Un buen libro es como una mala canción pop: se pega a tu cerebro como un chicle y no te lo sacas ni con agua hirviendo. Es como la maldita Baby Shark impresa en centenares de hojas de papel, encuadernada y protegida por tapas duras. Durante los últimos días este recensor se ha visto en la tesitura de rechazar cervezas con amigos muy necesitados de ayuda, de petarse alegremente compromisos familiares y de incumplir importantes entregas laborales; incluso de fingir en casa urgentes necesidades de ir al baño con el libro medio oculto bajo el brazo. Todo para seguir leyendo Buen Pop, Mal Pop (Jarvis Cocker, 2023), el libro que Blackie Books ha traducido y publicado en nuestro país, y que esta semana llega a las librerías. Y por ello, siguiendo esta máxima que acabo de sacarme del sombrero, creo que Jarvis ha escrito uno de los mejores libros de cuántos he leído a lo largo de este año que pronto acabará.
Vale, quizás no se trate de una obra especialmente compleja e innovadora en términos de estilo y estructura, ni contiene referencias a la mitología helénica (ni siquiera a la rica griega protagonista de Common People), ni la diseccionarán, probablemente, las generaciones venideras en universidades y academias. No es Moby Dick de Melville ni el Ulises de Joyce, ni falta que le hace (sería mucho pedirle a un músico que, al frente de Pulp —banda seminal del pop británico de los 90—, firmó algunas de las canciones más importantes de nuestra vida). Se trata más bien de un libro honesto, sencillo y accesible, no por ello menos rico en temas universales y profundos como lo son la obsesión y la persecución obcecada de un sueño aparentemente imposible. De hecho, su protagonista (el propio Cocker) es un personaje que reúne los mejores atributos de Leopold Bloom y el capitán Ahab. Es decir, un hombre común —profundamente humano y mundano, pero particularmente tenaz— que persigue obsesivamente su cachalote blanco particular (convertirse en una estrella pop y vivir, literalmente, dentro de la tele) hasta llegar a darle caza.
Empoderamiento pop
Tendrá razón quien piense, tras leer los párrafos anteriores, que no soy del todo objetivo con este autor. Lo confieso, soy MUY fan de Jarvis Cocker. De la pared de mi antigua habitación en casa de mis padres siguen colgando pósteres de Pulp. Una vez tuve una breve relación con una chica el hermano de la cual, un skinhead filonazi que daba mucho miedo, era, inopinadamente, ultrafan de Prince. Es decir, entre Hitler y el afroamericano creador del "sonido Minneapolis", elegía al segundo. Hasta el punto que, con unas copas de más, este gorila con la esvástica tatuada afirmaba que se lo querría follar. Pues bien, yo estoy en las antípodas ideológicas de aquel —afortunadamente— fugaz cuñado, pero soy bastante normativo en cuanto a preferencias sexuales. Y a Jarvis me lo pasaría por la piedra sin pensarlo dos veces. Y a juzgar por la expectación y el nerviosismo del conjunto del público que el pasado sábado atiborró el hall del CCCB en ocasión de la visita del músico inglés al festival Kosmopolis para presentar su libro, todas y todos haríamos tres cuartos del mismo.
A Jarvis me lo pasaría por la piedra sin pensármelo dos veces
Guillem Gisbert, el cantante y letrista de Manel, fue el encargado de presentar el acto. Sobre su grupo escribió, irónicamente, el gran Valero Sanmartí en aquel vademécum de la catalanidad contemporánea que es Necrocatalonmicón que “este grupo de Barcelona, formado por cuatro chicos apocados y formales que responden todos ellos al nombre de Manel, ha causado un impacto tan sonado que hasta los Pulp de Jarvis Cocker han adaptado al inglés su éxito Gent Normal.” Y a pesar de la enorme popularidad del barcelonés por estos lares, nadie tenía ninguna duda que, naturalmente, desde el momento en que sus 1'88 cm de altura (a los cuales habría que sumar un palmo de tacón), subieron a la tarima cargando con una gran bolsa de basura, el músico de Sheffield sería la única estrella. Y a partir de entonces, haciendo gala de su providencial sentido del humor y desenvoltura escénica, desgranó algunas de las anécdotas y puntos clave de su flamante libro. Un inventario lúcido, entrañable y muy divertido, relato de una de las trayectorias musicales y artísticas más importantes de las últimas décadas. Cocker utiliza los objetos que marcaron su vida como referentes para explicar la historia de un chico tímido y raro, que desde la adolescencia tenía libretas donde dibujaba el vestuario de su futura banda, de nombre Pulp, y de cómo puso en marcha con gran tenacidad su plan para plasmar en su música y su arte un inmenso impulso creativo. Toda una oda a la creatividad y al poder de la música y de la cultura pop en general, como una de las principales fuerzas culturales del mundo contemporáneo. Pop del bueno y literatura en mayúsculas.