Carlo Giuliani no quería ser un recuerdo para la historia. No quería ni proclamas en su nombre ni que su alma residiera para siempre confinada en una escultura de piedra. Pero el 20 de julio de 2001, durante las protestas contra la cumbre del G8 en Génova, el mundo entero vio su cuerpo abatido y desechado sobre un reguero de sangre, lo vieron por la tele y en las portadas de los diarios, tirado sobre el asfalto como una rata desalmada y sucia, sin más protección que un pasamontañas ya inerte. Un carabiniere le metió un tiro en la cabeza y después un coche de la policía italiana le atropelló dos veces, dos veces le pasó por encima y le reventó los órganos, y ya no había un reguero, debajo de él un charco, un mar de sangre. Y de ese oleaje nació el símbolo. Así fue como un chaval corriente que no quería ser héroe se convirtió en emblema de la lucha antisistema mundial, y ya muerto recorrió todas las calles del planeta que no pudo hacer en vida. Este ragazzo solo tenía 23 años. No es una exclusiva, no he dicho nada que no se sepa: busquen “muerte de Carlo Giuliani” y vayan a la primera entrada de Google, es fácil, cualquiera puede leerlo. Pero nadie es capaz de representarlo salvo Oriol Pla, es imposible, es un puñetero espejismo.
Todos los atributos físicos, los gestos, la mirada perdida, la concentración dispersa, las legañas por las mañanas, los porros, las ganas de sexo, la ropa poco pensada pero tan milimétrica al estereotipo del punki desaliñado, los espasmos, la brusquedad de los movimientos, la chulería innata, la provocación burlona, las ideas menos claras que impacientes, los saltos instantáneos, frenéticos, el cuerpo delgaducho, la energía desorbitada que continúa después de muerto, los gritos desesperanzados, la proyección de la incertidumbre, la rabia, la rabia superlativa, la rabia magnánima, el por qué, los por qué, por qué, por qué. Todo lo hace idéntico Oriol Pla, todo lo clava. El actor catalán protagonizó Ragazzo hace 8 años dirigido por Lali Álvarez y ahora repite en La Villarroel, mucho más maduro pero igual de creíble, más empático en su interpretación y mucho más seductor con el público: los jóvenes conectan con las llamas de la Urquinaona de 2019 y los más mayores reviven la brutalidad de cuando soñaban con que las cosas podían ser diferentes.
¿Por qué ahora, por qué esta obra de teatro sigue rompiendo esquemas? ¿Estamos lejos de aquellos días, hemos aprendido la lección? La impunidad policial campa a sus anchas, hay centenares de ejemplos, en cada manifestación hay heridos, en varias hay mutilados, en algunas hay muertos. En Perú llevan más de 60 por las protestas contra el gobierno de Dina Boluarte, por ejemplo. Veintidós años después de aquel julio en Génova, algunos líderes del G8 siguen siendo déspotas protagonistas de la historia de la humanidad, como Vladímir Putin. Su maldita guerra y la crisis derivada de la pandemia han hecho aumentar la desigualdad, las temperaturas en verano cada vez rompen más termómetros y la sequía está dejando el planeta como una arbequina deshidratada. Sigue siendo necesario exponerlo encima de la mesa y poner en jaque al sistema. Pero más que una reflexión política profunda y discursiva, lo que Ragazzo hace es mostrarnos la simplicidad de un asesinato y bajarnos la potencia de un icono a pie de calle.
Carlo Giuliani no era nadie pero su muerte lo es todo
Porque Carlo Giuliani no fue un héroe. No hizo nada transcendental en su vida, probablemente tampoco tenía una conciencia de clase más acentuada que cualquier otro muchacho desmotivado con la vida que veía en las luchas un proyecto de pertenencia comunitaria. Seguramente le pesaban más los impulsos que los razonamientos políticos y así se radiografía encima del escenario a ritmo de Corbelles y otras canciones reivindicativas de los valencianos Zoo. Oriol Pla desmitifica su figura abstracta del italiano y le pone cara, ojos, sueños y fracasos a la leyenda, hace ensaladas y bebe café solo y escribe por las noches, y lo hace para así leerlo como una mera mota de polvo en el universo que solamente estuvo en el sitio equivocado. Fue él pero pudo ser otro. Carlo Giuliani no era nadie pero su muerte lo es todo. Solo era un crío.