A estas alturas ya nos hemos enterado de la inexistencia de Carmen Mola. Que no, que una mujer no ha ganado el Premio Planeta 2021. Que podría haberse convertido en la número 17 de 70 en conseguirlo, pero que ya si eso mejoramos la cuota el año que viene. Total, si todo lo que tiene que ver con equipararnos parece que molesta. Si salimos a la calle a celebrar una de nuestras insuficientes victorias, pupita. Si denunciamos alguna aberración, más pupita. Si nos da por pensar que tres hombres utilizando un pseudónimo femenino es leonino, vaya jauría de hembristas. Por qué cómo vamos a saber las mujeres lo que nos duele. Cómo se nos ocurre poner en tela de juicio el éxito de una de las nuestras.
La anónima autora se ha llevado un millón de euros y el reconocimiento literario más importante del país por La bestia. Nada, poca cosa, calderilla para el cuerpo. Según dijo ella hace un tiempo, no quería darse a conocer porque, y cito textualmente, “lo importante es la novela, no quién la haya escrito; ¿qué más da que sea una mujer guapa y alta o un señor feo y bajito?”. Fuerte. Para mear y no echar gota. Pasa que en 2018, año en que se publicó la primera novela de Mola, solo un 32% de obras estaban escritas por mujeres y la necesidad de tener más representación femenina en las estanterías de las librerías estaba servida. Pero Agustín Martínez, Jorge Díaz y Antonio Mercero decidieron usar un nombre de mujer en pleno tsunami feminista porque lo verdaderamente trascendental era el contenido.
Hemos pasado del vete a fregar doméstico al techo de cristal laboral: el mismo perro con distinto collar
Que el capitalismo se aprovecha de la lucha lo sabemos las feministas desde que Primark o Inditex empezaron a estampar camisetas con mensajes de empoderamiento, así que era de esperar que los machos quieran recoger sus migajas. El patriarcado no se cae porque sabe adaptarse a la evolución de las cosas. Hemos pasado del vete a fregar doméstico al techo de cristal laboral, pero el trasfondo no varía: el mismo perro con distinto collar. Y si el feminismo está de moda es evidente que los Adam Smith del planeta van a querer lucrarse.
Carmen Mola no ha inventado la rueda. No, al menos, en lo de usar a una mujer real o ficticia para triunfar. Lo hemos visto también en la música: los mallorquines Antònia Font, compuesto por cinco tíos; Carolina Durante, cuatro tíos; Nacha Pop y Camila, tres tíos cada uno. Incluso el grupo Mujeres son tres hombres, mientras Queen, la joya de la realeza, eran cuatro y ninguna mujer. ¿Podríamos rascar para encontrar matices? Seguro. Pero la feminización de estos nombres tiende a separarse de la obra porque no choca con una denuncia explícita de sus compañeras de profesión: no es el terreno musical el campo de batalla en el que las mujeres se han hecho pasar por hombres para tener una oportunidad.
Muchas escritoras tuvieron que publicar sus obras en el más riguroso anonimato, o su trabajo llevó el nombre de sus maridos, o debutaron bajo apodo masculino para que se las tomara en serio. Como Caterina Albert escondida detrás de Víctor Català. O Cecilia Böhl de Faber, que publicó sus primeras novelas como Fernán Caballero. Charlotte Brontë, madre de Jane Eyre, era Currer Bell. Incluso se le pidió a J.K. Rowling que usara un pseudónimo para publicar su primera novela: Harry Potter y la piedra filosofal. No lo hizo entonces, aunque se convirtió en Robert Galbraith cuando publicó su segunda novela para adultos, y solo reconoció su autoría públicamente tras la buena acogida del público.
¿Impensable que haya espacio para la rudeza en un cuerpo de mujer? Huele a Varón Dandy a leguas
Es una estrategia que las mujeres han tenido que usar por necesidad. Ni por marketing, ni por falta de escrúpulos: para sobrevivir. Quitarle hierro a lo sucedido es un insulto a tantas y demuestra un grado de concienciación del menos quince, una empatía pésima hacia nosotras. No hay nada más machirulo y patriarcal que despachar lo que siente una mujer y cuestionar estas pasiones con irreverente ignorancia. Porque si las redes han ardido de tías indignadas y cabreadas, de artículos incendiarios bien articulados, ¿qué tienen que decir los señoros de turno, sobre una indefensión que no es la suya?
Sobre su anonimato, decía también la escritora Carmen Mola antes de subir el telón de su identidad: “No quería que mis compañeros y mis compañeras de trabajo, mis amigas, mis cuñadas o mi madre supieran que se me ocurría escribir sobre alguien que mata a una joven haciéndole perforaciones en el cráneo para meter larvas de gusano y sentarse a ver cómo le van comiendo el cerebro… No lo entenderían, para todas ellas soy tan convencional…”. Sí, señores. Porque todo el mundo sabe que sería imposible que el segundo sexo, débil y gestado para cuidar, se salga de la más perfecta rectitud. Demasiado impensable que haya espacio para la barbarie y la rudeza en un cuerpo de mujer. Una idea demasiado viril que huele a Varón Dandy a leguas.
Ahora los tres tenores de la literatura dicen que pensaron en salir del armario por todo lo alto porque estaban hartos de mentir. Claro que sí, guapis. Nada que ver con que sea el premio más bien pagado de la historia. Tampoco con sacarse la hombría delante de la alta sociedad conservadora y demostrar que solo se puede volar alto si se tiene un miembro entre las piernas. Que triunfan los tíos. Y que detrás de una mujer con éxito, siempre habrá un hombre. O tres. La condescendencia que haga falta para que sigan compitiendo en el mercado sin sentir su ego de dominators herido, de hecho. No vaya a ser que queden desparejados y no tengan con quien ganar.