la manera de demostrar su incapacidad de ver una cosa nueva. Si chocamos con una novedad radical lo que primero veremos será nuestra manera de mirar. Veremos nuestras inercias, nuestras categorías heredadas, nuestros prejuicios... Cuando Colón llega a América lo que relata en Europa de lo que está viendo es lo que en Europa ya se ha dicho que hay. Es decir, habla desde la preconcepción de que se toma como autoridad. Lo que ves leyendo los dietarios y epistolarios de Colón no es tanto lo que veía sino la idea de que se tenía sobre aquello que se llamaba Las Indias. Me parecía interesante reproducir este gesto a pequeña escala y lanzar un continente inexplorado, como es la cara malforjada del bebé, a la observación de una cierta idea de humanismo y literatura, como estaría Morella, y una cierta idea de ciencias y medicina, como sería la Sesé. Lo que acabamos mirando es el hecho de mirar.

Usas elementos que deforman el texto, como un exceso de paréntesis, guiones, de notas a pie de página...

La idea era utilizar el lenguaje académico por parte de un profesor mediocre. Es decir, alguien que conoce el lenguaje académico, pero que no lo sabe utilizar. Todos los paréntesis, todas las citas, todos los ejemplos, no son nunca en su sitio, sino que, como decías, deforman el texto. El paréntesis no funciona como una aclaración o inciso, cuestiona la centralidad de la frase dentro de la cual está, las notas construyen una relación de Morella con la violencia y hacia su cuerpo, hacia los otros, hacia su hermano, los guiones cortan el discurso de la Sesé... Todos estos rasgos de lenguaje son importantes para montar una novela deformada. De hecho, no es una novela proporcionada en ningún sentido. Empieza noventa páginas antes de lo que Morella creería que tendría que empezar y acaba de una manera decapitada, donde se rebela quien es el narrador de la novela, etc. Con los editores de Periscopi estuvimos hablando justamente de eso: ¿cómo hablar proporcionadamente de una desproporción? Y una de las claves fue mantener esta deformidad, esta desproporción.

Lo que acabamos mirando siempre es el hecho de mirar mismo

Borja Bagunyà/ACN

Por tu experiencia como profesor de Teoría de la Literatura, ¿se podría leer la novela como uno roman á clef?

¡En absoluto! Y, de hecho, es una de las prevenciones que tenía. No está escrita en clave, si no lo que se me interesaba era hablar de la Universidad como un lugar donde observar un tipo de discursividad del saber. Una de las características de la Universidad es que produce una discursividad, un tipo de saber, y lo hace de una manera bastante arrogante. Es decir, tiene esta capacidad y le interesa mucho negar el saber que queda fuera de sus mismos mecanismos. En la novela se habla del Funcionamiento, que es esta manera de funcionar de la Universidad. Me interesaba también ver cuáles eran estas violencias, estos movimientos de cuerpos y de materias que hay dentro de la Universidad. Y pasa lo mismo en el mundo de la medicina donde se mueve la Sesé. La obsesión por la visión limpia tiene que ver con este horizonte de la mirada objetiva científica.

No sé si has estado trabajando en la planta de ginecología de Can Ruti, pero en la Facultad de Letras de la UB has podido ver cómo se mueven algunos prototipos de personaje como los que salen a la novela.

A mí lo que se me interesaba ver era este funcionamiento contemporáneo de la Universidad en el cual seguimos pensando que estamos en un lugar de saber de Letras y de un tipo de producción de verdad, cuando en realidad lo que estamos haciendo es correr para acreditarnos, conseguir puntos, publicar en revistas indexadas con el fin de tener estos puntos que nos sirven para acreditarnos... Un lenguaje completamente monstruoso. La lógica numérica, cuantitativa y de competencia que han integrado los estudios de Letras en la Universidad no sólo es brutalmente capitalista sino que contradice su objeto. Eso va más allá de la Facultad de Letras de la UB, y toca cuáles son los sitios y las maneras que hemos decidido objetivar el saber.

El escritor Adrià Pujol decía que, en un tuit, que las primeras setenta páginas de Els angles morts eran tu particular Adiós a la Universidad.

No hay nada autobiográfico, porque todo es autobiográfico. Podía haber hablado a la Universidad o cualquier otro lugar, pero me parecía que la Universidad, de los cuatro discursos lacanianos, es de los más importantes. Y, por lo tanto, lanzar en esta maquinaria de verdad un objeto nuevo como es el bebé tenía un sentido. Sí que es verdad que la manera de acercarme a la Universidad pasa por Morella, uno mediocre obsesionado por su propia mediocridad. El problema que tiene es que no sabe si la obsesión es el signo del genio o de la mediocridad y toda la novela se la pasa intentando desbriznar eso.

La lógica numérica, cuantitativa y de competencia que han integrado los estudios de Letras en la Universidad no sólo es brutalmente capitalista sino que contradice su objeto

Morella es un tipo anacrónico, mediocre y frustrado, incapaz de hacer nada para cambiar su mala suerte. De hecho, incluso acaba votando a favor de su rival, que no deja de ser una nueva encarnación aparentemente disruptiva del mismo Funcionamiento universitario, y toma a su sobrino como discípulo.

Quería reanudar la tradición de los sobrinos literarios, como Diderot o Bernhard, que utilizan este pariente sin obra para cuestionar la genialidad oficial del tío. En este caso el tío no es ni genial, pero sí que produce saber oficial a través de la Universidad. Este ultrasobrino que viene a hacer las Europas desde los Estados Unidos, no tiene ningún tipo de obra oficial, pero Morella se acompleja porque lo encuentra particularmente lúcido.

El sobrino habla con metáforas y comparaciones permanentes.

Me parecía interesante que el acontecimiento central en la vida del Morella fuera una analogía que le roba a su sobrino y que después no sabe explicar. Una analogía, en realidad, no existe en el mundo. No es un rasgo natural. Ahora, que nosotros miramos y vemos semejanzas es una producción de la mirada. Me parecía que el gesto que define toda la trayectoria de Morella sea un momento fugaz, no exista, sea una observación de una mirada. El énfasis de la novela no tiene que ver con la malformación si no en cómo el contacto con ella nos permite la dimensión política de las miradas. La convicción de la novela es que toda mirada es política y el acto mismo de mirar tiene un componente violento. Describir es conquistar y mirar es, por lo tanto, preparar un territorio para ser conquistado. Por lo tanto, me interesaba tirar a este pobre bebé inocente, que no tiene palabra, que lo único que tiene es un cuerpo extraño, para enseñar como estos personajes que creen que simplemente describen el mundo, lo que están haciendo es conquistarlo.

La escena del nacimiento es definitorio.

Es una escena de silencio: delante de lo que es nuevo no hay palabras. A partir de aquí, con todos los traumas y obsesiones de los personajes, qué palabra utilizamos para llamarlo: bestia, monstruo, enfermo, criatura, cuadro cubista... El acto fundacional no tiene palabra, queda fuera, entre una palabrada delirante y obsesiva.

Dices que Catalunya es un tendido de jorobas decapitadas. Unas jorobas que salen de tanto mirarse el ombligo. ¿La frase es tuya, de Morella, del narrador? ¿La suscribes?

Las frases son de los personajes. El Olof pronuncia un discurso sobre Barcelona y sobre Europa particularmente duro. A ver, sí que pienso que lo que hacen los personajes es hablar desde una insatisfacción constante. Lo que es Catalunya no lo sé, y no se puede resolver en una sola frase, pero sí que pienso que la imagen es acertada. Hay una obsesión contemporánea narcisista de estar mirándose el ombligo. Si nos estamos mirando todo el día el ombligo, nos saldrá una joroba. Y estas jorobas, en el momento que destacan demasiado las decapitamos y las igualamos. La igualación desde la amputación es un tema, si quieres, de aquí, pero también de la mayoría de sociedades contemporáneas occidentales y tiene que ver con esta fascinación por aquello que destaca y, al mismo tiempo, este odio que genera esta fascinación.

Hay una obsesión contemporánea narcisista de estar mirándose el ombligo

La idea de la fascinación que genera aquello que detestemos es lo que le pasa a en Morella con Guzmán.

Primero lo detesta porque tiene todo el reconocimiento que no tiene el mismo Morella, pero cuando lo empieza a leer y hay una posibilidad de empatía, se le mata. Guzmán tiene al menos una cosa a decir: que, básicamente, ya no se puede escribir, pero se le malinterpreta y se le celebra. Tiene que seguir escribiendo y sigue siendo malinterpretado. La única manera que tiene de romper esta cadena es poner el cuerpo. No es una broma, no es una deconstrucción derridiana, sino que es un cuerpo. En este sentido, el segundo capítulo está construido derridianamente. Es un deslizamiento de posposiciones, empieza todo, pero no se acaba nada, hasta que llega el infierno de las alcantarillas, como todo aquello que está reprimido en el edificio. Está construido como en un deslizamiento derridiano, esta différancia constante de Morella, que tiene que hacer, pero no hace, porque siempre hay un aplazamiento.

¿Has escrito cada capítulo con un autor en la cabeza?

Cada capítulo tiene una estructura diferente, pero no me interesaba hacer una diferencia estridente de estructuras. Quería que el lector encontrara esta peculiaridad de formas, por ejemplo, en el primer capítulo con la estructura de 1.1, 1.1.1, 1.1.1.1 en la sucesión ordenada que tiene la Academia de precisar el conocimiento que parece que avanza pero no avanza. El segundo capítulo, por el contrario, es un cuento de Navidad. En realidad, todo está enmarcado en una idea de caída. La figura de Morella es mesiánica, mientras que la de Sesé es de ir desprendiéndose de todo, com Diógenes.

Hay un momento en que dices que despotricar es la koiné de la Universidad, de la academia y el mundo intelectual y, al fin y al cabo, de todas partes.

¡Sólo hay que pasearse por Twitter! Lo que tiene despotricar es que visibiliza que lo que hay en la descripción es un interés. La forma de despotricar es, a escala cotidiana, lo que hay en toda la novela: no hay nunca una descripción o una mirada limpia, siempre responden a un interés. Uno de los recursos de la novela es que la hipérbole constante, la exageración, que demuestra que nunca tenemos una palabra adecuada para nada. Los personajes están atrapados en deformidades y una de las deformidades del lenguaje es la hipérbole, que puede ser muy expresiva y lúcida, pero que no deja de ser una deformación. Se me interesaba, a más que ningún personaje, consigue situarse a la distancia adecuada del bebé. Morella sólo se ve a él mismo y Sesé no consigue situarse a la distancia correcta.

Lo que tiene despotricar es que visibiliza que lo que hay en la descripción es un interés

No sabemos si se despotricará del libro, pero esperamos que sea leído.

Si hacemos libros es para que se lean. Este es un libro largo que requiere un cierto esfuerzo. La expectativa es que, a pesar de todo, compense.