¿Cuántos grupos de música tienen una fecha propia? Que exista el Día de la Estopidad acerca la efeméride a la rutina de cualquier currela, una cruz pintorreada en un calendario colgado en cualquier nevera, y nada podría definir mejor a Estopa que esta cercanía de andar por casa. Era imposible que David y José Muñoz soplaran las velas de su vigésimo quinto cumpleaños, y de su festividad, en la intimidad de su estudio. Y es que el día que le echaron morro y aparcaron su Seat Panda en la acera de nuestros corazones no tenían ni 20 años y ya se habían dado cuenta de lo importante: dejar a su gente al lado nunca fue una opción.

Nada podía salir mal. La calle entera invadió el Palau Sant Jordi y Tu calorro fue el himno de esta última conquista. José y David arrancaron ilusionados como si no hubieran sido el primer grupo nacional en llenar el Estadio Olímpico con 60.000 personas el pasado julio. “Vamos a intentar hacer el mejor concierto de nuestra vida”, dijeron, y más de 17.000 personas enloquecieron a ritmo de palmas, guitarras y rock en un estadio lleno hasta los topes. Los Muñoz jugaban en casa y eso siempre suma, y cerrar la gira en Barcelona era su epílogo deseado para acabar con meses de citas mastodónticas y celebraciones eufóricas, aunque estaban igual de emocionados que la primera vez.

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Foto: Montse Giralt

Había quinquis, chonis, pijos, votantes de izquierdas, empresarios, autónomos, botas camperas, pantalones Adidas, rebaños de amigos, colegas, el primo y su novia, la madre y la hija. Lo de siempre en sus conciertos, la fauna común de un cruce en cualquier esquina, una mezcla intergeneracional como pocas veces se ha visto antes en un fenómeno de masas vestido con pulseras electrónicas de lucecitas. Parecía la fiesta de la diversidad, una verbena de pueblo en pleno octubre, y los hermanos solo eran dos tipos más de la cuadrilla entregados a pasárselo bien. Porque la calle será suya pero siempre fue nuestra.

Quién no echa de menos todas las canciones que no suenan en un concierto de Estopa

En el escenario, esto tampoco es nuevo, se colaron muros de hormigón, edificios de ladrillo, sillas de aluminio, fábricas y señales de tráfico emulando el barrio que llevan dentro; luego un par de cervezas y dos pitis para sentirse como en casa y acabar echando el rato en un bar improvisado. La reivindicación de la siesta y el placer de no perder la vida currando. Estopa nunca se olvida de poner en valor el imaginario de la clase obrera, orgullosos de sus raíces y de no haberse vendido jamás al mercado. Había algo en el ambiente del Sant Jordi, una fidelidad colectiva desmedida y superior a todo. Y madre mía el público, qué ímpetu. Ya era de esperar que los fans se desgarraran la camisa en una noche apoteósica, pero aún continúa impresionando escuchar a miles de personas cantando Como Camarón a pleno pulmón. 

Nada que decir de un repertorio que fue perfecto, aunque también lo hubiera sido si hubiera sido cualquier otro, porque quién no echa de menos todas las canciones que no suenan en un concierto de Estopa. Cacho a cacho, Tragicomedia, La raja de tu falda, Pastillas de frenoDemonios, Ojitos rojosPoquito a poco, Vino tinto o Me falta el aliento se escucharon como siempre, porque los de Cornellà siguen tocando los temas igual que al principio, sin giros de guion y con la misma devoción. Y con la maravillosa Chonchi Heredia por bulerías, y con el rapero Mario Maher 'El Momo' como invitación inesperada. Con ellos partimos la pana, fuimos a la orilla del río, salimos de la cárcel y metimos la primera, la segunda y el alma entera, embriagados por ese despliegue audiovisual nostálgico que le puso forma a la banda sonora de nuestra vida, Seat Panda presente incluído.

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Foto: Montse Giralt

Apostaron por el catalán con una preciosa versión rumbera del Me'n vaig a peu de Joan Manuel Serrat, que precedió a La rumba del Pescaílla, la fiesta absolutamente desatada y el poco decoro ya tirado por los suelos. Hubo un momento en que los tacos y la desvergüenza ya no tenían filtro, ni existía ya ningún pelo en la lengua para criticar a los que no han estado nunca en el lado del camarero y jamás sabrán lo que es. No lo pueden evitar. Joder, es que como se les quiere. 

Y es que a estas alturas, todo lo que pueda decirse de David y José se habrá repetido muchas veces. Su gran legado es el carisma de barrio, su nobleza y la humildad que desprenden en todos los ámbitos de su vida. Viva estos hermanos dicharacheros que son una extensión de nuestra normalidad y que nacieron pa' alegrar los corazones. Que son de los que se comen el atasco para llegar a su propio concierto igual que el resto. No hay duda: en un mundo lleno de excesos, es la simpleza lo que les hace tremendamente especiales; en una realidad dominada por los discursos del odio, es su conciencia de clase la que nos hará libres. 
 

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Foto: Montse Giralt