"La República francesa no tiene nada en común con la dictadura de Franco. Quizás sea cierto que no debemos intervenir en España. Pero sí que es intervenir, precisamente, establecer relaciones diplomáticas, sí que lo es admitir la fuerza y la injusticia al aceptar a su representante. Tenemos cosas mejores por hacer. Y, si no somos capaces de soportar la insoportable vergüenza del Gobierno de Vichy por haber colocado a Companys y muchos otros ante de los fusiles de la Falange, sepamos al menos callar y conservar el más neutral de los silencios. No nos honrará, pero nos ahorrará la indignidad". Así de contundente se mostraba el intelectual Albert Camus en el editorial del periòdico Combat, del 7-8 de enero de 1945, cuando Miquel Mateu i Pla, el industrial y ex alcalde de Barcelona que su íntimo amigo Franco enviaba a la Francia liberada como embajador, ya estaba de camino a París. Un embajador de quien Camus, aseguraba que "aunque sea el personaje más digno para representar a un general a servicio de los alemanes, no es el hombre indicado para encajar la mano con otro general que nunca estuvo sino al servicio de Francia y la libertad", en referencia al general Charles De Gaulle, líder de la Francia Libre y presidente del gobierno.
La editorial se puede leer en el volumen La noche de la verdad. (Debate), que recoge, a partir de la edición hecha por Jaqueline Lévi-Valensi, la totalidad de los textos publicados por el intelectual francés nacido en Argelia en el diario Combate, órgano de la Resistencia del cual Camus había sido nombrado redactor jefe con treinta años. Camus, que ya había publicado El estranjero y El mito de Sísifo pero no era todavía el Premio Nobel más fotogénico –gabardina y cigarrillo–, más citado que leído, se convertía en la voz de la Francia que no se había doblado a la capitulación petainista. Moralista, filósofo, ensayista. Todo un poco y todo al mismo tiempo, Camus creía si los diario eran la voz de la nación, había que elevar el país elevando su lenguaje. Especialmente en un momento en que el periodista –un "historiador sobre la marxa"– asumía una responsabilidad firmando un artículo y era consciente del valor de las palabras.
Una guerra que marcó una generación
Camus empieza a escribir los editoriales de Combat en la clandestinidad y lo seguirá haciendo después de la Liberación, cuando derrotados los nazis y sus aliados, al otra lado de la frontera pirenaica quede el último dictador fascista de Europa. La guerra civil fue un conflicto que marcó a toda una generación y que el escritor, fuertemente vinculado a la causa republicano y al exilio, consideraba que había sido la antesala de la II Guerra Mundial. "Esta guerra europea que empezó en España hace ocho años no podrá acabar sin España" aseguraba el 7 de septiembre de 1944, en un artículo donde expresaba la vergüenza francesa por la política de no intervención y el trato con los refugiados: "Muchos de nosotros, desde 1938, no volvimos nunca a pensar en este país fraterno sin una vergüenza oculta. Y sentíamos vergüenza por partida doble. Porque, primero, lo dejamos morir solo. Y cuando, después, nuestros hermanos, vencidos por las mismas armas que nos acabarían aplastado, acudieron a nosotros, los pusimos gendarmes para vigilarlos de cerca".
De entre este remordimiento en la conciencia por la actitud de Francia con los exiliados republicanos, el escritor –que como decíamos hace unos días reeditará en catalán Raig Verd – señalaba la responsabilidad en la entrega a Franco por parte del régimen de Vichy. ¿No lo hizo sólo al artículo que referíamos al inicio, sino que años después de dejar la primera fila de Combat, al texto Porquoi el Espagne?, publicado en el mismo diario como respuesta a la crítica del intelectual católico Gabriel Marcel –defensor de los franquistas durante la Guerra Civil- que le había reprochado la ambientación en España de la denuncia del totalitarismo que era El estado de sitio, en vez de hacerlo en la Europa del Este comunista, Camus volvía a recordar al presidente mártir: "Junto con un reducido número de franceses, aún me ocurre que no estoy orgulloso de mi país. [...] En virtud de la cláusula más deshonrosa del armisticio, le entregamos a Franco, por orden de Hitler, a unos republicanos españoles y, entre ellos, al gran Lluís Companys. Y a Companys lo fusilaron en medio de este espantoso tráfico. Era Vichy, claro está, no éramos nosotros. Nosotros sólo habíamos metido el año 1938 al poeta Antonio Machado en un campo de concentración del que sólo salió para morir". El escritor, descendiente de emigrantes menorquines en la Argelia francesa, añadía, sin medias tintas: ¿"Dónde están los asesinos de Companys? ¿En Moscú o en nuestro país? Hay que responder: en nuestro país. Hay que decir que fusilamos a Companys, que somos responsables de cuanto ocurrió después".