Hasta el 18 de diciembre el Teatro Romea acoge el Calígula de Albert Camus, en una versión de Mario Gas con Pablo Derqui como protagonista. La historia del emperador romano que quiso equipararse a los dioses liberando sus deseos más ocultos lleva al escenario un debate clave sobre la libertad y el poder. Se trata de una coproducción entre el Teatro Romea, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y el Griego 2017, que devuelve ahora a los escenarios barceloneses, tras obtener un gran éxito de público y de crítica donde se ha representado.
Un Camus durísimo
Albert Camus no es un autor cómodo. Y en Calígula aparece el Camus más provocador con un texto de una gran dureza que toma al emperador romano más brutal como pretexto. Camus rehúye escribir una obra de carácter histórico, reconstruyendo el Calígula real, y prefiere ceñirse al Calígula mítico, el del incesto, el de la brutalidad, el del capricho, el de la blasfemia y la iconoclastia, el del instinto desencadenado, el de los deseos absurdos... Porque lo que pretendía Camus, en este texto, era iniciar un debate sobre el sentido de la existencia, y también sobre los límites de la libertad. El Calígula de Camus es un hombre que quiere lo imposible: la luna, pero también cambiar el destino. Y cambia el destino a base de crueldad. Calígula quiere ser Dios, y quiere serlo endureciendo su corazón. Un texto evidentemente incómodo, porque plantea que la seguridad no es un valor absoluto. Al fin, Camus consigue despertar simpatías hacia un Calígula enloquecido que se tortura sobre los motivos de la existencia y que tan sólo encuentra sentido en la muerte y en la destrucción.
Calígulas de ayer y de siempre
Mario Gas rehúye presentar a Calígula como un representante de las épocas más decadentes de la Roma imperial, y prefiere presentarlo como una muestra de las oscuridades del alma humana, en cualquier lugar, en cualquier momento. Así, le importa más reconstruir un ambiente cortesano que un ambiente imperial. Y hace guiños a la actualidad: los prohombres del Estado aparecen con traje y corbata, de forma muy similar a cómo ejercen el poder los mandatarios de hoy. Y hay toques musicales de actualidad, con un Calígula injertado de David Bowie, en una apelación directa a la modernidad del texto.
Derqui, magistral
Una de las claves de esta obra es la capacidad interpretativa de Pablo Derqui. No es fácil hacer el papel del Calígula de Camus, un personaje irascible, que puede pasar de la ternura a la ejecución en un instante, que puede hacer muestras de gran sensatez y al cabo de un segundo bordear la locura más absoluta. Derqui es capaz de transmitir todos los estados de ánimo de Calígula al público, hasta el punto que este puede llegar a empatizar con el monstruo. Un magnífico David Vert haciendo de Helicón, el solícito siervo de Calígula, y Borja Espinosa, como gran antagonista del emperador, contribuyen a reforzar el dramatismo de la obra.
Camus recupera a Calígula
En realidad, los historiadores no saben mucho Calígula. Pero las menciones que le dedicó Suetonio en Los doce Césares han sido un elemento que ha despertado la imaginación de filósofos, historiadores y escritores. Entre ellos Albert Camus (1913-1960), un autor francés nacido en Argelia (de padre francés y madre menorquina), que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1957. Camus fue un firme militante de izquierdas y uno de los máximos exponentes del existencialismo (sobre todo con sus novelas La peste, El extranjero y La caída). La primera versión de Calígula se escribió en 1939, pero se retocó después de la Segunda Guerra Mundial, para reflejar los hechos que estaban pasando en Europa. Pero Camus no quiso limitar Calígula a una crítica a las dictaduras, sino que fue más allá y la convirtió en una reflexión sobre la libertad, el poder y el absurdo.
Calígula redondo
Calígula de Camus es uno de los grandes textos del teatro del siglo XX, y no constituye un desafío fácil para directores y actores. Mario Gas ha superado con buena nota el desafío que suponía llevar al gran loco del imperio romano al siglo XXI. Este Calígula respira modernidad. Que nadie espere ver una historia de romanos. El Calígula de Camus, y especialmente el de Mario Gas, está presente hoy en día en gobiernos y cumbres internacionales. "Todavía estoy vivo", llama Calígula en la última frase de la obra. Quizás sí.