C. Tangana es una dualidad en toda regla: o le amas o le odias, o adoras su capacidad casi empírica de santificar lo castizo y reinventar el molde aflamencado o le repudias por la cutrez de sus camisas floreadas, el olor perfumado de la cera capilar que le abrillanta el pelo y esa mirada cabizbaja mitad niño tímido, mitad chulo de barrio de quien te está perdonando la vida. Bien podría ser el yerno perfecto que te ameniza la sobremesa de Navidad entre palmas sucias de polvorón o tu primo del pueblo que te da tremenda pereza. Hasta aquí, todo bien y, además, todo incensurable.

Pero en la promo de su último single Puchito se ha marcado un tanto inesperado, de los que hacen pupita en el alma, para recordarnos lo siguiente: jamás te fíes del prójimo, nunca lo apuestes todo a una carita mona ni a un discurso bien montado, sobre todo si las palabrejas vienen de un macho que parecía descarriado en el camino de la masculinidad conservadora, especialmente cuando el marketing lo ensucia todo. Porque no hace tanto que Antón Álvarez, el tío tras el personaje, decía lo siguiente en una entrevista publicada en el diario El País: “Hemos hecho un curso intensivo de feminismo en los últimos años, éramos unos machitos que no entendían lo que pasaba”. Pero sendas declaraciones no le han frenado a la hora de utilizar los gadgets misóginos de siempre, los complementos nauseabundos de siempre, la misma imagen rancia de siempre para llamar la atención de pajilleros y feminazis indignadas. Ya lo decía Oscar Wilde: lo único peor a que hablen de ti es que no hablen de ti.

De guitarras y cucharas a culos en pompa

Y así es como El Madrileño ha cambiado las guitarras, las cucharitas de café y la vajilla de porcelana de su aplaudido Tiny Desk por culos en pompa, copas de balón y diosas en bikini con cuerpos ultra normativos recién salidas de un filtro de Instagram para pegarse un fiestón en un yate. ¡En un yate! ¿Cuántas personas que rozan la treintena se han subido alguna vez en un puñetero yate? Lo cierto es que los problemas estructurales que cohabitan en esa proa son muchos y variados. No se trata solo de la hipersexualización de la mujer o de la cosificación de diez cuerpos femeninos atracados en la punta dura y empinada de un ancla fría, sino de cómo alardear y explotar las facciones neoliberales más truculentas de los nuevos (y legendarios) ricos y salir indemne en plena era de las redes sociales. Cuando todo el mundo te mira. Cuando el sueño mayoritario de nuestra generación es encontrar un trabajo (mal) pagado.

Qué flaco favor le hace la revolución de Pucho a las personitas que suben

Hablemos de los jovenzuelos, que deben estarse revolviendo enganchados en el sofá de felpa artificial de sus padres, remirando una y otra vez el videoclip de aquello que nunca van a ser, mezcla de rabia enfermiza y envidia desmesurada. Todos quieren ser C. Tangana rodeados de semejantes preciosidades, todas quieren el bronceado de Hiba Abouk, el tipín de Ester Expósito, el rollazo innato de Miranda Makaroff o la piel tersa de la Goicoechea. Qué flaco favor le hace la revolución de Pucho a las personitas que suben y que, como mucho, aspiran a un piso sin luz de 30 metros cuadrados.

Si algo ya sabíamos y hoy seguimos lamentando con sarna sin gusto es que el cuerpo femenino sigue siendo rentable y lo paga el mejor postor. Debería darnos igual que en la foto promocional del videoclip todas ellas sean mujeres adultas con capacidad de decisión propia, que hayan cobrado una cantidad seguramente generosa, que sean supuestos personajes dando rienda suelta a su vertiente artística. Otra vez, como siempre, el foco está descentrado. Mientras la sociedad se siga sosteniendo por una pronunciada desigualdad de género, estos tipos de performance están absolutamente fuera de lugar porque perpetran todo aquello que hay que revertir.

No se trata de ellas con sus nombres y apellidos, con sus millones de seguidores y de euros en el banco; se trata de todas, de las que no tienen (tenemos) la oportunidad de vender nuestras hermosuras por un fajo de billetes y que, de tenerlo, no deberíamos hacerlo por pura conciencia social, por fanática sororidad; por las coaccionadas, las mercantilizadas, las explotadas. Porque que un tío luzca rodeado de féminas continúa siendo solo eso: un tío rodeado de féminas que rápida y semánticamente puede sustituirse por un complemento del nombre (y del hombre).

Otro espejo de Georgie Dann

Parece ser que la apuesta revolucionaria de Antón era un embuste y que ha acabado tirando del mismo estereotipo de semental, copiando la infalible estrategia de la cultura musical man-stream de otros muchos: Georgie Dann y los muslos de ellas, Maluma y las nalgas de ellas, tantas mujeres sin nombre bajo el yugo de temazos como Oye el boom de David Bisbal o I know you want me de Pitbull, que no dicen nada pero que lo enseñan todo. Se confía por ahí que en los próximos días la polémica revertirá y Pucho sacará a relucir su parte más feminista. No lo creo. Y tampoco necesitamos que machos transgresores con olor a Varón Dandy nos salven ni se apropien de un dolor que no es el suyo. Nuestra revolución será nuestra, o no será.

Georgie Dann, conocido por La barbacoa y por rodearse de mujeres en sus actuaciones.

Es de suponer que todo esto quede en papel mojado. No nos engañemos: a C.Tangana nadie le cerrará las puertas de los recintos, ni dejarán de lloverle millonarias ofertas musicales, de moda, de marcas de after shave si con ello ambas partes salen a ganar. Porque lo verdaderamente importante para el hastío de la caspa nacional es cómo pisa Pucho, su perfecta imperfección, su efecto imán, el talento incuestionable que tiene en la industria musical del hoy, aunque esto suponga sacrificar a cuatro jambas lecheras enfundadas en un minúsculo tanga de leopardo. Aunque nos cante con alevosía y ritmo del que se engancha lo lejos que estamos los plebeyos de beber champán helado montados en un yate.