Este artículo tendría que haber salido publicado ayer lunes, pero no fue posible: se deshizo. Las altas temperaturas del pasado fin de semana lo fundieron completamente, con todo de letras, comas, signos de exclamación y fotografías evaporándose, dejando de nuevo toda la página en blanco y radicalmente desnuda. La narrativa no es posible a partir de los 37°, como escribió Enrique Vila-Matas en Doctor Pasavento, ya que "el calor destruye los sintagmas y solo la poesía ininteligible parece ser digna de codificar el bochorno". Sin duda, quien escribe estas nuevas rayas tendría que haberlo recordado antes, ya que este artículo –el original, no este segundo- fue escrito en Campanet, en el corazón de la isla de Mallorca, un viernes de agosto en el cual los termómetros llegaron a 39° y la única arma para hacer frente al calor no fue aferrarse a un quitasol, como la protagonista del cuadro de Goya que ilustra este artículo, sino comer sandía, nadar en pelotas en la cala de Sa Font de Sant Joan y escribir bajo una parra los párrafos que ya nunca leerá nadie. Es decir, hacer caso punto por punto a Antònia Font. Spoiler: la operación no salió bien.
Dos calores platónicamente diferentes
Cualquier catalán decente, humilde y con dos dedos de frente sabe que los mallorquines son mejores en casi todo y que, como hedonistas, nos pasan la mano por la cara tres mil veces, ya que el hedonismo mallorquín es natural, innato y genuino. Una tierra en la cual todo el mundo se esfuerza en tener fachadas impecables con persianas de colores por el solo hecho de hacer placentero el acto de pasear y transformar una calle de cualquier pueblo, pongamos por caso Porreres, en una estampa digna de un cuadro de De Chirico, es una tierra en la cual el gozo de vivir es una prioridad casi primaria. Ahora bien, cuando se trata de hacer frente al verano más tórrido, hacer uso del método Antònia Front para soportarlo no ofrece los resultados esperados, por mucho que los mallorquines se empeñen en comer sandías como si no hubiera mañana porque lo dice la mítica "Fa calor". La canícula saca a la superficie los dilemas platónicos más primarios, y quizás en el Mundo de las Ideas decir "que tal si encetam una síndria" cuando hace calor es algo refrescante, pero en el Mundo Sensible, sintiéndolo mucho por Joan Miquel Oliver, lo más lógico es decir "qué tal si compramos un ventilador, "qué tal si ponemos aire acondicionado en casa" o, a malas, "qué tal si me acercas el abanico".
Nueve de cada diez mallorquines nacen, por herencia, con el Carné Hedonista bajo el brazo, por lo tanto no seré yo quien niegue la superioridad absoluta de nuestros primos hermanos en el arte de vivir de la vida, pero la mejor canción de la historia para soportar el calor estival se ha escrito en Catalunya y es obra de un genio vallesano: "Calor, calor", de La Troba Kung-Fú, el segundo grupo de Joan Garriga después de Dusminguet. A diferencia de la canción de Antònia Font, que pone en evidencia el calor que hace y propone planes para combatirlo, la de La Troba Kung-Fú reclama más calor de la que hace en la calle, en un acto masoquista lleno de poesía que, a pesar de lo que diga Enrique Vila-Matas –si es que realmente fue Vila-Matas quien escribió aquello, ya que el calor también me despista, perdóname-, se presenta perfectamente inteligible. La canción es un clamor de amor sincero y libre: sin amor, el alma está helada por mucho ardor que haga a fuera, en el mundo. Por eso es una canción profunda y triste pero con ritmo alegre: porque no habla del calor ambiental, sino del calor emocional, el que no se mide con termómetro, sino con un pulsómetro.
El Canigó como ventilador nacional
¿Puede una canción sobre el calor y que reclama más calor evadirnos del calor? Esta es la paradoja de "Calor, calor," ya que su ritmo nos transporta a un entoldado de Fiesta Mayor, en alpargatas, mientras bailamos con un vaso de plástico en la mado y en medio de un concierto de orquesta, con la camisa sudada a las tres de la madrugada, pero también nos lleva a un baile arrambado, a un cruce de miradas y a un tonteo sin palabras donde no molestan los 33° en la sombra, ya que el amor es más poderoso que eso. Sí, ya lo sabemos, també Antònia Font habla del amor a "Fa calor" y propone soportar el bochorno imaginándose un futuro ideal, con aquel "Què tal si me dius que m'estimes durant es següents trenta mil dematins", pero La Troba Kung-Fú describe el calor con un verso mucho más sugerente y potente, posiblemente insuperable: "Però dins el gel el meu cor batega/ bombeja sang a ritme de fera/ i el fred de peus ara pica al terra/ i el Canigó ara se m'ha tornat cascada".
Curiosamente, entre el 25 de julio y el 8 de septiembre de 1884, Jacint Verdaguer se confinó al Santuario de la Virgen del Mont con el fin de completar la escritura de los poemas que acabarían conformando Canigó, su libro más importante, una de las obras poéticas más monumentales del romanticismo europeo y piedra fundacional del catalán literario moderno. También él debió pasar calor, pero la visión de la nieve encima del pico más mítico de los Países Catalanes debió apaciguarle el sufrimiento, al igual que lo hace Joan Garriga cuando nos habla de una cima nevada fundiéndose y de una cascada de agua helada que, sólo de imaginárnosla, nos da ganas de coger una chaqueta. El calor es el mismo en las dos canciones, el sudor es igual y la sensación pegajosa se percibe en las dos letras, pero la canción de Antònia Font reivindica de manera idealista y sin metáforas elementos naturales para hacer frente al calor ambiental, por eso no se convierte en un buen ventilador. La de La Troba Kung-Fú, en cambio, reivindica sentimientos reales llenos de metáforas para hablar del calor, pero de un calor sentimental, por eso cambiando el nombre de la cosa se hace posible la evasión.
Las dos coinciden en quitarse la ropa, pero si existen dos calores, también existen varias maneras de desnudarse. Antònia Font clama la desnudez como lo haría un mamífero irracional y acalorado, loco para bañarse en el agua; La Troba Kung-Fú, en cambio, afirma que somos mamíferos racionales inventores del erotismo, preámbulo del sexo, es decir, de la pasión. Por eso, amigos mallorquines, primos hermanos de mi corazón, me sabe mal deciros que en Catalunya, delante del calor, alguien inventó un método mucho más placentero que el vuestro para afrontarlo, o cuando menos, para poetizarlo: deseándolo, ya que describir el bochorno con el Canigó deshaciéndose como una torre de Badel desmenuzándose en mil añicos, al igual que se deshizo mi primer artículo, convierte el calor en una imagen poética imbatible y quizás demasiado metafórica, pero en un pequeño placer más potente, telúrico y refrescante que un trozo de sandía.