Irrumpió en nuestras vidas cuando era un niño e interpretaba a Biel de Ventdelplà, y se convirtió en una estrella con Merlí. Ahora, Carlos Cuevas (Montcada y Reixach, 1995) estrena película, La ternura, una adaptación de la obra de teatro de Alfredo Sanzol donde comparte reparto con Emma Suárez, Gonzalo de Castro, Fernando Guallar, Anna Moliner y Alexandra Jiménez. Los seis participan de una comedia romántica nada convencional, que respira Shakespeare y commedia dell'arte, farsa y elementos mágicos. Un filme a contracorriente que acaba de llegar a las carteleras y que muestra una cara insólita de un actor que tiene ganas de sorprender, de atreverse con nuevos retos. Y que tiene las cosas muy claras. Carlos Cuevas charla con Revers de trabajo, pero también de prioridades y de ideales, del poder transformador de su generación y, también, del #seacabó.

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Foto: Juan Herrero / EFE

De entrada diría que, a pesar de funcionar muy bien como obra de teatro, La ternura es una película completamente a contracorriente, y con cierto riesgo.
Sí totalmente, como propuesta cinematográfica es muy original, novedosa, alejada de los cánones y de los códigos del cine que se hace habitualmente. Pero también es verdad que la obra de teatro de Alfredo Sanzol había funcionado muy bien, tanto en Madrid como en Barcelona. Yo la había visto allí y aquí, y me gustaba mucho. Y yo, como actor, siempre quiero enfrentarme a cosas que no he hecho nunca, que me alejan de mí, que me suponen un reto. Sobre todo en una época donde está muy de moda el costumbrismo, las historias cotidianas y las interpretaciones naturalistas, de repente, hacer una cosa como esta, un ejercicio de estilo interpretativo... ¡uau!

Viéndola pensé en Mucho ruido y pocas nueces...
Sanzol se inventó una fábula con reminiscencias shakespearianas, la ubicó en una isla desierta y añadió ingredientes de otros textos que él conoce bien. Él tiene un universo muy particular sustentado en un bagaje cultural muy potente. Una propuesta como la de La ternura quizás sorprende mucho en el cine, pero no mucho en teatro. Los códigos son diferentes. Un público más teatrero no se sorprenderá: si ves commedia dell'arte, o voces grotesco o farsa, máscaras... Como actor son trabajos muy enriquecedores y exigentes.

¿Se disfruta especialmente, cuando puedes soltarte?
Mucho, mucho, se disfruta mucho porque puedes jugar con facetas tuyas que no te han dejado enseñar nunca. Yo sé que puedo hacer cosas que no he hecho antes, porque no me ha llegado un tipo de personaje determinado o porque no ha llegado el momento de enseñarlas. Este tipo de apuestan te permiten abrir unas puertecitas, tocar unas teclas, que apetecen mucho.

Sois solo seis intérpretes en pantalla. ¿Cómo ha ido el trabajo con los compañeros?
De entrada, te puedo decir que es el proyecto audiovisual en el que más he ensayado. No me atrevería a compararlo con el teatro, porque tienes ocho semanas, pero sí que hicimos cuatro ensayos, cosa que en el audiovisual es inaudito. Eso fue muy importante. De hecho el director quería que entendiéramos bien el texto, que lo supiéramos decir muy bien para que, en el rodaje, fuéramos muy resolutivos. Siempre es muy importante tener buen rollo, pero lo que es fundamental es entender la peli de una misma manera. Hablar en el mismo idioma. Jugar al mismo juego. ¿Vamos todos a muerte con esto? ¿Ponemos toda la carne en el asador? Una de las grandes suertes fue compartir muchas secuencias con Anna Moliner, que es una actriz estupenda, con un bagaje teatral brutal, y que conocía desde que trabajamos juntos hace unos cuantos años, yo tendría 18, en una obra en el Teatre Nacional de Catalunya. Se llamaba Barcelona. Después hicimos gira, así que nos teníamos mucho cariño desde entonces, y hemos hecho mucha piña, nos hemos apoyado muchísimo. Y después me he enamorado mucho de los otros compañeros: a Alexandra Jiménez la admiro, Gonzalo de Castro ha sido un descubrimiento brutal, Fernando Guallar es casa, y qué tengo que decirte de Emma Suárez, un referente total...

No he tenido nunca ninguna obsesión por salir, de hecho he trabajado muchísimo en Catalunya; cosas como Merlí o Smiley han viajado internacionalmente desde aquí

¡Ahora descubrirán a la Moliner fuera de Catalunya y fliparán! ¿Tú cómo has vivido el proceso de formar parte del día a día de los catalanes desde los tiempos de El cor de la ciutat, y, después con el fenómeno de Merlí, ampliar horizontes?
Yo he hecho el camino desde casa. A partir de Merlí y después con Sapere Aude. Es verdad que había hecho cosas fuera, la serie 45 revoluciones, por ejemplo. Pero tengo la sensación de que mi camino ha sido un poco de la manecilla de casa. Las cosas van bien y el viaje tiene que ver con hacer proyectos que yo vería como espectador, con intentar decidir cada vez mejor, que supongan seguir avanzando como actor. Y este es el viaje, me es un poco igual si los hago en Madrid o en Catalunya o allí donde esté. No he tenido nunca ninguna obsesión por salir, de hecho he trabajado muchísimo en Catalunya. Cosas como Merlí o Smiley han viajado internacionalmente desde aquí.

En este sentido, alguna vez te he leído reivindicando no dejarte atrapar por las imágenes estereotipadas, toda una lucha para que no te encasillen.
No, no, no tengo ninguna sensación de batalla. A veces me preguntan y yo contesto, pero yo lo que quiero es que mi carrera se demuestre con trabajo, trabajo y más trabajo. Y por eso voy trabajando y trato de enseñar facetas de mí diferentes. Y no solo para que al público me perciba de forma diferente, si no porque yo también me aburro. Este año, por ejemplo, he decidido hacer teatro. Una decisión consciente y militante, y he rechazado muchos trabajos. Creo en eso profundamente. Tampoco quiero que se me ubique en un caminito muy estanco o muy pequeño, quiero poder pasármelo bien en diferentes lugares y disfrutar de diferentes experiencias interpretativas.

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Foto: Javier Lizón / EFE

¿Cuesta mucho decir que no a determinados trabajos? ¿Más cuándo, como quién dice, se está empezando, y todavía no has hecho los 30 años?
Cuesta, sí, cuesta mucho. Mira, esta mañana he dicho uno "no" muy grande... A veces se tienen que decir, y cuesta porque intervienen muchos factores. Pero he tomado la decisión de que quiero dormir muy tranquilo por las noches, quiero estar tranquilo conmigo mismo, y eso significa hacer cosas que a mí me gustan. Soy muy poco estratega al aceptar trabajos que puedan llevarme a sitios determinados. Todo tiene mucho más que ver con mi momento personal y vital, con las cosas que me apetecen. Y reconozco que es un privilegio enorme decir que no. Y a veces no lo puedes hacer. De golpe te preguntan por qué has hecho determinado trabajo... pues porque no había otra cosa, y se tiene que comer, y se tiene que vivir. Y también se aprende mucho de todo, también de trabajos así. Hay una reflexión de Michael Caine al respecto que me gusta mucho, y que viene a decir que hay actores jóvenes que esperan la oportunidad de hacer una cosa concreta, y otros que trabajan mucho y aprenden; y entonces, cuando llega el momento, unos están entrenados y preparados y los otros no. Yo he querido trabajar mucho para formarme y para aprender, mucho más que para hacerme visible o mostrarme.

Michael Caine también escribía aensu autobiografía que había hecho Tiburón: La venganza y que, efectivamente, era muy mala. Pero que la casa que se compró con el dinero que le pagó todavía hoy la seguía disfrutando...
Es que desde fuera es muy fácil criticarlo todo, juzgarlo todo, eso es muy goloso. Pero yo respeto muchísimo las decisiones profesionales de mis compañeros. Tú qué sabes si tenía deudas, o si se había separado y estaba deprimido y de golpe le apetecía rodar una comedia, o hacer una en Barcelona porque logísticamente le iba bien para llevar a los hijos a la escuela... Al final también tenemos una vida. Y vuelvo a lo que decía antes: pensar solo en términos de carrera es una situación de privilegio.

Este año he decidido hacer teatro, una decisión consciente y militante: he rechazado muchos trabajos

Creo que no hace mucho hiciste de profesor en un curso de actuación. ¿Cómo te encontraste?
Yo quiero dirigir. O producir. Quiero generar mis proyectos. Hay actores que eso les sale de dentro y hay actores que no. Pero después de muchos años que he explicado las historias de otros y me han dicho cómo las tengo que hacer, he generado un espíritu crítico acatando decisiones con las que no estoy de acuerdo, porque este es mi trabajo como actor, hacer caso a las visiones de los directores. Pero me siento con la mirada y con el punto de vista como para poder explicar cosas mías. Entonces quise probarme haciendo un curso dirigiendo a gente joven, para comprobar si soy capaz de trasladar mis ideas, si las entienden. Me encantaría, ojalá en los próximos diez años pueda decir que no solo soy actor y que también estoy explicando las cosas que a mí me interesan.

¿Sentiste que lo conseguías?
Sí, sí, me sentí muy estimulado y aprendí mucho. Soy muy voyeur, aprendo mucho mirando y creo que todos los actores lo somos un poco. Y yo soy un poco neurótico con eso. Lo veo todo, voy al teatro a ver todas las obras y lo mismo con el cine. Aprendo muchísimo mirando a mis compañeros de oficio, también en los rodajes, a ver qué puedo extraer de su trabajo, analizando las decisiones que toman, en qué se han equivocado y por qué... También es verdad que los toros se ven mejor desde la barrera, después ponte tú a jugar el partido. Pero me fue muy bien para coger un poco de perspectiva.

¿Y como alguien de veintitantos con ganas de hacer cosas, sientes la condescendencia de generaciones de más edad, que a veces —ley de vida— nos miramos a los jóvenes sin valorarlos del todo?
Sí, entiendo lo que quieres decir y estoy de acuerdo. También se ve un tapón generacional en muchos aspectos, tanto a nivel actoral como de dirección. Creo que mi generación viene muy fuerte, hemos formado parte de unos momentos sociales que nos han configurado: la lucha feminista, la lucha por las libertades LGTBI, una conciencia antiracista... cada generación tiene sus luchas y la mía se ha visto inmersa en unas que son muy transformadoras. Entonces creo que mantenemos debates nuevos con respecto a los de las generaciones anteriores, que pensaban en la memoria histórica o en las luchas sindicales porque nacieron en la Transición. Pues ahora hay una generación pendiente de la salud mental, de la sexualidad, con puntos de vista nuevos a nivel cinematográfico o literario. El otro día me acababa una novela estupenda de Andrea Genovart, que se llama Consumir preferentemente, ganadora del premio Anagrama, y es que me siento súper identificado con este texto de una manera generacional. Y me pasa con Creatura, que es mi peli preferida del año, no he visto ninguna mejor. Voy con Creatura al fin del mundo, por lo que plantea y por como lo plantea. Es que además también pienso que somos una generación con unos referentes visuales muy potentes, con muy buen gusto estético.

Ahora que hablábamos de estos movimientos transformadores, a raíz del piquito de Rubiales y del #seacabó, tenía pinta que empezarían a salir casos vinculados, como el #metoo, en la industria del entretenimiento. ¿Cómo ves el tema desde dentro?
Hay gente que está trabajando, el diario Ara, por ejemplo, está haciendo mucho trabajo y supongo que los tiempos de revelar las cosas tiene que ver con muchos factores, tiene que haber una cobertura jurídica, etcétera. Yo creo que acabará pasando porque todo el mundo que forma parte de esta profesión ha visto cosas, o sabe cosas, o le han llegado anécdotas, o incluso ha sufrido estos comportamientos. Ojalá se sacuda el árbol, porque es un mundo donde hay gente con mucho poder, con muchos excesos, donde se fomentan mucho las jerarquías y hay peña que se ha visto siendo intocable. Como parte de mi generación espero que lo  hagamos. Estoy orgulloso cuando pasa en otros sectores y ojalá el mío también sepa ponerse las pilas.

Aparte de La ternura, tienes dos películas más pendientes de estreno.
Sí, también ha sido una decisión, porque después de los Merlí y de Smiley me han ofrecido muchas series, pero he preferido hacer películas, en parte porque me gusta mucho el formato y en parte porque soy un romántico empedernido del cine. Así que he tirado por eso y por el teatro. Pronto estrenaré Jauría en el Romea, una obra de Miguel del Arco sobre el caso de la Manada. Y es una decisión como actor, personal, militante y política de querer hacer cosas... supongo que siempre lo tienes, pero como más mayor te haces y mejor te van las cosas, te sientes con la autoridad de decidir por ti mismo. Y tengo la sensación que cada vez puedo hacerlo más, y yo quiero hacer cosas que me representen y que me hagan sentir orgulloso, a mí y a la gente que me rodea.