Sabio, exigent, culte, riguroso, críptico, severo, serio, comprometido, son muchos los adjetivos, bien ciertos, que se han usado para definir a Carles Riba. "Si tu no hi ets, qui ens jutjarà?" se preguntaba el poeta Pere Quart definiendo la sensación de orfandad que provocó la muerte el año 1959 del autor de Salvatge cor, en un momento en que se había convertido en símbolo viviente de la cultura catalana resistente, con su participación representante la literatura catalana en los Congresos de Poesía de los años cincuenta. Sin embargo, ¿cómo era el poeta a la intimidad?
El editor y escritor Carles-Jordi Guardiola (Manresa, 1942), responsable de la edición de la correspondencia completa del poeta en cuatro volúmenes y que el año 2017 publicó Carles Riba. Retrat de grup en torno a la relación del escritor con maestros, compañeros de generación y discípulos, recoge en su último libro, Els poetes també riuen (Publicacions de l'Abadia de Montserrat), el Riba más insólito e íntimo. Después de haber podido hablar y entrevistar a muchas de las personas que conocieron, Guardiola presenta el Riba que sólo conocieron los amigos y devotos de más confianza. ¿Escritores, críticos y poetas como Joan Perucho, Albert Manent, Joaquim Molas, Joan Triadú o Ricard Torrents, que encontraron en el poeta un referente en el desierto de la posguerra, alumnos como Mercè Badosa o Montserrat Sunyer, Eugènia Crexells, hija de Joan Crexells, uno de los mejores amigos de juventud del poeta, a quien Riba hizo de tutor y de padre, el compañero de Bernat Metge Marçal Olivar o el Nobel Camilo José Cela responden a la pregunta "¿cómo era Carles Riba?" con la vivacidad de la entrevista apenas transcrita, sin ahorrar detalles sorprendentes, divertidos, profundamente humanos. El resultado, como dice el manual del clickbait, te sorprenderá.
Amigos, conocidos y saludados
La primera sorpresa es descubrir que Riba era uno tímido con tendencia a ser chistoso. Eugènia Crexells, en una de las entrevistas más largas del pequeño volumen, asegura que su hijo recordaba Riba como "aquel senyor tan divertido, que siempre bromeaba y no sabía si hablaba en serio o en broma". También Albert Manent, hijo de uno de los amigos de juventud de Riba, recuerda las bromas, "siempre de buen tono", en que a veces filtraban anécdotas eróticas, sin ser escabroso ni grosero. De hecho, el mismo Manent lo define, a su entrevista, como un "hombre apasionado" y Joaquim Molas se refiere a él como "uno glotón de la vida". Un hombre capaz de morirse de risa explicando anécdotas de su nieto, como testimonia Cela. De hecho, sobre la timidez innata de Riba, Eugènia Crexells, comparte la confesión que le había hecho sobre su sueño irrealitzado: bañarse desnudo con su mujer en una playa desierta.
Siguiendo la línea de su último libro, a Los poetas también ríen descubrimos algunos detalles de su relación con diferentes figuras de la cultura catalana. Con JV Foix habrá una relación tardía de admiración en que el de Sarrià era incapaz de tutear a su cómplice, mientras con Josep Maria de Sagarra la amistad se remontará a la infancia, sobrevivirá al hecho de haber pretendido la misma mujer y se enfriará, sin perder la admiración a pesar de la divergencia de caracteres, ante la diferente adaptación a la cultura oficial de los dos poetas. Tampoco faltan juicios severos sobre Josep Maria López-Picó, Eugeni d'Ors o Joan Estelrich, este último, director de Bernat Metge, donde Riba trabajó toda la vida.
Riba, el seductor
Otra de las sorpresas es descubrir un Riba seductor, que se encariñaba las alumnas, a quienes gustaban mucho las mujeres y una en especial: la italiana Sofia Loren. "Eso es una mujer", solía decir, según testimonian buena parte de los entrevistados, sobre la actriz italiana. A pesar de todo, la mujer de su vida fue la poeta Clementina Arderiu, con quien formaban un matrimonio bien avenido y compenetrado, a pesar de las duras experiencias compartidas y la difícil situación económica que les acompañó toda la vida, que a la vejez tuvieron la recompensa de poder disfrutar de la mítica casita de Cadaqués. A las conversaciones con Guardiola, sin ambages, sus interlocutores hablan de ciertos celos de la esposa respecto de las discípulas de la Escuela de Bibliotecarias o desvanecen los rumores sobre una hipotética relación extramatrimonial con la también poeta Rosa Leveroni, por otra parte amante durante décadas del historiador y profesor Ferran Soldevila.
Gran defensor del matrimonio –"el acto supremo del amor era el único momento que los debes nos dejaban entrever lo que podría ser el infinito" recuerda –, una de las cuestiones sobre las cuales se interrogan los entrevistados es sobre la religiosidad del poeta, que de un agnosticismo de base pasó a la práctica religiosa por amor y un misticismo de madurez que lo hizo interesarse por la obra de los pensadores y teólogos del momento, como Mounier o Theilard de Charden. Unas lecturas que, en el caso de Riba, podían ser perfectamente complementarias de su devoción por las novelas de Simenon.
El ejemplo del maestro
"Con seis hombres como Carles Riba España sería Europa, estaría por encima de Francia y Alemania", asegura en la entrevista el escritor gallego Camilo José Cela, que lo publicó y lo tradujo en su revista Papeles de Son Armadans. "Carles Riba fue un ejemplo de dignidad y permanencia", asegura el escritor, testigo de su actuación en el Congreso de Poesía de Segovia, el año 1952. Con la experiencia de la guerra y el exilio, atento a la política pero alejado de partidismos, Riba "es el referente", según Joaquim Molas. Exigente con él mismo, como lo define su amigo Olivar, el autor de Las elegías de Bierville marcó algunos de los nombres de las generaciones jóvenes de los cuarenta y cincuenta, los cuales tenían la puerta abierta de su casa. Eso no quiere decir que estos no se acercaran con el respeto que merecía su figura excepcional.
Para Molas, otra vez, Riba se sentía al servicio de la colectividad, y eso hacía que atendiera a aquellos jóvenes como si le fuesen a plantear grandes problemas existenciales. "Exigía rigor y enseñaba no lo que había que hacer sino lo que no se podía hacer. No quería que los jóvenes se le parecieran sino que fueran ellos mismos con autenticidad", recuerda su vecino Joan Perucho, que destaca el carácter afectuoso y una actitud moral, tan individual como colectiva, que lo hacía ser el centro. Riba era consciente de este magisterio. No en balde, como recuerda Triadú, el poeta consideraba a un maestro "aquel que nos libera".