El mes de noviembre de 2010, la Real Academia Española incluyó en su diccionario el adjetivo "berlanguiano" con dos acepciones. La primera en referencia a aquello que pertenece o es relativo a Luis García Berlanga, cineasta valenciano, o a su obra. La segunda se centra en aquello que tiene rasgos característicos de la obra de Luis García Berlanga. Aunque pueda parecer curioso que un nombre propio se convierta en un adjetivo, existen otros casos igualmente célebres, como el de "shakesperiano" (perteneciente o relativo al dramaturgo William Shakespeare), "kafkiano" (perteneciente o relativo al escritor Franz Kafka) o "lorquiano" (perteneciente o relativo al poeta Federico García Lorca). Quizás mucha gente se preguntará qué tienen en común todos estos escritores de diferentes épocas para merecer un adjetivo propio. Y la respuesta es muy sencilla: todos ellos trascendieron a sus respectivas carreras profesionales para convertirse en iconos de la cultura popular. Precisamente esta reflexión expansiva y biográfica es el punto de partida de la original exposición InteriorBerlanga, que se puede visitar en el CaixaForum de Barcelona hasta el 18 de abril de 2025.
Carreteras secundarias
Como es habitual en estos casos, para conocer la magnitud de la influencia de este cineasta valenciano tenemos que emprender un viaje en el tiempo. Luis García Berlanga nació en Valencia el mes de junio de 1921 en el seno de una familia de terratenientes. Durante su juventud participó en la batalla de Teruel el invierno de 1938 y también se unió a la División Azul, combatiendo en las trincheras soviéticas para evitar represalias políticas por el cargo de gobernador civil que su padre ejerció durante la Segunda República. A su vuelta, decidió matricularse en Derecho y después en Filosofía y Letras, pero en 1947 ingresó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid. Debutó como director con la película Esa pareja feliz (1951) y se considera que, junto con Juan Antonio Bardem, fue uno de los renovadores del cine español de posguerra gracias a títulos tan emblemáticos como Bienvenido Mister Marshall (1953), Plácido (1961) y El Verdugo (1963), que contó con un magnífico cartel ilustrado por el catalán Mac. En una de las interesantes citas del cineasta que se pueden leer a la exposición, afirma que: "Una de las razones que me empujaron a escoger mi profesión fue la de buscar una protección a mi timidez, escondiéndome al otro lado de la cámara y disfrutando del anonimato que en aquel tiempo tenían los directores, eclipsados por el estrellado de los intérpretes".
Debutó como director con la película Esa pareja feliz (1951) y se considera que, junto con Juan Antonio Bardem, fue uno de los renovadores del cine español de posguerra
Justo al llegar a este punto de su obra es cuando la exposición se aleja (poco a poco) de la información biográfica que ha estado ampliamente recopilada en libros y documentales para adentrarnos en las carreteras secundarias que tanto gustaban al Berlanga cineasta y así trazar una historia íntima que avanza en paralelo a sus influencias, sus gestas cinematográficas, sus aficiones rocambolescas (como el erotismo) y también los acontecimientos que marcaron el siglo XX. Tal como se comenta en uno de los paneles expositivos: "Lo que intentamos revelar en esta exposición es un recorrido por el pensamiento crítico, ácido, lúcido, tierno, poético, afectuoso y, sobre todo, independiente de un individuo que nace en el seno de una familia burguesa y contempla todo lo que sucede en el siglo XX e incluso el siglo XXI con extrema curiosidad".
Por este motivo conocemos detalles del Berlanga aficionado a la arquitectura, que diseñó sus casas no solo como un espacio físico, sino también ideológico y emocional donde rodearse de lo que quería y necesitaba. También nos encontramos cara a cara con el Berlanga escritor, que decidió poner en palabras todas las ideas que le rondaban por la cabeza y, en el mejor de los casos, convertirlas en guiones cinematográficos, muchas veces con la colaboración de Rafael Azcona o de su propio hijo. Nota a pie de página: existen más guiones de Berlanga no rodados que proyectos estrenados en las salas de cine. Igualmente curioso es cruzarnos con el Berlanga dibujante, que decoraba con pequeñas ilustraciones sus escritos y fue evolucionando esta afición hasta crear los storyboards que facilitaban el rodaje de sus películas (sobre todo por la dificultad de sus travelings y planos secuencia). Pero, por encima de todo, es divertido constatar cómo este cineasta a contracorriente consiguió hacer realidad todos sus sueños sin contar con la aprobación del Régimen Franquista. En uno de los paneles expositivos se menciona que el mismo Franco le atribuyó el calificativo de "mal español", aunque Berlanga vivió en primera persona la intrahistoria de España y consiguió reflejar todas sus contradicciones fascinantes en sus películas.
Es divertido constatar cómo este cineasta a contracorriente consiguió hacer realidad todos sus sueños sin contar con la aprobación del Régimen Franquista
Es aquí, en medio de la caspa, el humor negro y la memoria histórica, donde la exposición vuelve a dar un giro inesperado y nos presenta al Berlanga icónico, que traspasó fronteras con su cine y aceptó con una sonrisa cómplice el precio de la fama. Para los mitómanos es interesante conocer detalles de su viaje a Los Ángeles en 1962 para asistir a la ceremonia de entrega de los Premios Óscar, donde la película Plácido estuvo nominada en la categoría de mejor película en lengua extranjera. La invitación y el programa de mano de la ceremonia, junto con sus fotografías personales de aquella aventura transoceánica, conforman una especie de reverso exitoso y cosmopolita de su celebrada visión de la España rural que retrató en Bienvenido Mister Marshall justo unos años antes. Los tiempos estaban cambiando a gran velocidad y Berlanga tenía la capacidad de retratar cada detalle con sus películas.
Rompiendo todos los tabúes sociales
Otra aportación digna de mención es el universo personal e intransferible de Berlanga, muchas veces englobado en el concepto "de imperio austro-húngaro" (para referirse a épocas, lugares o guerras) que en sus películas se convirtió en un gesto irónico que evocaba tanto a un mundo ya desaparecido como la universalidad de los asuntos en los que se veían implicados sus personajes, interpretados por un elenco de actores y actrices de primer nivel que acabó conformando una gran familia (casi como una compañía de teatro ambulante). Es aquí donde la exposición nos sumerge con todo lujo de detalles en la carrera del cineasta a partir de la Transición, con películas tan celebradas como La escopeta nacional (1978), Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982), que conforman su famosa trilogía de la familia Leguineche.
La exposición nos sumerge con todo lujo de detalles en la carrera del cineasta a partir de la Transición, con películas tan celebradas como La escopeta nacional (1978), Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982), que conforman su famosa trilogía de la familia Leguineche.
Todo este recorrido biográfico a base de detalles aparentemente inconexos desemboca en la última etapa de su carrera, donde su propia vida y su visión del mundo confluyen en unas películas que miran hacia el pasado para retratar un presente incandescente. Son los años en los que rueda de manera casi seguida La Vaquilla (1985), Moros y cristianos (1987) y Todos a la cárcel (1993), con la cual fue galardonado con el premio Goya en la categoría de mejor dirección (en la exposición podemos ver la estatuilla). En su discurso de aceptación aprovechó para recordar a sus maestros y sus coetáneos, que ayudaron a llevar la modernidad al cine español en la década de los cincuenta. Y por último, nos encontramos con París-Tombuctú (1999), una obra coral con actores de varias generaciones que sirvió de punto final con aires internacionales a una carrera de casi cinco décadas en que rompió todos los tabúes sociales y cinematográficos sin atribuirse más méritos que el simple hecho de querer disfrutar de su profesión. Seguramente este fue el gran legado que dejó Luis García Berlanga después de su muerte el mes de noviembre de 2010 y que esta exposición organizada por el CaixaFòrum se encarga de poner en primer plano. Tal como se comenta en uno de los paneles expositivos, el inventario del mundo "berlanguiano" se parece a una falla de su tierra natal porque "aunque esté destinada al fuego, renace de sus cenizas cada vez que sus películas se iluminan en una pantalla".