En el año 1953 el poeta Carles Riba cumplia 60 años. Hacía 10 que había vuelto del exilio, donde lo había llevado el hecho uno de los principales intelectuales catalanes, comprometidos con el país y la democracia. Su lectura de tesis sobre la Nausicaa de Maragall en la Universidad, bajo las bombas, es una de las escenas más conmovedoras de nuestra historia intelectual y un símbolo que no necesita de explicaciones. Expulsado de la Universidad, en los cinquanta dirigía la Fundación a Bernat Metge y se había integrado a la cultura catalana resistente, además de convertirse en el digno representante catalán en los Congresos de Poesía de Segovia y Salamanca, donde se habían tendido tímidos puentes de diálogo entre los escritores castellanos y sus homólogos catalanes, en complicidad con Dionisio Ridruejo.
Una casita en Cadaqués
Aquel cumpleaños redondo sirvió para que se tributaran varios homenajes al que era considerado un baluarte de las letras catalanas y un símbolo de dignidad en tiempos difíciles. Uno de los homenajes más insólitos fue el regalo de una casita de pescadores en el pueblo de Cadaqués, pagada por suscripción popular con entrega solemne del presente, convite y justificación del presente. Unas iniciativas y unos actos que reunieron buena parte de la intelectualidad catalana y que el catedrático emérito de la UAB Jaume Medina ha recogido en un libro delicioso titulado Una casa a Cadaqués. Els homenatges a Carles Riba (1953), editado per Cal·lígraf. Para Medina, sin duda, aquel hecho "constituye un episodio extraordinario en la historia no tan sólo de las letras catalanas, sino también del desenrollamiento de la sociedad".
Calle de la Amargura 15, esta es la dirección donde se endereza esta casa hoy día todavía propiedad de los herederos del matrimonio Riba-Arderiu. Todo había empezado con un comentario inocente de Riba ("no me desagradaría ser enterrado aquí") a la poeta Rosa Leveroni, antigua discípulo en la Escuela de Bibliotecarias y estrechamente vinculada a Cadaqués, al pasar por el cementerio, camino de Portlligat. No le regalarían una tumba sino una casa, desde donde viera el mar. A partir del impulso de la poeta, una comisión formada por ella misma y Jaume Bofill y Ferro, Josep Maria Cruzet, J.V Foix, Tomàs Garcés, Anna Maria Gili, Marià Manent, Paulina Pi de la Serra, Joan Rebull, Ramon Sunyer y Joan Triadú se puso manos a la obra para recaudar el dinero y los objetos para parar la casa. El financiero y mecenas Fèlix Millet colaboró con 10.000 pesetas que completaron otros burgueses con sensibilidad patriótica y/o poética.
Cadaqués, septiembre de 1953/Francesc Català Roca © Familia Riba (Cedida por Editorial Cal·lígraf)
Un acto insólito con la asistencia de todo el mundo
El 23 de agosto se celebró la solemne entrega del regalo, en un acto por el cual se fletó incluso un autocar desde Barcelona. No faltaron Tomàs Garcés, que hizo la ofrenda, Jaume Vicens Vives, Josep Pla, Rafael Tasis, Joan Perucho, Joan Teixidor, JV Foix o Josep Maria de Sagarra, que habló en nombre de todos los presentes, a los cuales se va desde el exilio el Dr. Trueta, representando los catalanes todavía expatriados. El vecino más ilustre de Portlligat, Salvador Dalí, se excusó (según Joan Oliver, que tampoco estuvo, "tenía la lengua sucia") pero envió un regalo por una casa que fue entregada perfectamente amueblada, con la despensa llena y las camas y la mesa parada. A pesar de la asistencia de un centenar de personas en un lugar tan inhóspito como el Cadaqués de los años cincuenta, que participó con curiosidad y emoción en el acto, la prensa oficial no prestó un especial interés. Luís Romero, novelista y excombatiente de la División Azul, asistió y escribió una extensa crónica que fue censurada. La revista Destino fue la que hizo un seguimiento más extenso, con dos textos, de Sagarra y Teixidor, dedicados al singular regalo.
Orilla agradeció aquel regalo con un poema editados en una tirada de 150 ejemplares firmados por él. Vale decir que, como explica Medina, si el regalo tenía que ser una sorpresa, Riba pronto se olió que se estaba tramando alguna y en la correspondencia con su hijo ya daba detalles del mobiliario, el menaje y la decoración. El poeta no podía esconder la emoción, aunque reconocía que Cadaqués suponía toda una mañana de viaje. Hacía falta coger el rápido de Francia a las 8'05 y enlazar en Figueres con un autocar que llegaba a Cadaqués a la hora de comida. En las cartas a exiliados como Xavier Benguerel, Domènec Guansé o Ventura Gassol, Riba dejó testimonio de un día inolvidable: "hubo momentos que, en aquella terraza sobre el mar, vibró en fuego y esperanza toda la patria real, tan dolorosamente militante".
Orilla, más que un poeta, fue objeto de varios reconocimientos –también a Madrid y por parte de la República Francesa, que le otorgó la Legión de Honor– hasta su muerte, el año 1959. El regalo de una casita de pescadores en Cadaqués –hoy día el sueño de tantos y las posibilidades de bien pocos– fue quizás el más especial y singular de una cultura catalana que, al menos por un día, dejó de lado malevolencias y mezquindades. Bien, no todo el mundo. Como detalla Medina, el crítico Manuel de Montoliu tuvo un auténtico ataque de cuernos.