Ser fan de Bryan Adams te garantiza tranquilidad. Es 100% fiable. Incluso, cuando patina acercándose a la figura de Paco de Lucia, se le perdona el atrevimiento. O cuando cuela una canción soporífera en la banda sonora de una película, pero también se le aplaude si se junta con Sting y Rod Stewart. En cambio, el terreno donde nunca falla es en el escenario. Es siempre consistente, sus actuaciones apenas tienen grietas. La prueba está en la regularidad de sus visitas y que siempre convoca a sus seguidores, sean cuales sean las circunstancias. De hecho, coincide que previo a la pandemia, y justo después, fue el primer nombre que apareció por aquí como artista internacional de renombre.
El canadiense hace ya unos años que va a lo suyo. Poco le importa qué hacen los demás, las modas imperantes o si la Tierra es más o menos redonda.
El canadiense hace ya unos años que va a lo suyo. Poco le importa qué hacen los demás, las modas imperantes o si la Tierra es más o menos redonda. Hasta qué tipo de reconocimiento tiene su música y su legado en 2024. Él sabe que anuncia una gira y la gente responde, nunca atiende a un pinchazo. Y en esto, hay una única razón: el efecto de sus canciones y esa personalidad a priori cercana. En realidad, él nunca fue de muchos artificios. Su público no va a ver fuegos artificiales ni a vivir una experiencia excepcional con pulseras de colores. La normalidad también tiene premio. Bryan podría ser el yerno perfecto, tu mejor compañero en el trabajo y el amigo confidente a quien le cuentas tus mayores secretos.
Él nunca fue de muchos artificios. Su público no va a ver fuegos artificiales ni a vivir una experiencia excepcional con pulseras de colores. La normalidad también tiene premio
A todo esto, no es nuevo que Bryan Adams reserva sorpresas (y muy buenas) a sus seguidores. Por ejemplo, una residencia en el Royal Albert Hall de Londres hace no mucho tiempo; cada noche hacía entero uno de sus discos. Un sueño inesperado y un regalo enorme para los afortunados que lo vivieron. Imaginad escuchar del tirón las canciones de Reckless (todavía hoy es su disco emblema y del que cuela más temas en sus conciertos) o Waking up the neighbours (quizá el álbum con el que alcanzó una mayor fama). Es más, si hubiera que achacarle algo, es que no haya sido más ambicioso con sus discos a partir de aquel éxito de 1991. Lo cual, es muy respetable. Pero bueno, podía haber puesto más de su parte.
No obstante, esto no es un hándicap, con lo que tiene le sirve para girar cada dos años sin que nadie le pida explicaciones. Puede que aquella portada, la de Waking up the neighbours, ya fuese premonitoria: con ese megáfono en las manos lo dijo (y predijo) todo. Con la producción de Mutt Lange, que le acercaba a propuestas como la de Def Leppard, sintética y con todo más estudiado. Fue un disco que, en su día, se colocó al lado de lo que publicaba Bon Jovi (se estaba cociendo Keep the faith) o incluso cerca de las obras magnas de Guns N' Roses con los dos volúmenes de los Use your illusion. Cuenta, además, con (Everything I do) I do it for you, uno de los singles más vendidos y oídos de la historia. Lo cual le dio vía libre para escribir baladas que coló en emisoras de radio y, cómo no, en películas comerciales. Algo que a los fans de sus primeros discos, les podía provocar urticaria. Después, durante el siglo XXI ha publicado discos que, no desentonan y le mantiene en el candelero. Con buena voluntad y astucia, puedes rescatar piezas destacables de cada uno de ellos.
Que empiece la fiesta
Con estos antecedentes, el concierto se presenta sobre una pantalla negra con letras blancas, y una voz profunda que, entre otras cosas, destaca que él es ese hombre de la gran sonrisa. Entonces, Bryan sale como un cohete, patea dos globos gigantes, y señala al batería y al bajista: que empiece la fiesta. Adams va completamente de blanco, y el sonido, en ese primer tramo, es sucio y va a más velocidad, como si tuviese prisa por acabar las canciones. Con esa tesitura, caen hasta cuatro temas: Somebody o 18 til I die. Pero enseguida, llega el bálsamo con la balada de turno, en este caso Please forgive me. Y lo que antes eran mecheros, ahora son linternas de móviles. Tras presentarse como Bryan, “vuestro cantante esta noche”, se acuerda de su padre, que falleció hace cinco años, a quien dedica Shine a light.
A sus 65 años, Bryan Adams, no piensa en bajarse del carro. Todo lo contrario
En un cambio de panorama, con Kids wanna rock se lo pasan como unos niños en el recreo de una guardería. En ese momento, ni se dan cuenta de que tienen enfrente a nada menos que a 17.000 personas (rozando el sold out). En Go down rockin' un recital de Bryan a la armónica, hay el homenaje a Tina Turner con It's only love, y con You belong to me el juego de quitarse la camiseta, estableciendo una conexión prospera y dicharachera con su audiencia. De ahí en adelante, una parte más de transición para coger aire, otro tramo acústico, el coche volador de So happy it hurts, esa delicia que lleva por título When you're gone (lógicamente sin Melanie C), provocando sonrisas cómplices con amigos y conocidos. Y ya en retahíla, Back to you (qué tempo y qué estribillo tan perfecto), Run to you y, sobre todo, Summer of '69 y esa colección de recuerdos (la mayoría de juventud). Y tras alabar a sus compañeros de banda con su correspondiente despedida, Bryan Adams se queda a solas (preciosa la estampa fotográfica con él de espaldas y el público al fondo), Straight from the heart y All for love son la puntilla, es el reencuentro con un hombre que, a sus 65 años, no piensa en bajarse del carro. Todo lo contrario. Le esperan más llenazos como el de hoy. Y por cierto, justo ayer, coincidencia o no, se anunció una gira de Ryan Adams para el mes de marzo. Será por aquello de mantener los lazos, aunque estos en verdad no existan.