Los caprichos de la distribución han querido que nuestro hombre lleve una temporadita promocional agotadora, porque en apenas tres semanas se han estrenado sus dos últimos proyectos. Desde finales de febrero podéis pasároslo en grande con Su Majestad, la serie sobre la monarquía española que no habla de los Borbones, pero un poco sí. Y que no habla de los jueces del Supremo, pero un poco sí. Coescrita por esa pareja creativa de campanillas formada por Borja Cobeaga y Diego San José (amigos desde los tiempos del programa de EITB Vaya Semanita y cerebros tras la película española más taquillera de todos los tiempos, Ocho apellidos vascos), y con Anna Castillo en la piel de la heredera de la corona, la serie de Prime Video es una joya que muerde hacia arriba, como hacen las buenas sátiras.
Pero si hoy hablamos con Borja Cobeaga (San Sebastián, 1977) es porque llega a los cines Los aitas, su nueva película, ocho años después de su anterior Fe de etarras (2017). La historia de un grupo de niñas que viajan en autobús de Bilbao a Berlín para participar en una competición de gimnasia rítmica es, sobre todo, la peripecia de sus atribulados padres. Situada en noviembre de 1989, en plena crisis de la siderurgia, esta road movie presenta a cuatro tipos en el paro (Juan Diego Botto, Quim Gutiérrez, Iñaki Ardanaz y Mikel Losada) que se ven obligados a acompañar a sus hijas por incomparecencia materna. El film les sigue a lo largo de dos mil quilómetros, un camino por carretera pero también un recorrido íntimo que les hará entender que, efectivamente, ser padre es otra cosa.
La mirada cariñosa, así les educaron, así eran las cosas en aquella época, es también crítica con esos modelos de paternidad ausente: esos hombres armados de una autoridad emocionalmente distante, incapaces de entender que su responsabilidad debía ser otra, empiezan a quedar en la memoria. “Las cosas han cambiado radicalmente, pero todavía ocurre que ves a muchas más mujeres que hombres en las puertas de la escuela acompañando a sus niños, o en los chats siguen habiendo más madres y los padres no están ahí. Ellas siguen siendo las atentas absolutamente a todo, a sus tutoras, a los amigos de clase, a las extraescolares...”, apunta el cineasta donostiarra.

Y continúa: “Fíjate, yo aquí haciendo una película que reivindica otro tipo de paternidad y predicando fatal, porque rodamos en junio y me perdí el festival del colegio de mi hijo, y su recital de piano. ¡Un desastre! Suerte que no tuve rodaje en Navidad, o me hubiera perdido cuando hizo de Chevy Chase en una función navideña”.
¡Cuéntame eso, por favor!
[risas] La profesora es fan de ¡Socorro! Ya es Navidad. Y el número musical tenía que ver con la peli. Vestí a mi hijo igual que a Chevy Chase, con la misma corbata y todo. ¡Imagínate que me pierdo eso!
En la serie No me gusta conducir ya hablabas de la paternidad. Y, de alguna manera, ese es uno de los temas de Su Majestad. O, ahora, de Altas capacidades, la nueva película de Víctor García León que tú has escrito. ¿Hasta qué punto es Pablo, tu hijo, el responsable de ello?
En el caso de Su Majestad tenía que ver con el hecho de que si eres heredera a un trono, el tema está implícito, eres herencia. Tiene algo de culebrón, y la idea era hacer un culebrón minimalista. Pero en el caso de Los aitas y de No me gusta conducir, sí, Pablo es el responsable absoluto. Aunque también hay una mirada hacia mi propio padre, que estaba muy decepcionado con que no me hubiera sacado el carnet de conducir con 20 años. Y esa era la premisa de No me gusta conducir. Y en Los aitas, el personaje de Juan Diego Botto está inspirado en mi padre, es él excepto en la permanente del pelo [risas].
Volviendo al tema de la paternidad, no sé si has visto la serie de Netflix Adolescencia...
Sí, justo la he terminado hoy. Lo del plano secuencia se me ha hecho un poco bola, pero menudo guionazo, y menudos actores. El chaval es increíble...
Yo he tenido tutorías que en realidad iban más sobre mí que sobre mi hijo
Lo digo porque esa serie termina con los protagonistas preguntándose si han sido buenos padres...
Sí, eso también estaba en Mira lo que has hecho, la serie de Berto Romero. Supongo que el hecho de preguntarnos si somos buenos padres ya nos convierte en buenos padres, ¿no? Esa pregunta está todo el rato en la cabeza. Mira, yo he estado un poco encasillado en el tema del conflicto vasco y de ETA. Y ahora es como: "Si le gustó lo de ETA, no se pierda la paternidad" [risas]. Estoy dispuesto a desencasillarme del tema del problema vasco para meterme en esto. Porque en realidad muchos de los proyectos que tengo en marcha tienen que ver muchísimo con el tema. Volviendo a tu pregunta, sí, te lo cuestionas todo el rato. Y además, una cosa que ocurre en Los aitas es que parece una crítica hacia el modelo anterior de paternidad, pero desde la preocupación que tengo respecto al actual.
¿En qué sentido?
Pues mi hijo siempre me reprocha que estoy demasiado preocupado. Y que tu hijo te note tenso ante cualquier cosa, o que te note muy permisivo, o sienta que te puede torear o cosas así, tampoco creo que sea demasiado bueno. Lógicamente, creo que el modelo es mucho mejor cuando se reparten las tareas y no le cae todo a las madres. Pero también es verdad que hemos pasado del padre ausente al padre helicóptero muy, muy rápido.
¿Helicóptero porque revolotea constantemente sobre el niño?
Yo lo identifico mucho cuando estamos en el parque y el padre está tensísimo por si el niño se cae y todo eso. Y a lo mejor está bien que se caiga, ¿no? Yo he tenido tutorías que en realidad iban más sobre mí que sobre Pablo. O sea, también es una cosa muy narcisista, porque, en realidad, la tutora me decía: "No, todo esto estoy te lo estoy contando para que estés más tranquilo".
Una sobreprotección extrema...
De pasarlo mal. O sea, si el niño se queda llorando porque tiene tres años y le dejas en la guardería, pues es normal, y se le pasará enseguida. Pero si te quedas, le agarras la mano y dices que te lo llevas a casa... pues a lo mejor el problema es tuyo, no del niño. Ese tipo de cosas que yo he vivido y que, afortunadamente, con el tiempo han ido a menos, pero siguen ahí.

Al final, si queremos alejarnos de nuestros referentes, nos vamos al otro extremo.
Sí, te vas a la reacción. Yo tuve unos padres estupendos, pero muy pasotas. Fui el tercero de tres hermanos, además con diferencia de edad. Siempre he dicho que soy hijo de ogino, o sea, no soy un hijo deseado [risas]. He sido un hijo muy querido, pero no deseado. Entonces, es como que, en realidad, como mis padres pasaron tanto de mí, mi reacción ha sido la de estar muy tenso, siempre sufriendo.
Decías que tienes proyectos que tienen que ver con la paternidad. Y hay uno buenísimo...
Es la historia de un padre que, conforme va viendo crecer a su hijo, se da cuenta de que es la reencarnación de Hitler. Se llama Mi luchita. Y no conseguiré hacerla nunca. Lo he planteado ya a alguna plataforma y me han dicho que... regular [risas].
Si hace falta, ¡montamos un crowfunding! Volviendo a Los aitas, curiosamente nace de un encargo.
Sí, de los productores de 20.000 especies de abejas y Las niñas. Querían hacer una comedia loca. Al principio, Valerie —Delpierre, una de las productoras— me hablaba de Resacón en Las Vegas. ¿De verdad? No, por supuesto, porque la cabra tira al monte y al final querían una comedia más contenida. Lo curioso es que me he encontrado con que ese tipo de comedia de aspiración popular pero con ciertas dosis de autoría, que antes se hacían mucho, ahora se estilan poco. Uno piensa en aquellas películas de Manuel Gómez Pereira, de Almodóvar, de Colomo, de Martínez-Lázaro, que se hacían a mogollón hace 30 años... y ahora lo que se hace es mucho remake. Pero para mí aquello era lo normal y ahora es raro. Entonces, es verdad que el encargo era salirse un poco del tiesto de lo que se hace hoy, y yo me la llevé a un terreno muy personal: Euskadi, años 80, con un tono más Alexander Payne... Siempre digo que Los aitas no es ni Festival de Locarno ni Leo Harlem.
Afortunadamente...
Bueno, no sé si sabes que mi hijo es muy fan de Leo Harlem. El otro día se lo presenté y le hizo una ilusión tremenda. Pero es muy cabrón, cuando ve un tráiler de una película suya se gira hacia mí y me mira como diciendo: "Mira, este sí que sabe y no tú".
Te pone en tu sitio como creador...
Sí, sí, pero es que también la realidad te pone en tu sitio constantemente. Yo creía que el éxito tenía recompensa, pero descubrí que no. Hice Pagafantas, que fue un éxito, relativo pero éxito, y en la siguiente peli, No controles, tuve unas condiciones mucho peores. No me cabía en la cabeza. Fracasó y curiosamente luego me hicieron una oferta buenísima de curro. Entonces, mi esquema mental, ya... Te están poniendo en tu sitio constantemente, no te puedes confiar porque a la mínima te la van a meter. Yo ya vivo la profesión relativizando. ¿Que Su Majestad se está viendo mucho? ¿Y qué significa esto? Nada, nada, no significa nada [risas].
Los estándares de la comedia han bajado mucho por culpa de tanto remake y de Ocho apellidos vascos
Recuerdo que me dijiste una vez que nunca le dirías a tu hijo que habías escrito Ocho apellidos catalanes.
Y resulta que le gusta más que las otras. Un día me dijo que sus favoritas entre mis pelis eran Superlópez y, luego, Ocho apellidos catalanes. Y yo: “¿Más que los vascos? Pero si es mucho peor”. Y dice: “Es que me gustan más las malas películas que las buenas”.
Hablabas de que la comedia normal es, ahora, rara.
Y la culpa es de Ocho apellidos vascos y de los remakes.
Menuda paradoja, porque entonces tienes gran parte de culpa...
La mitad. O un 25 por ciento, porque también la tiene Diego San José. Y la otra mitad es de Telecinco. Pero luego está el tema de los remakes. ¿Para qué van a hacer una película con una idea original, arriesgando si gusta o no gusta, si pueden rehacer la que ha sido un éxito en Francia? La comedia estaba renaciendo hacia 2010, con Promoción fantasma, con Primos, con Pagafantas, incluso con Gente en sitios... Un tipo de comedia heredera de Ópera prima, de La vida alegre, de El amor perjudica seriamente la salud... y de repente llega Ocho apellidos vascos. A partir de ahí se pasa a las fórmulas. Y la comedia más original se va a la tele: Mira lo que has hecho, Vida perfecta, Vota Juan... Nuestro refugio, paradójicamente, ha sido la tele. ¿Y qué ha conllevado eso? Pues que levantar una película como Los aitas cueste cinco años. Entonces creo que los estándares de la comedia han bajado mucho por culpa de tanto remake. Y de Ocho apellidos vascos, por supuesto.

Los aitas apuesta más por la ternura que por la risa, que haberla, hayla.
Cuando trabajábamos con Telecinco, la única nota que nos daban cuando les pasábamos una nueva versión de guion era: más comedia, más chistes. Y una vez te liberas de eso, es muy relajante. Con una cierta libertad a la hora de escribir, pues concluyes que a lo mejor un chiste es más gracioso si aparece cuando han pasado diez minutos sin chistes. Lo veo en mí mismo, pero también en Diego San José, que ha hecho una serie como Celeste, que es hiperminimalista, de una sequedad total. Y creo que tiene que ver con evadirse de la dictadura del chiste. O sea, por ejemplo, en Su Majestad, he visto a Diego pedir que quitásemos un chiste que se le había ocurrido a él, porque le parecía demasiado barato en ese sentido. Es verdad que quizás yo he tirado por el lado de la ternura y Diego por la sequedad. Tanto No me gusta conducir como Los aitas, que son proyectos que he hecho sin él y después de haber sido padre, refuerzan un poco la ternura. Y lo que fuerza Diego es otra cosa, algo más seco, minimalista, agrio.
Termino volviendo a lo que me decías antes, que habías pasado de hablar de ETA a hacerlo de la paternidad. En medio, incluiría también la cuestión catalana, porque el inicio de Su Majestad, con la final de la Copa del Rey entre Barça y Girona, y la princesa Anna Castillo, que es catalana, hablando de los “putos catalanes” es de traca.
La serie era un contenedor estupendo de ideas muy golosas: que si el himno de España en versión techno, que si un almacén tipo En búsqueda del Arca perdida donde se guarda todo lo que los jueces han secuestrado sobre la monarquía, o lo de que la familia real tenga que aguantar cuando les pitan al sonar el himno. Y eso pasa cada dos por tres en cualquier final de la Copa del Rey, porque casi siempre hay un equipo vasco o catalán. Y lo de “putos catalanes” fue improvisado. Anna cuenta que llamó a sus padres para pedirles permiso, o perdón, para contárselo. Y es curioso porque, aparte de Anna Castillo, están Joan Carreras como presidente del Gobierno y Pablo Derqui como el rey, todos catalanísimos.