El Castillo de Montjuïc, recuperado para la ciudad de Barcelona, presenta actualmente dos exposiciones: El procés de Montjuïc y Weapons. Una ocasión fantástica para que visiten este monumento los catalanes que no han entrado nunca en él o aquellos que haga mucho tiempo que no lo visitan. El Castillo de Montjuïc es un magnífico mirador sobre Barcelona: tiene una vista privilegiada sobre Barcelona, y también sobre el puerto, que es difícil de ver si no es desde lo alto de la montaña. Subir al castillo con el funicular y el teleférico es una experiencia muy especial. O, si se tiene más energía, lo más recomendable es subir desde el Poble Sec, pasito a pasito. Los días de sol, la montaña de Montjuïc es un espacio muy adecuado para encuentros familiares: los jardines, cuando hace sol, están llenos de familias, de parejas, de grupos de jóvenes...
El olor del terror
Los días laborables los principales visitantes del Castillo de Montjuïc son turistas. Para ellos el castillo es una curiosidad más y, sobre todo, una atalaya desde donde contemplar la ciudad con perspectiva. Pero para los catalanes, Montjuïc es mucho más que eso: es, además de un mirador sobre la ciudad, un mirador sobre nuestra historia. En realidad, es difícil conceptuar la fortaleza como una atracción turística, básicamente porque el edificio de Juan Martín Cermeño es más bien inquietante. La entrada, a través del puente y de un túnel soterrado, obliga a pasar de un mundo de luz a las tinieblas. La planta del edificio es toda cuadriculada, casi carcelaria. Y el edificio central, al margen del patio central, está constituido por salas estrechas, de techo bajo, claustrofóbicas (las celdas, que no se pueden visitar, todavía son más tenebrosas). Un edificio, en cualquier caso, que no fue construído para hacer cómoda la vida de las personas que moraban en él sino que fue concebido para la represión, dentro del plan borbónico de supervisión de Barcelona y de Catalunya. El castillo era el punto desde donde se vigilaban todos los caminos que llevaban a Barcelona, por tierra y por mar, pero también una localización idónea para las piezas artilleras de cara a bombardear la ciudad.
Como un calcetín
El castillo de Montjuïc se resistió a la transición. Aunque fue cedido en la ciudad, se mantuvieron en él algunas dependencias del ejército e incluso un polvoriento museo que constituía una exaltación del ejército español. Incluso se conservó una estatua ecuestre de Franco en el patio, hasta 1985; la escultura de Viladomat duró 10 años en democracia en el castillo, aunque en el Born a duras penas resistió unos días. El cambio de orientación se hizo patente en el 2011, cuando el Ayuntamiento restituyó al castillo la bandera catalana que había colocado en él el presidente Companys en 1936 y que sacó el franquismo. El Museo Militar, dependiendo del ejército español, fue sustituido por un Centro de Visitantes del ayuntamiento, en el que se explica la historia del castillo, y también la historia militar de este, de una forma bien diferente a cómo se explicaba antes: desde el punto de vista de sus vínculos con la ciudad y con el país. Y las viejas vitrinas decimonónicas con colecciones de soldaditos de plomo han sido sustituidas por un montaje museográfico moderno y dinámico.
El ombligo del país
Todo lo que pasa a Montjuïc acaba teniendo impacto en Barcelona y en Catalunya, y eso lo demuestra la exposición permanente, que se muestra en el Centro de Visitantes del Castillo. Las primeras piezas de la exposición corresponden a las lápidas del cementerio judío del Morrot que dio nombre en la montaña. Pero la mayoría de estas lápidas ya no están en Montjuïc. Las más fáciles de ver están integradas en la pared del Palau del Lloctinent, en la calle dels Comtes, junto al Museu Marés: el cementerio fue saqueado después de un pogromo contra los judíos y las lápidas fueron reaprovechadas para la construcción.
El primer fortín en la montaña de Montjuïc fue construido en 1640 y enseguida tuvo un papel relevante en la historia catalana: fue el escenario de la batalla de Montjuïc en que los catalanes derrotaron las fuerzas de ocupación. En el Centro de Visitantes se conserva un magnífico ex-voto que recuerda aquel pírrico triunfo: la victoria en Montjuïc no evitó la derrota de los catalanes en la guerra.
La herencia de 1714
El fuerte de Montjuïc cayó en manos borbónicas en 1714. Inmediatamente, la montaña pasó a formar parte de la estrategia represiva de los Borbones. En 1751 se derribó el viejo fortín y se construyó un gran castillo, con capacidad para alojar a 3.000 soldados y 120 cañones. Era una estructura que complementaba la Ciutadella. Entre ambas podían bombardear toda la ciudad y garantizar el movimiento de tropas por la línea de mar (recordamos que el general Espartero afirmó que "Había que bombardear Barcelona cada 50 años"). Además, el castillo funcionó como prisión y como centro de torturas de los presos políticos. La exposición permanente muestra imágenes de las actuaciones represivas dirigidas desde el castillo, y tiene un montaje consagrado a los bombardeos de 1842. La función represiva continuó en el siglo XX, con el juicio y ejecución del pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia, el fundador de la Escuela Moderna. Durante la guerra civil este tétrico castillo fue prisión republicana, y después de la guerra pasaron miles de republicanos. Entre ellos, el presidente Lluís Companys, que sería ejecutado en los fosos del castillo el 15 de octubre de 1940. En el Centro de Visitantes se deja constancia de toda esta historia negra del castillo.
150 años de ignominia
Una de las exposiciones temporales que se presentan al castillo, justamente, gira en torno a la represión del anarquismo en Barcelona en el siglo XIX. La muestra, titulada El proceso de Montjuïc. Anarquismo y represión en la Barcelona de finales del siglo XIX, comisariada por Antoni Dalmau, trata de explicar el papel que jugó Montjuïc como centro de represión del movimiento obrero. En un momento en que la lucha obrera acabó decantándose por el terrorismo y en que las detenciones arbitrarias de izquierdistas se hicieron muy comunes, el castillo fue el lugar donde muchos militantes obreristas sufrieron prisión y torturas (y, incluso, donde algunos fueron ejecutados). La exposición se centra en un caso, el del atentado de la procesión de Corpus en la calle de Canvis Nous en 1896, que provocó la muerte de 12 personas y que desembocó en la detención de centenares de personas y en cinco ejecuciones de unos militantes de izquierdas probablemente inocentes. Una exposición que reconstruye las condiciones de vida y las luchas políticas de la Rosa de Fuego y que deja constancia de todo el padecimiento que se generó en el castillo. Una muestra idónea para el sitio que la alberga y que consigue transmitir toda la inquietud que generaba el castillo cuando en sus celdas se torturaba y en sus fosos se ejecutaba. Esta exposición estará abierta hasta el 28 de febrero.
'Weapons': el corto camino de Eurosatory al Bataclan
Marc Javierre-Kohan es un fotoperiodista que acostumbra a trabajar entre Barcelona y París. En 2014 había estado en París cubriendo Eurosatory, la mayor feria de armamento de Europa. El mismo fotógrafo estaba en París en el momento del ataque islamista al Bataclan, y consiguió algunas imágenes impresionantes. Ahora, Javierre-Kohan ha querido organizar una reflexión sobre las armas y la violencia a partir de dos elementos centrales parisinos: el ataque al Bataclan y el Eurosatory. Con ellos ha organizado la exposición Weapons. El negocio de las armas, que también se presenta en el castillo. Estas imágenes se complementan con algunos referentes barceloneses, que apuntan también a la banalización de la violencia, como demostraciones de armamento en el cuartel del Bruc, o la presencia de militares españoles en el Salón de la Infancia. Con esta exposición, Javierre-Kohan pretende inducir un debate sobre el comercio de armas: "La manipulación mediante el miedo a la que estamos sometidos desde los atentados a Francia del 2015 nos hace ver el recorte de libertades, el control de pensamiento, las guerras y la re-militarización del mundo como algo necesario e inevitable. Mientras tanto, a pocos kilómetros de donde hubo estos atentados se venden las mismas armas que utilizaron a los terroristas. Rodeados por las consecuencias, ¿no tendríamos que reflexionar para ver las causas?". Una exposición interesante, pero con un hilo argumental demasiado fácil, que se podrá ver hasta el 28 de febrero.