"He tenido suerte de hacer aquello que más me atraía: he dirigido cine, teatro, ópera y he dibujado, fotografiado y pintado toda mi vida, y espero seguir haciéndolo. Recibo con mucha alegría y agradecimiento este galardón que me otorga la Academia, a la cual también quiero agradecer la gran tarea que hace promoviendo y protegiendo nuestro cine y nuestra cultura, que es de las cosas más importantes que tenemos". Así reaccionaba Carlos Saura (Huesca, 1932) al anuncio del Goya de Honor 2023, concedido por una Academia que, seamos claros, nunca le ha hecho mucho caso. Porque sí, con ¡Ay, Carmela! (1990) se llevó 13 cabezones, pero es igualmente cierto que una trayectoria tan incontestable como la del cineasta aragonés no ha estado nunca más reconocida con un Goya.

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El Goya de Honor le llega a un Saura que acaba de cumplir 91 años y que sigue estrenando películas

Es probable que eso tenga que ver con la alergia que el maestro ha tenido siempre con no formar parte de nada, tampoco de ninguna industria que le hiciera seguir las pautas, ni renunciar a la libertad de hacer siempre lo que le ha dado la gana. Desde sus inicios, como abanderado de aquel Nuevo Cine Español que al principio de los años 60 había surgido de la Escuela de Cine de Madrid, hasta hoy. El Goya de Honor le llega a un Saura que acaba de cumplir 91 años y que sigue estrenando películas (la última, Las paredes hablan, llegaba a las salas antes de ayer mismo) que no obedecen a modos ni a corrientes.

¡Ay, Carmela!

Saura y la curiosidad

Carlos Saura es imaginación, es creatividad, es búsqueda de la novedad, es experimentación. Es quizás, una lucha constante contra el paso del tiempo. Cuando le preguntan por qué no ha escrito sus memorias, siempre contesta que todavía no tiene 100 años. "Si las escribo, me muero", afirma. Charlar con él abre la puerta a las evasivas, al desinterés por hablar del pasado. "He hecho unas 50 películas y las olvido, no vuelvo a verlas. No tengo ningún interés, forman parte del pasado, y no me gusta mucho hablar. Tengo una relación extraña con lo que he hecho, no me interesa volver, prefiero mirar lo que haré en el futuro", le explicaba al firmante de este artículo en una entrevista con motivo del estreno del revelador documental Saura(s), que Félix Viscarret le dedicó el año 2017.

Carlos Saura es imaginación, es creatividad, es búsqueda de la novedad, es experimentación

Saura es libertad, es curiosidad, es intuición, es huida ante todo síntoma de aburrimiento, es eclecticismo. Y es enamoramiento de cada nuevo camino que la vida le ha puesto por delante. Su filmografía obedece a retos constantes y a pasiones indisimuladas. Saura es Aragón, es tozudez, también es socarronería.

Nació en Huesca, pasó la Guerra Civil en Madrid, en Valencia y en Barcelona, antes de volver a su ciudad. Hijo de un Director General de Administración de Hacienda y de una pianista ("de ella heredé el amor por la música"), hermano de un pintor tan reconocido como Antonio Saura ("dejé los estudios de Ingenieria Industrial y él me empujó a vehicular mi pasión por la fotografía estudiando cine"), se formó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, de donde haría de profesor durante seis años. Después conocida como Escuela de Cine, aquella institución fue caldo de cultivo de la creatividad de jóvenes disconformes con la realidad de aquella gris España franquista. Y Saura acompañó los Martín Patino, Borau, Camus o Picazo que revolucionarían el panorama cinematográfico del país.

Saura es el realismo de Los goznes (1960), su primer largometraje, con lo que viajó al Festival de Cannes. Saura es la decepción de Llanto por un bandido (1964), la segunda, masacrada por los coproductores italianos en la mesa de montaje. Y Saura, el primer Saura, es, sobre todo, La caza (1966), una metáfora de la sociedad española de la época y de la misma Guerra Civil, poniendo el foco en las miserias de los vencedores, una reflexión sobre la violencia más próxima y cotidiana, y una película que, vista hoy, mantiene una fuerza brutal, formalmente innovadora, tremendamente impactante. Y que le dio a Saura el Oso de Plata a Mejor Director en el Festival de Berlín.

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Saura y los símbolos

Saura es Elías Querejeta, su socio, su amigo, su productor desde La caza, el que se peleaba con la censura, con quien formó equipo en un puñado de títulos memorables, extraordinarios. Trece películas entre 1965 y 1982, con las que se convirtieron en los creadores más importantes del cine español, relevantes internacionalmente. De Peppermint frappé (1967) a El jardín de las delicias (1970) o a Ana y los lobos (1973). De La prima Angélica (1974), premiada a Canes, a Elisa, vida mía (1977) o a Mamá cumple cien años (1979). O a Deprisa, deprisa (1981), Oso de Oro en la Berlinale. O la que es, quizás, la obra más icónica de los dos, Cría cuervos (1976), ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes.

Saura es metáfora y subversión, y abstracción, y, para muchos críticos de la época, es alegoría y simbolismo, aunque él no se haya cansado de desmentirlo

Saura es Geraldine Chaplin, claro está. Su pareja durante muchos años y su musa, la protagonista de muchos de los filmes de los 70. Una presencia magnética, fundamental. Saura es metáfora y subversión, y abstracción, y, para muchos críticos de la época, es alegoría y simbolismo, aunque él no se haya cansado de desmentirlo. "Los críticos se inventaban que mis películas estaban llenas de símbolos que yo no reconocía. Sí que es verdad que siempre he pensado que la imaginación era mucho más poderosa que la realidad inmediata. Yo quería trabajar en el mismo mundo que Bergman, Fellini y Buñuel. Hablar de los sueños y del pensamiento, elucubrar sobre el futuro..."

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Saura es Luis Buñuel. El impacto de ver Las Hurdestierra sin pan lo empujó a querer conocerlo. El genio de Calanda fue una influencia evidente ("él me hizo ver que en España se podía hacer un cine más imaginativo y vinculado con la tradición cultural, de Quevedo, de Calderón...") y un amigo íntimo desde 1960 y hasta su muerte. Y a él le dedicó Buñuel y la mesa del rey Salomón (2001).
Saura es Rafael Azcona, el guionista a quien todos asociamos con Berlanga, pero que colaboró un montón a veces con el cineasta aragonés, en la construcción de sus universos que giraban en torno al pasado, del presente, de la memoria y de los recuerdos.

La caza

Saura explorador

Saura es, también música. Es flamenco. También es tango, y corridos mexicanos, y fados, y sevillanas, y, claro está, jotas. Es música y baile, sonido y movimiento. El año 1981 dirigió Bodas de sangre, y se entendió tan bien con Antonio Gades que repetirían en Carmen (1983) y en El amor brujo (1986). Y continuaría su exploración infinita con un puñado de documentales fascinantes, visualmente hipnóticos (a menudo con la colaboración de un genio de la fotografía como Vittorio Storaro).

Saura es, también música. Es flamenco. También es tango, y corridos mexicanos, y fados, y sevillanas, y, claro está, jotas

Saura es, también, el artista que ganó 13 Goyas con Ay, Carmela (1990). Es la ambición (y el fracaso) de El Dorado (1988), el ascetismo de La noche oscura (1989), la brutalidad y la violencia de Dispara (1993) o de Taxi (1996) o de El 7º día (2004). Y es el otro cabezón, el de verdad, en Goya en Burdeos (1999).
Saura es exploración artística, incluso cuando muchos ya no encuentran energía ni ganas. Saura es, lo decíamos, fotografía, siempre con una cámara colgada en el cuello, una de las más de 600 que tiene en casa. Que compra en pequeños mercados ambulantes y en tiendas de barrio, que desmonta y vuelve a montar. Y Saura es, también, dibujo y pintura. Saura es arte.

Saura es un insólito punto de vista hacia la infancia. "No entendemos a los niños, eso está en muchas de mis películas. Ven las cosas de otra manera, son mucho más inteligentes de lo nos pensamos", afirma. Pero, y eso lo explica muy bien el documental Saura(s), y él mismo ha hablado a menudo, también es una forma cuestionable de entender la paternidad. Seis hijos hombres con los que tuvo una relación no muy fluida hasta que fueron adultos, y una hija, la pequeña, Anna, nacida de su relación con la actriz Eulàlia Ramon, y con quienes sí tiene un vínculo mucho más natural. En la entrevista que antes mencionábamos, el cineasta afirmaba: "Como cualquier padre, coges en brazos a un niño recién nacido y no sabes qué hacer con él. La madre tiene una especie de relación íntima y misteriosa con el pequeñoa la cual el padre es ajeno. Yo he llegado a sentarme encima de un hijo mío sin darme cuenta de ello, casi lo mato mientras mi mujer me llamaba Carlooos, qué haces", le explicaba entre risotadas al firmante de este artículo.

Saura es un genio, un artista total, uno de los cineastas más importantes de la historia

Saura lo es todo

Saura es la mirada, son los ojos de Geraldine y los de Ana Torrent en Cría cuervos, y es el Por qué te vas de Jeanette, que incluyó en la película por tozudez, y contra la opinión de todos, Elías Querejeta incluido, convertido en un inesperado fenómeno musical. Saura son los conejos que corren para sobrevivir mientras Alfredo Mayo, Emilio Gutiérrez Caba, Ismael Merlo y José María Prada disparan. Y sudan. Y se vuelven locos en La caza. Saura es el brazo enyesado hacia arriba, saludo fascista 24 horas, de Fernando Delgado a La prima Angélica. Saura es el maravilloso Rafaela Aparicio sentado en una butaca que desciende del techo en Mamá cumple cien años. Saura es el grito ahogado de Gabino Diego, y Pajares recitando a Machado, y la Maura cantando Mi jaca en ¡Ay, Carmela!. Saura es un genio, un artista total, uno de los cineastas más importantes de la historia. La próxima semana se llevará el Goya de Honor 2023. Y, probablemente, seguirá pensando que cualquier tiempo pasado fue peor y que lo mejor está por venir.