El joven dramaturgo y director Oriol Puig Grau, que en el 2021 nos deslumbró con Karaoke Elusia, ha estrenado Massa brillant (Premio de Teatre Calderón de la Barca 2023) en el TNC, donde lo podréis ver hasta el 2 de febrero.

Si en su obra de debut se ocupaba de temas como el bullying y el suicidio adolescente, ahora habla del choque entre el individuo y el colectivo, en este caso LGTBIQ+. Para la puesta en escena ha contado con el sofisticado figurinismo de Joan Ros, un envoltorio lumínico-sonoro puntero –la escenografía y las luces van a cargo de Adrià Pinar; firma la música original y el espacio sonoro Clara Aguilar- y cuatro jóvenes actores que hemos visto poco en los escenarios. El espectáculo coincide en cartelera con Jo, travesti, que se puede ver en el off de La Villarroel.

¡Qué Sarao!

En el papel de Guillem, Daniel Mallorquín defiende con enorme solvencia un monólogo arrollador. La narración en primera persona nos conduce por la avenida del Paral·lel, algunas calles y locales del Raval y, sobre todo, por los pasillos, barra, escenario y backstage del Apolo, la sala donde se organiza el Futuroa Sarao Drag al cual ha sido invitado. Él habla desde la tarima elevada que ocupa prácticamente todo el escenario, y que los otros personajes solo pisan al final –cuando consiguen interceptar la frecuencia de ola del contrariado protagonista: la mayor parte del tiempo, Albert (Santi Cuquejo), Víctor (Jordi Martí Casas) y Gorka (Carlos González, conocido por la serie Maricón perdido) hablan desde los balcones del primer piso. El último, enfundado en un fantasioso, espectacular vestido, ofrecerá con gracia y desenvoltura un número de voguing. Cabe decir que, aparte de estos personajes, los tres actores asumen fugazmente las réplicas de camareros, peatones, invitados; también vehiculan las consignas llamadas desde el escenario del Sarao: "Estoy aquí para extirpar la vergüenza de vuestros cuerpos".

Massa brillant, un alucinante juego de espejos / Foto: David Ruano

Hay un continuo juego de espejos o de reflejos; las alucinaciones se multiplican como los cristales astillados; la música atrapa, sumerge, arrastra con sus remolinos introspectivos

El viaje de Guillem se inicia en el metro, pero es dentro del Apolo que se dispara la enumeración caótica: alas doradas, sombreros de cowboy, pelucas de cartón, chaquetas con leds, lágrimas de glicerina, purpurina, pasamontañas. Pero, lejos de disfrutar, lo vive todo como una pesadilla: se siente ridículo –"envasado al vacío"– con aquel pañuelo adornado con pedrería –de hecho, le provoca una reacción alérgica de extraños efectos alucinatorios; se desorienta al entrar en la pista y siente auténtico pánico ante la posibilidad de que lo obliguen a subir al escenario. Todavía se siente como un niño pequeño que baila en el comedor de casa a los padres.

Hay un continuo juego de espejos. Lo que más importa es la imagen que le devuelve a Guillem el reflejo del cristal –de la ventana del metro, del secadero, de los ojos del toro disecado. El protagonista parece todo el rato atrapado entre superficies u objetos reflectantes –las lentejuelas; la tela de un vestido que es como un faro y da impresión de bola de discoteca– que en la reverberación encarcelan, como la mirada de los otros, una identidad falsa, enajena a lo que él es o quiere ser. Y se resquebrajan los espejos, las botellas de vino, los brillantes bajo la zapatilla deportiva. Aparte, el ambiente evocado está lleno de flashes que ciegan y brillos que distorsionan. Cualquier cosa que brilla o emite luz –el cartel de un musical, los neones del casino, los semáforos– le habla. Las alucinaciones se multiplican como los cristales astillados. La música atrapa, sumerge, arrastra con sus remolinos introspectivos.

Massa brillant, un espectáculo que seduce con sus faustos lumínicos / Foto: David Ruano

Massa brillant no es un espectáculo redondo, pero sobresale por su potente apuesta de dirección y nos seduce con sus faustos lumínicos y sonoros

El vacío escénico contradice la intensidad vivida por el protagonista. Los besos, los vómitos o los estropicios se enuncian, pero no se representan; tampoco se proyecta ninguno de los vídeos referenciados, donde aparecen desde movilizaciones históricas y figuras claves de la disidencia queer hasta cómicos underground, personajes Disney y series televisivas. Todo eso responde a la voluntad de realzar la narración, la palabra. Ahora bien, aunque el texto ocupa mucho, no acaba de desplegar todo lo que promete. Entendemos el rechazo a los clichés y estereotipos, pero tendríamos que saber alguna cosa más de los antecedentes y conflictos internos del protagonista. Lo que funciona mejor es la parte descriptiva, que subyuga por acumulación. La interacción dialogal a veces cae en el estereotipo o se vuelve reiterativa, aunque en el tramo final las actitudes de protección y solidaridad permiten restaurar la confianza en la comunidad. Massa brillant no es un espectáculo redondo, pero sobresale por su potente apuesta de dirección y nos seduce con sus faustos lumínicos y sonoros.