Benavente (reino de León), 11 de diciembre de 1230. Hace 794 años. Teresa de Portugal, exesposa del rey Alfonso IX de León, y Berenguela de Castilla, reina titular de Castilla y segunda esposa del mismo Alfons IX, firmaban un tratado que ponía fin a la disputa por el trono de León entre los hijos del primero y del segundo matrimonio. Sancha y Dulce —hijas de Teresa y del difunto Alfonso— renunciaban a sus derechos a cambio de una importante compensación económica. I Fernando, hijo de Berenguela y, también, del difunto Alfonso, y que ya ejercía como rey de Castilla por la renuncia de su madre, sumaba a su condición la de rey de León. Los reinos de Castilla y León quedarían unificados en la persona de Fernando III, y a partir de aquel momento harían juntos el camino de la historia. ¿Pero eran dos entidades políticas con una misma raíz?

El remoto origen de León

Poco después de la derrota visigótica a la batalla de Guadalete (711) que marcaría el inicio de la invasión árabe de la península Ibérica, se habían creado varios núcleos de resistencia en las zonas montañosas del norte peninsular. En los Pirineos orientales, a caballo entre los actuales Empordà y Roselló, Ardón y su gente resistirían el empuje árabe durante doce años (712-724) hasta pasar en el exilio del reino de los francos (724-754). Pero, en cambio, en el extremo occidental de la cordillera Cantábrica, Pelayo y su gente hostilizarían a los nuevos dominadores árabes hasta crear un pequeño dominio independiente sobre las montañas de Covadonga, en la zona interior del actual Asturias (718-722). Esta sería la raíz remota de la monarquía leonesa. El caudillo Pelayo y sus sucesores inmediatos (718-850) se convertirían en los testigos más antiguos de la monarquía leonesa.

De caudillos a reyes

Pelayo, el de Covadonga, era un caudillo local que nunca ostentó la categoría de rey, pero sí que transmitió su autoridad de forma hereditaria. Favila, Alfonso y Fruela (hijo, yerno y nieto, respectivamente, de Pelayo), se sucederían —por este orden y de forma consecutiva— en la dirección de aquel pequeño núcleo resistente en expansión de la misma forma que lo habría hecho una estirpe de reyes. Alfonso, el yerno de Pelayo y el tercer caudillo asturiano, da un paso más allá, y el 739 se corona rey y proclama que su estirpe (iniciada por su suegro) es la “legítima continuadora” de la monarquía visigótica hispánica desaparecida en Guadalete (711). Este paso, no solo pretendía reforzar y legitimar su autoridad, sino que, sobre todo, delataba una marcada ideología hispánica, en competencia o en contraposición a los otros núcleos resistentes peninsulares.

Mapa político de la península ibérica (siglos VIII en X). Font IGN
Mapa político de la península Ibérica (siglos VIII en X). Fuente IGN

El remoto origen de Castilla

Al mismo tiempo que Ardón y Pelayo articulaban sus respectivas resistencias, el caudillo vasco Gartzi Aritza hacía lo mismo en los Pirineos occidentales (sobre la actual Navarra), y consolidaba un pequeño dominio independiente (717-724). Sus antecesores habían combatido incansablemente contra visigodos y francos que pretendían devorar el solar tradicional vasco (siglos V en VIII). El 714, con la amenazadora presencia árabe en el Ebro, Gartzi se hizo coronar rey, no por el mismo motivo que Alfonso de Asturias, sino por la necesidad de cohesionar los diferentes núcleos de resistencia vasca y hacer frente, con garantías, a la nueva amenaza. Gartzi Aritza, que la historiografía española renombra como García Jiménez, es la raíz más remota de los reyes de Navarra y de los condes de Castilla.

La expansión asturiana

Lleó es una creación asturiana. El 856, el rey Ordoño I de Asturias, entraba en León, en aquel momento una ciudad semiabandonada por la condición fronteriza e insegura que había ostentado durante décadas. No obstante, la cancillería asturiana conservaba la memoria de aquella ciudad populosa y prestigiosa que había sido durante las épocas romana y visigótica (siglos I a.C. en VIII). De hecho, León había sido uno de los escasos fenómenos urbanos, hasta entonces, del cuadrante nordoccidental peninsular. Ordoño trasladó la capitalidad de su reino a la nueva León, y estimuló una gigantesca repoblación del “Páramo Leonés” con colonos procedentes de la cara norte de la Cordillera Cantábrica que trajeron la lengua (Asturias) y en menor media del sur del Duero (cristianos bajo dominación árabe que eran “rescatados” y conducidos a zonas de expansión).

Mapa político de la península ibérica (siglos XI y XII) Font IGN
Mapa político de la península Ibérica (siglos XI y XII) Fuente IGN

La lengua leonesa

La sociedad leonesa iniciática desarrolló dos lenguas propias y diferenciadas. A la mitad occidental, el gallego o galaicoportugués (Galicia y Portugal —el tercio norte del actual estado portugués— eran entidades políticas que formaban parte del reino de León). Y a la mitad oriental, el leonés o astur-leonés. En ambos casos eran una evolución del latín local de sus respectivos territorios. Y, también, en ambos casos, se proyectarían hacia el sur con las expansiones territoriales de los reinos de León y de Portugal (después de su independencia, en el siglo XII). El galaicoportugués progresaría siguiendo la línea de la costa atlántica, hasta el Algarve. Y el asturleonés, se expandiría en paralelo al galaicoportugués —por la zona interior— siguiendo la misma dirección norte-sur, por las actuales provincias castellanoleonesas de Zamora y de Salamanca y extremeña de Cáceres.

El condado de Castilla

En cambio, Castilla es una creación vasca. Los sucesores del vasco Gartzi Aritza —los reyes de Pamplona— impulsaron un proceso expansivo hacia el valle del Ebro y hacia la Meseta. Durante los siglos IX y X, los condes de Álava (los representantes de la monarquía pamplonesa en el extremo occidental del reino), empujaron la frontera hacia el sur y hacia el oeste, desde la línea del Ebro (Miranda-Valpuesta-Mena) hasta la del Duero (Soria-Osma-Aranda). Aquella nueva marca fronteriza sería articulada como un condado dependiente y sería llamado, inicialmente Bardulia, y, posteriormente, Castella Vetula. La Bardulia, fue repoblada con vascos descendientes de aquella parte de la sociedad éuscara, que siglos antes, durante la dominación romana (siglos I a.C. en V d.C.), había sido latinizada. El latín popular de aquellos vascos se convertiría en el castellano.

Mapa político de la península ibérica (siglos XII y XIII) Font IGN
Mapa político de la península Ibérica (siglos XII y XIII) Fuente IGN

León y Castilla

Durante la centuria del 900, el condado de Castilla había sido objeto de disputas frecuentes entre las monarquías de León y de Pamplona y había transitado, a menudo, de un dominio a otro. Durante aquel siglo, la antigua Bardulia (en buena parte, de habla vasca) pasaba de un lado a otro sin tiempo a consolidar ningún tipo de dominio. Pero el año 1035, se produciría un hecho insólito. Fernando, tercer hijo del rey Sancho el Grande de Pamplona y de Muniadona, condesa patrimonial de la Bardulia, se intitulaba rey independiente de Castilla. El doble propósito de Fernando y de la nobleza local que le dio apoyo era el de crear una estirpe real propia —a partir de la tradición de Muniadona— y de escapar de las tensiones permanentes entre los dos gigantes peninsulares (León y Pamplona) que asolaban el territorio.

La fortuna de Fernando

Probablemente, el proyecto de Fernando (autodenominado Fernando I de Castilla) no habría tenido ningún recorrido, si no hubiera sido porque la fortuna le sonrió. Durante una década empleó todas las energías de aquel pequeño reino castellano primigenio en la defensa de sus fronteras. Pero en 1037 moría, inesperadamente y sin descendencia, uno de sus grandes enemigos: el rey Bermundo III de León. Y las oligarquías leonesas, aterradas ante la posibilidad más que probable que la cancillería pamplonesa aprovechara el vacío de poder para usurpar el trono de León, proclamaron rey, a toda prisa, a Fernando, pariente del difunto monarca y rey de Castilla por iniciativa propia. De esta forma, no tan solo llenaban el vacío dejado, repentinamente, por Bermundo, sino que “adquirían” un estratégico cojín territorial que los protegía del expansionismo pamplonés.

Mapa político de la península ibérica (siglos XIV y XV). Font IGN
Mapa político de la península Ibérica (siglos XIV y XV). Fuente IGN

Primera unión

Con Fernando I, León y Castilla, iniciaron una primera singladura en común (1037), que se interrumpiría posteriormente (1157) y que no se reanudaría hasta Benavente (1230). Pero a pesar de esta tendencia unificadora del poder, León y Castilla, siempre fueron dos edificios políticos diferenciados y, exceptuando la religión, nunca compartieron ningún elemento cultural en común. León era un país con dos lenguas (galaicoportugués y asturleonés) y Castilla, con una extensión territorial menor, también (castellano y vasco). Solo la ideología del poder de sus respectivas oligarquías apunta un objetivo común. La clase dominante castellana —a diferencia de la navarra— había transitado hacia una idea expansiva que perseguía la restauración de la monarquía visigótica hispánica. Este sería el único nexo que explicaría el destino en común de aquellos dos reinos.