Es extraño hacer un programa de nicho en prime time, bien access prime time. Pero tal vez esa sea la auténtica vocación del audiovisual en lo público: buscar en los márgenes, ofrecer lo raro, lo osado, lo bobo, lo –a veces– vanguardista para todos. En abierto. Sin subscripción mediante.

Pedro Sánchez no me ha puesto aquí como si fuese su primo tonto del pueblo

“Pedro Sánchez no me ha puesto aquí como si fuese su primo tonto del pueblo", distinguió David Broncano nada más arrancar La Revuelta, puntual a las 21:40h. Atajó el tema como ha hecho hasta ahora: frontal. No se ha dicho poco estos días en la prensa. “Los catorce millones no salen de la partida contra el ELA”. El programa empezó sin sobresaltos. Algo tímido. Un primer día de instituto. En ese tramo se notó algo el guion, los chistes preparados. Como es normal, hasta el adalid de la improvisación se aseguró bien que en la piscina hubiese agua. Mucha guasa pensada: Grissom llevaba una calcomanía en el pecho de, como ellos dicen, “el perro [Sánchez]” y otra de Pablo Motos, con el que tienen una eterna treta de amor-odio. “Por si no funciona el programa”.

El rojo de Broncano consiguió aplausos con casi nada y siguió aumentando en plató sus patriotas del humor

En ese arranque, lo más osado que hizo el jienense fue –casi– ‘romper España’. Una bandera de España. No, no lo hizo. Imaginen. Sí se atrevió a destrozar unas cartelas que rezaban “desigualdad” y “barreras”. “Bien de populismo”, concretó el mismo. El rojo de Broncano consiguió aplausos con casi nada y siguió aumentando en plató sus patriotas del humor. Bien diferente será la incursión en las casas, donde seguramente seguirá, como hasta ahora, sin gustar a las derechas, ni a las izquierdas. Ni a los refors, ni al feminismo. Y bien está que así sea, como recordaba Carlos Boyero en su columna de El País: los buenos humoristas molestan y andan en la cuerda. Él recordaba al malogrado Lenny Bruce.

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Broncano empezó ayer su andadura en RTVE con La revuelta / Foto: Archivo La Revuelta

Lo mejor ya pasó

En definitiva, La Revuelta, como ya pasaba antes, vivió mucho del autoconsumo. Y generó extrañeza porque pisa veinte minutos el horario infantil: cualquier taco se tapó con un pitido. Aunque, como mandan los cánones, sin meter demasiado el diente –como nunca hicieron– hablaron del Congreso, el Parlamento y La Monarquía. No hay programa para millennials que salgan de la mente de menores de cuarenta años que no pueda azuzar con esos temas. Así lo hizo el programa de Joel Díaz, Zona Franca, con bastante desdicha.

Aunque, como mandan los cánones, sin meter demasiado el diente –como nunca hicieron– hablaron del Congreso, el Parlamento y La Monarquía. No hay programa para millennials que salgan de la mente de menores de cuarenta años que no pueda azuzar con esos temas

La Resistencia sólo cambió de nombre en su séptima temporada, ahora ya lejos de la cadena de pago que la vio nacer, Movistar+, La Revuelta fue el programa esperado. En la Gran Vía de Madrid, con gallinero de arranque, Ricardo Castella en vez de pañuelo, gorro, una mesa libre de tazas y pongos. El castigado estaba en un bidet. Hasta el subdirector del espacio, Jorge Ponce, hizo broma de los cambios. “Antes éramos Aquí no hay quién viva y ahora somos La que se avecina”.

Muy probablemente lo mejor de La Resistencia o La Revuelta ya pasó. Fue en pandemia. Cuando, con un chicle y un zapato hicieron el entretenimiento más raro de la televisión en los últimos años

Muy probablemente lo mejor de La Resistencia o La Revuelta ya pasó. Fue en pandemia. Cuando, con un chicle y un zapato hicieron el entretenimiento más raro de la televisión en los últimos años. Ahora toca hablar de todo y para (casi) todos, molestando a quien se pueda y contentando a casi nadie. Pocos están preparados para tanta psicodelia cuando en un solo zapping o click están Pablo Motos o Carlos Latre siendo un lamentable statu quo nacional. Hacía falta un formato así en la pública. Ni que fuese por la segunda parte del programa, la del invitado, una oportunidad para descubrir a muchos al gran público (también cómicos, como Lalachus). El caso de Aitor Francesena, bonita apuesta la de arrancar con este campeón del mundo de surf con ceguera. La revuelta también es una opción futurible para que lo más mainstream no tenga que pasar vergüenza en televisión y se les hable de otras cosas, aunque sea de pasta o del sexo del último mes, preguntas recurrentes del ex La vida moderna. Sería genial que las estrellas de Hollywood no tengan como bienvenida al país a Motos y las Hormigas o las imitaciones de naftalina del ex Crónicas marcianas.